El accidente de Fukushima le ha dado mucho de qué hablar a los buenrollistas políticamente correctos que sin ningún tipo de argumento más allá del que repiten al unísono siguiendo el guión que el terrorismo mediático del tema les ha puesto en las manos.
Afortunadamente existen personas como Mark Lynas, quien examina lo que la ciencia puede decirnos sobre la zona de exclusión y los riesgos de la radiactividad en los alrededores de Fukushima:
En los últimos días algunos grupos anti-nucleares han insistido en que la zona de evacuación debe ser ampliada, que la situación es más peligrosa de lo que convencionalmente se cree, y que las fuentes oficiales no son de confianza. Creo que esto va en contra de la principal lección del peor desastre nuclear civil del mundo -Chernobyl en 1986- que demostró de manera convincente que el miedo a la radiación, y el trauma social y psicológico sufridos por “víctimas” irradiadas es al menos tan, y probablemente más peligroso que el impacto físico y biológico de la radiación en sí.
El informe de expertos publicado por el Foro de Chernobyl (que comprende ocho agencias de la ONU, incluyendo la Organización Mundial de la Salud, así como los Gobiernos de Bielorrusia, Ucrania y Rusia) llegaron a estas importantes conclusiones:
La pobreza, las enfermedades por el “estilo de vida” que ahora proliferan en la antigua Unión Soviética y los problemas de salud mental representan una amenaza mucho mayor para las comunidades locales que la exposición a la radiación.
La reubicación fue una “experiencia profundamente traumática” para las 350.000 personas que fueron sacadas de las zonas afectadas. Aunque 116 000 fueron evacuadas de la zona más gravemente afectada inmediatamente después del accidente, los traslados posteriores no sirvieron para reducir la exposición a radiaciones.
Mitos persistentes y percepciones erróneas acerca de la amenaza de la radiación han generado un “fatalismo paralizador” entre los residentes de las zonas afectadas.
En otras palabras, como el Foro de Chernobyl afirma, el impacto de Chernobyl en la salud mental fue “el mayor problema de salud pública creado por el accidente” – una conclusión de gran importancia para Fukushima. En particular, esto sugiere que grupos activistas anti-nucleares -algunos de los cuales siguen agitando el miedo científicamente injustificado de la radiación en la población japonesa afectada– podrían aumentar el trauma de las personas desplazadas, y empeorar su salud física y mental como resultado. Hasta donde sé, ninguno de los grupos activistas que actualmente operan en la zona, o aquellos que emiten estimaciones salvajemente exageradas de la probablemente eventual cifra de muertos, se dan cuenta de que sus actividades tienden a empeorar el sufrimiento en general del pueblo japonés.
Esto no quiere decir que los niveles de radiación que ahora se miden en la zona de exclusión, y en algunas zonas fuertemente contaminadas más allá, son intrascendentes. De hecho, la última (07 de agosto) lectura de radiación emitida por el ministerio japonés de ciencia revela que la radiactividad sustancial persiste incluso fuera de la zona de exclusión. En el pueblo de Iitate, por ejemplo, que tiene algunas de las lecturas más altas en la encuesta, fue tomada una medida de 133 milisieverts por año (mSv/año). En general, la mayoría de las varias docenas de lecturas están entre 1 y 10 mSv/año aunque la mayor de todas (en el pueblo Namie, 24 kilometros al noroeste de los reactores afectados) llega a 289 mSv/año. (Las autoridades japonesas proporcionan las lecturas en microsieverts por hora, por lo que para convertirlas a milisieverts por año he multiplicado por 8760 y luego dividido por 1000).
Aquí necesitamos un poco de contexto. ¿Qué significan estas cifras? En un promedio mundial todos estamos expuestos a 2,4 mSv/año de radiación ambiental (aunque esto varía geográficamente en un orden de magnitud o sobre todo en función de la geología local), por lo que la mayor parte de la zona de exclusión alrededor de Fukushima, los niveles de radiactividad están sólo unas pocas veces más altas de lo que naturalmente cabría esperar. Incluso las lecturas del pueblo Namie, no carecen de precedentes – en Ramsar, Irán, el radón de origen natural en los alrededores lleva a exposiciones de hasta 250 mSv/año para la población local, sin que ningún tipo de efecto en la salud haya sido reportado.
¿Significa esto que todo el mundo puede olvidarse de la radiación y volver a casa? No necesariamente. Los límites de precaución establecidos a nivel internacional y por el gobierno japonés existen por una razón. El consenso científico es que, como afirma la hipótesis ‘lineal sin umbral’, no hay una dosis segura de radiación – por lo que incluso un pequeño aumento en la dosis radiactiva dará lugar a un pequeño aumento equivalente en el riesgo de cáncer, y este riesgo debe ser considerado debidamente en las evaluaciones de seguridad. Sin embargo, también se debe establecer el riesgo de impactos en la salud y otros traumas que sufren las personas a quienes no se les permite regresar a sus hogares y sufren el desplazamiento permanente. ¿Qué riesgo es peor?
El Comité Científico de las Naciones Unidas sobre los Efectos de las Radiaciones Atómicas (UNSCEAR, que puede ser considerado una especie de IPCC de la ciencia de los riesgos de radiación e informa a la Asamblea General de Naciones Unidas), concluyó en el 2010 en un informe sobre los ‘efectos en la salud de la radiación en pequeñas dosis’ que una dosis de 100 mSv (expresado en 0,1 grises – podemos considerar los grises y los sieverts como más o menos equivalentes aquí) daría lugar a entre 3 y 7 muertes adicionales por cáncer por cada mil personas durante su vida. Para la leucemia el riesgo de por vida adicional es de 0,3-0,5 muertes adicionales en cada mil. Así que si los expertos de la ONU están correctos, las personas que se trasladan de nuevo a zonas fuertemente irradiadas como Iitate y el pueblo Namie, pueden esperar más riesgos de mortalidad por cáncer en este tipo de rango.
Otra fuente autorizada, que también considera el modelo de precaución ‘lineal sin umbral’ como el más científicamente justificado es el informe del 2006 del Consejo Nacional de Investigación Científica de EEUU titulado ‘Riesgos para la salud de la exposición a niveles bajos de radiación ionizante: BEIR VII Fase 2‘.
El comité experto de autores calcula -con base en su modelo de trabajo- que se espera que 10 de cada 1000 personas desarrollen cáncer (aunque no necesariamente mueran a causa de él) como resultado de una dosis de 100 mSv por encima del ambiental. Con una dosis menor, de 10 mSv, el comité pronostica una incidencia de cáncer adicional de 1 caso por cada mil. Para el contexto, aproximadamente 420 personas de cada mil (en este caso de EE.UU) desarrollará cáncer de todos modos. Esto significa que identificar otros tipos de cáncer inducidos por la radiación es estadísticamente muy difícil, y explica por qué varios estudios epidemiológicos no han logrado encontrar una evidencia inequívoca del aumento de la incidencia de cáncer con dosis bajas, incluso alrededor de Chernobyl (con la importante excepción del cáncer de la tiroides inducido por el yodo-131).
Así que el consenso científico actual es que es muy probable que la radiactividad liberada por el accidente de Fukushima presente un pequeño riesgo adicional de cáncer de por vida para las personas cuyos hogares se encuentran en el relativamente alto rango de contaminación de 10-100 mSv. Dado que la contaminación proviene principalmente de cesio-137 (que tiene una vida media de unos 30 años), esto se mantendrá durante el tiempo suficiente para que la evacuación permanente sea una perspectiva preocupante. Piense seriamente en esto en: ¿Regresaría a su casa, si con ello se le presentara el riesgo adicional de cáncer de entre uno-en-uno mil y uno en un centenar? Esta es la opción que enfrenta la población y las autoridades japonesas.
La cuestión del riesgo relativo es fundamental para hacer frente a esta elección racionalmente. Muchas personas alrededor de Chernobyl han decidido que más bien se enfrentarían a un indefinido (pero potencialmente mayor) riesgo adicional y ya han regresado extraoficialmente a sus hogares – en lugar de vivir una vida miserable en el exilio permanente. Todos enfrentamos riesgos en todo lo que hacemos, por supuesto, y el riesgo adicional presentado por la radiación es pequeño en comparación tanto con los antecedentes estadísticos de riesgo de contraer cáncer de todos modos. También deberían considerarse al tiempo los riesgos de cáncer presentados por otras actividades como fumar, consumir alcohol, comer mucha carne y así sucesivamente.
También hay riesgos presentados por la exposición voluntaria a la radiación a la que nos sometemos, donde el riesgo adicional pequeño se considera menor que el beneficio médico potencial. Una sola tomografía computarizada de todo el cuerpo da una dosis efectiva de 12 mSv, que -al igual que cualquier otro tipo de radiación- añade una pequeña cantidad al riesgo de uno de toda la vida de desarrollar cáncer. Un estudio científico sobre el tema estima un riesgo adicional de mortalidad por cáncer de 0,8 en 1000 para un paciente de 45 años de edad sometido a una tomografía computarizada. (Se calcula que 62 millones tomografías computarizadas se realizan cada año en los EEUU, incluyendo 4 millones a niños). El estudio estima que si las mismas personas adultas se sometieran a TAC’s anuales hasta los 75 años -dándoles una exposición similar a a si vivieran en zonas contaminadas con con dosis de radiación de Fukushima de 10mSv/año- el riesgo adicional de mortalidad por cáncer sería de alrededor de 1,9%, o de 19 por cada 1000. En comparación, la probabilidad de una persona de morir en un accidente de tráfico en los EEUU se estima en 1 cada 77 (ó 13 en 1000).
Para los fines del argumento, por lo tanto, si todos los que viven en la zona de exclusión (y otras zonas muy contaminadas) pudieran ser convencidos de dejar de conducir (y de que se abstuvieran de fumar, que presenta un riesgo masivo de por vida de 100 de cada 1000 causas de cáncer de pulmón ), entonces a todo el mundo se le podría, en teoría, permitir regresar sin pérdida adicional de vida a efectos de la radiación. Los riesgos podrían simplemente ser canjeados entre sí. También se podría hacer un caso fuerte de que las personas que viven en la zona de exclusión de Fukushima aún estarían mejor estadísticamente que aquellas en los centros de las ciudades fuertemente contaminadas, cerca de las centrales eléctricas de carbón y en las zonas industriales, que probablemente presentan un mayor riesgo cancerígeno.
De hecho, estos riesgos se han cuantificado y comparado en un fascinante artículo publicado en el 2007 por el BMC Public Health Journal (de libre acceso, dato ColinG). En él, el autor analiza los riesgos comparativos de la obesidad, el tabaquismo y la exposición a la radiación – en términos de ‘años de vida perdidos’, un varón fumador puede esperar perder 10 años de vida, un hombre blanco obeso de 1-4 años de vida, en comparación con una media de 2,6 años de vida perdidos por japoneses supervivientes de las bombas atómicas que habían experimentado las dosis más altas (2,25 Gy – para la radiación gamma como la liberada por una bomba atómica, los sieverts y los grises son más o menos equivalentes, por lo que las dosis se pueden pensar como 2.250 milisieverts; aproximadamente diez veces más que la dosis actual en cualquier parte de la zona de exclusión de Fukushima).
Una comparación igualmente útil hecha por el autor considera si la contaminación del aire en los centros urbanos, el tabaquismo pasivo o la contaminación radiactiva del accidente de Chernobyl son más peligrosos. Él encuentra que vivir en una ciudad contaminada (por ejemplo, Londres, en comparación con ligeramente contaminada Inverness) se obtiene el 2,8% de mortalidad (28 por 1000), el tabaquismo pasivo 1,7% de mortalidad, mientras que exposición a la radiación de 100 mSv en la zona de de Chernobyl produce un riesgo de mortalidad del 0,4% (4 de cada 1000). Este último riesgo está claramente en la misma escala que el comité científico EEUU que calcula un riesgo de 3-7 por 1000 de mortalidad por 100 mSv, y obviamente no se compara favorablemente con el riesgo de mortalidad de 28 por 1000 por vivir en una zona contaminada. Esto plantea la fascinante posibilidad de que -si estos cálculos son correctos- vidas se salvarían por el desplazamiento de personas fuera del centro de Tokio y hacia las zonas más contaminadas de la zona de exclusión de Fukushima.
Esta es, de hecho, la conclusión exactamente alcanzada por el autor del artículo:
La tasa de aumento de la mortalidad de las poblaciones más afectadas por el accidente de Chernobyl se pueden comparar con (y posiblemente son inferiores) los riesgos de una elevada exposición a la contaminación del aire o al humo de tabaco ambiental. Es probable que sea sorprendente para muchos (no menos para las propias poblaciones afectadas) que las personas que aún viven extraoficialmente en las tierras abandonadas alrededor de Chernobyl en realidad puedan tener un menor riesgo para la salud por la radiación de la que tendrían si se expusieran al riesgo de la salud de contaminación del aire en una gran ciudad como los alrededores de Kiev.
Por supuesto, la gente real no basa sus evaluaciones de riesgo sobre científicas cuantificaciones numéricas de este tipo. También hay problemas éticos en que la obesidad o vivir en una ciudad contaminada pueda ser considerado una opción personal, mientras que el triple colpaso de una estación de energía nuclear cercana es impuesto a una población que no está acostumbrada a ese peligro. Sin embargo, el canje del riesgo es inevitable, y la experiencia de Chernobyl demuestra que la exclusión permanente de sus hogares y comunidades también es muy perjudicial para la salud de las personas, y aumenta las tasas de mortalidad de causas por el “estilo de vida” tales como el suicidio, el alcoholismo y así sucesivamente. Además, cuando la gente es etiquetada como ‘víctimas’ y se les dice que ellos están condenados a morir de cáncer, un mayor número podría de hecho sufrir problemas de salud psicológicamente inducidos.
Naturalmente, será extremadamente difícil para las autoridades japonesas tomar una decisión acerca de hasta qué punto relajar la zona de exclusión que se ha creado (aunque el proceso de llegar a esta decisión ya se ha empezado con cautela). La gente está aterrada con la radiación – mucho más aterrorizada lo que están de las fuentes tradicionales y las actividades que presentan un mayor riesgo estadístico de causar cáncer – y las actividades de los activistas anti-nucleares en la zona ha aumentado, sin duda, esta sensación de terror. También se ha añadido a la desconfianza de los expertos, en general, y del gobierno, en particular, a pesar de la necesidad de que la toma de decisiones se base en un enfoque científico del riesgo real en lugar de los terrores imaginados por una población ya traumatizada.
En la evaluación final también tenemos que recordar la catástrofe general del 11 de marzo del que la catástrofe nuclear es sólo una pequeña parte. Más de 20.000 personas murieron como consecuencia del tsunami, y ninguno hasta el momento ha muerto o resultado herido debido a los acontecimientos en Fukushima Daiichi. También espero que la continua atención que las autoridades y los medios de comunicación le están dando a la crisis nuclear no distraiga la atención de las necesidades de los desplazados (también quizá permanentemente), afligidos y traumatizados por el tsunami. Y, como he argumentado en otra parte, es igualmente importante que el accidente de Fukushima no conduzca a un abandono precipitado de la energía nuclear en Japón y otros países, resultando en un retorno a las mucho más peligrosas fuentes de energía de carbón. Por el bien de todos los afectados por esta desesperadamente desafortunada secuencia de eventos, el gobierno japonés debe seguir asumiendo una aproximación racional al riesgo, aumentar la confianza de su gente y resistir a las demandas tanto de la histeria de los medios como de los grupos ideológicos que hacen campaña.
¡Más claro no lo ha podido decir!