Si he criticado los errores de la justicia colombiana, me parece que debo resaltar sus aciertos, más cuando estos son de gran relevancia.
Por eso me emociona y alegra mucho que hayan absuelto a Nicolás Castro:
La juez tercera especializada de Bogotá absolvió al estudiante Nicolás Castro del delito de instigación a delinquir con fines de homicidio en el proceso que se le adelantaba por presuntamente haber amenazado a través de la red social Facebook a un hijo del expresidente Álvaro Uribe Vélez.
Esto fue una completa ridiculez, una pantalla de humo que el corrupto ex presidente, con su totalitaria forma de ser y de gobernar, quiso montar una persecución contra un ciudadano que expresaba su descontento con las irregularidades de los negocios de sus hijos.
Según la defensa de Castro, en su decisión la juez consideró que la Fiscalía no pudo demostrar la responsabilidad de su defendido en las presuntas amenazas en contra de Jerónimo Uribe.
Pues claro que no. ¿Cuándo se ha podido demostrar que algo de lo que dice Álvaro Uribe Vélez sea cierto?
Durante el juicio tanto la Fiscalía solicitó condena, sin embargo el juez especializado consideró que no habían argumentos para emitir sentencia condenatoria.
Por su parte, la Procuraduría pidió la absolución del joven señalando que al condenarlo se estará coartando la libertad de expresión y manifestó que no existen pruebas relevantes que señalen que Castro tenía “verdaderas intenciones de asesinar al hijo del expresidente Uribe”.
Es que hasta la Procuraduría, gobernada mediante el terror fundamentalista católico institucionalizado por Alejandro Ordóñez se dio cuenta de la completa estupidez que era esto. De hecho, mal haría la Fiscalía en no iniciar una investigación contra Uribe Vélez por denuncia temeraria y por desgastar inútilmente -y con propósitos de una vendetta personal- el aparato estatal de justicia.
El 2 de diciembre de 2009 el estudiante fue capturado por agentes del CTI señalado de ser el creador del grupo “Me comprometo a matar a Jerónimo Uribe”.
Yo, en mi cabeza, he querido que se muera medio mundo y no es razón para arrestarme. Tampoco lo sería si hubiera hecho públicas mis intenciones, por lo general, siempre en momentos de profunda ira generada por injusticias de este tipo.
En la libertad de expresión cabe tener en cuenta los motivos y circunstancias en que una frase se dice. No es lo mismo el “Mátalo, Pablo. Mátalo“, con el que Alberto Santofimio instigó al magnicidio de Luis Carlos Galán, al “¡Que se muera!” cuando un ciudadano del común, sin estar hablando con ningún miembro ni mucho menos un jefe de un cartel de la mafia, expresa su descontento sobre los familiares favorecidos por el ejercicio político de un servidor público.
Y nadie que en serio quisiera matar al vástago de Uribe habría creado un grupo en Facebook para contar sus planes.
Es un triunfo de la libertad de expresión sobre el totalitarismo uribista. Esto hay que celebrarlo.