Anoche estuve en un matrimonio -de hecho, en la celebración posterior puesto que no asisto a ritos religiosos y dio lo mismo, toda vez que recibí no sé cuántas bendiciones, como si no cargara ya uno muchas cruces, y hubo no sé cuántas oraciones- y mi umbral para aguantar estupideces supersticiosas fue abusado de una forma no normal.
Para ver si consigo quitarme este dolor de cabeza y guayabo moral, traduzco las palabras de Sadie Smythe. Ella tiene lo que se llama un matrimonio abierto y fruto de él, una hija de 11 años. Sobre la experiencia de tener un matrimonio abierto escribe un blog desde el 2008 que yo sigo desde hace unos meses, ha escrito un libro y va para el segundo. Pues me ha llamado la atención su artículo sobre diseñar las propias relaciones:
Si todavía no lo es, lo será, Diseñar su(s) Propia(s) Relación(es) es la cultura de nuestro futuro. Es la forma en que las cosas se harán y se aceptará que se hagan antes de que yo muera (suponiendo que vivo para ser una señora de edad). Tiene que serlo. ¿Por qué? Porque, simplemente, las cosas no están funcionando como están ahora. Las relaciones son a menudo construidas bajo falsas pretensiones y por gente encerrada y bajo el velo de un falso compromiso, y con promesas que nunca se pueden cumplir porque las personas involucradas no son auténticas acerca de lo que son en su esencia misma – vanguardistas y tradicionalistas por igual.
Esto no quiere decir que estos conceptos no se den en las relaciones “alternativas” también. Pero creo que si la gente tuviera opción, una verdadera y real elección, sobre con quiénes deciden emparejarse -en lugar de sucumbir a la situación actual de con quiénes deben asociarse (y por cuánto tiempo, porque ¿para siempre? Eso es un puto tiempo largo , gente)- entonces muchos de los problemas que conducen a desagradables divorcios, rupturas, y gente herida disminuirán.
No del todo, probablemente no por completo. Sin embargo, algo. Cuando podemos elegir, y nuestras decisiones son aceptadas en lugar de juzgadas, tenemos poder en la confianza de esa elección.
Y es que desde que existen términos medios para describir relaciones que no son de noviazgo pero tampoco de amista -como “amigos con derechos” y “follamigos”-, este era un corolario que se iba a dar tarde o temprano: no todos estamos hechos para la monogamia, o para la monogamia de por vida y no es lógico encasillar a unas salvajemente diversas formas de relación en el psicorrígido y aburrido matrimonio, o mejor dicho, matricidio.
Lo obvio y razonable es que cada quien construya sus relaciones como lo considere, personalizadas, y me parece que Sadie está en lo acertado cuando dice que esa es la cultura del futuro.