Todos sabemos de personas que son fanáticas más allá de la cordura de alguna historia de ficción, ya sea de la televisión, del cine, de los videojuegos o de la literatura, y que han adaptado sus casas, sus horarios, su forma de vestir, su forma de actuar, sus comportamientos, sus actitudes y su lenguaje, en función del argumento narrativo de su predilección.
Pues bien, el personaje más totalitario, pestilente, fascista y desagradable que jamás ha creado el ser humano, también tiene fans de ese estilo:
Una vasija rebosante de agua bendita se encuentra a un costado de la entrada principal del apartamento del procurador general de la Nación, Alejandro Ordóñez. Unos pasos más adelante, la figura de un ángel con alas enormes domina el área social que él y su familia convirtieron en una especie de santuario religioso. Allí, entre otras imágenes, como las de San José y la Virgen María, una gigantesca Biblia de solapa desvencijada sobresale en este ambiente de religiosidad que el jefe del Ministerio Público no oculta en los medios, aun en detrimento de que sus detractores lo sigan tildando de “cavernario y fundamentalista”, como él mismo dice.
Pero esta pasión dedicada además a la lectura diaria de las escrituras y la adoración al Santo Rosario se remonta a casi tres décadas, cuando él tenía 28 años.
¡Que nunca me inviten a esa casa! Porque no voy.
Iré a donde personas que juegan Quidditch, a los hogares de uno que otro trekkie y a casas de jediístas, pero que me inviten a una casa, monumento al absurdo, en donde se discrimina a los homosexuales por “actividad antinatural”, pero se creen a pies juntillas el parto virginal -¡y lo celebran!-, sería una ofensa contra mi inteligencia.
Y si quisiera ofender mi inteligencia, puedo ponerme a rezar en cualquier momento.