Ya he mencionado cómo los profesores de este semestre nos tienen volteando para hacer notas semanalmente.
Pues bien, ya que estaba dentro de la agenda mediática, una amiga propuso el tema del yagé y por cuestiones casi completamente ajenas a mi voluntad -jejeje-, terminé yo haciendo el artículo. Ahora bien, yo sé que una cosa es el estilo editorial que manejo en el blog y algo muy distinto es el tono que debo utilizar cuando haga reportería para noticias en un medio.
Así que esta es mi redacción, descafeinada, insípida, no-ácida y sin análisis ni comentarios mordaces, sobre el yagé:
Lo que nadie nos dijo del yagé
por David OsorioEn el último mes, el yagé ha estado en la agenda mediática del país por cuenta de dos hechos. El primero fue la muerte de dos personas al consumirlo en una ceremonia en Piedecuesta, Santander. El segundo fue el festival multicultural que realizó la Gobernación de Nariño e incluyó rituales de yagé como parte de su oferta de diversidad cultural.
Esa incidencia mediática no fue más que un síntoma de un hecho real y palpable que es la popularización de esta bebida más allá de las fronteras de sus comunidades. Mientras el yagé expande sus fronteras, sus consumidores habituales están preocupados por la forma cómo está llegando a estos nuevos públicos.
A pesar de que para la ciencia son medicinas aquellas sustancias cuyos efectos han sido determinados bajo condiciones experimentales razonables, las comunidades yageseras dicen que esta planta no sólo es sagrada sino que también es medicinal.
Miguel Chindoy, ex gobernador del Valle de Sibundoy, Putumayo, y quien ha consumido por más de 40 años, comenta que su pueblo, los camentsa, hacen toman parte de esta tradición milenaria.
Para él, “hablar de yagé, es hablar de una planta de poder, una planta de orden espiritual y nuestros abuelos, nuestros antepasados tuvieron la capacidad de desarrollar un conocimiento ancestral de orden espiritual y de orden científico alrededor del tema del yagé”.
Debido a ese carácter sagrado que le asignan a la planta es que las comunidades que la consumen están en alerta para ver cómo manejan el tema de las muertes. Según la tradición, la bebida sólo puede ser preparada por un taita, o sea el líder espiritual de una comunidad; o un abuelo, que es un rango mayor que el del taita. Al parecer, las muertes en Piedecuesta se debieron a que el preparado estaba siendo administrado por “taitas piratas”, advierte Oriana Navarrete.
Ella, estudiante de fotografía y quien consume la planta regularmente desde hace cuatro años explica este fenómeno: “No son personas que vienen de una tradición ancestral. Son indígenas o personas blancas que se hacen pasar por sabedores y van repartiendo con intenciones, de dinero o materiales, una medicina tan sagrada y de mucha responsabilidad”.
Y es que al parecer no sólo se limitan a imitar a los taitas ‘originales’. Ana Fernández * se entregó al yagé cuando perdió las esperanzas médicas de que su bebé naciera sano y salvo, algo que finalmente consiguió, según dice, gracias al consumo de la planta mientras estaba en estado de embarazo. Para ella, “estos casos de gente muerta es porque no sólo es yagé; es porque están mezclando yagé con borrachero. El borrachero es el que se utiliza para hacer la escopolamina entonces se les va un poquito la mano en el borrachero y pues la persona muere”. Mezclar borrachero con una planta que al consumirla deprime el sistema nervioso central, no es la más sabia de las decisiones.
“El abuelo Querubín convocó una reunión de sabedores para que se hiciera una lista de los taitas que sí están en licencia de repartir”, como primera medida para prevenir la proliferación de más taitas piratas, explica Navarrete.
Pero consumir la planta no es el único elemento cultural de las comunidades yageseras y del rito del yagé. Por ejemplo, se estipula que antes de los ritos autorizados no se debe comer alimentos pesados ni en mucha cantidad, no se debe consumir licor ni drogas ni tampoco haber mantenido relaciones sexuales.
De hecho, todavía hay rasgos muy patriarcales en la organización social y política de estas comunidades. Por ejemplo, además de los taitas, las únicas mujeres que pueden preparar el yagé son las mamas, quienes para poder hacerlo deben haber alcanzado la edad en que ya no ovulan más. Fernández cuenta que “se está dando movimiento emergente en el Putumayo de mujeres indígenas que están estudiando la medicina e inclusive tienen una maloca y no le está gustando mucho a los hombres de algunas culturas pero sí hay un movimiento emergente de mujeres mamas”.
Y es que al parecer el ciclo menstrual es un tema muy importante para estas tradiciones. “La mujer que está en su período lunar no debe tomar medicina del yagé”, pues en esa fecha está “descargando energías electrizantes” y es preferible que “mantenga un estado de reposo”, dice Chindoy que establecieron los mayores. Y es que a pesar de que la ciencia ha comprobado que no existe ningún tipo de relación entre el ciclo lunar y el ciclo menstrual, estas tradiciones ancestrales todavía mantienen la creencia de que sí lo hay y establecen muchas reglas de comportamiento con base en esta suposición.
Otra característica que acompaña al rito yagesero es la creencia de que el efecto que cause dependerá en gran medida de lo que busque cada quién. Por ejemplo, para Navarrete, lo más importante es conseguir un buen estado de salud y ver el camino de la luz y por eso ella lo resume con una metáfora que le gusta mucho: “La ayahuasca es una madre, una doctora y una maestra. Es una doctora porque nos cura, una maestra porque nos enseña y una madre porque guía”.
*Nombre cambiado, ya que la última vez que dio una entrevista sobre el tema empezó a recibir amenazas de muerte.
En verdad, donde dice patriarcal, me habría gustado poner “machista” y “misógina” y extrañé no poder usar la palabra “estupidez” o alguno de sus derivados, por ejemplo, cuando don Miguel, quien me concedió la entrevista y a la vez me gastó jugo y pandeyuca, habla sobre todas esas supersticiones -otra palabra que eché en falta- que hay alrededor de la menstruación.
Eso sí, me cuidé de no dignificar la bebida como ‘medicina’ y siempre que hubo una referencia al yagé en esos términos fue citando a alguien.
Otra cosa que me gustaría comentar es cómo ni siquiera esta religión drogadicta al yagé se salva de su buena dosis de violencia. Una de mis fuentes me pidió que le cambiara el nombre ya que había sido amenazada de muerte la última vez que había concedido una entrevista sobre el tema.