Algunos se sorprenden y se molestan con que se estrene un nuevo local de McDonald’s cada cinco horas en el mundo.
No estoy diciendo que la comida con sabor a ceniza, los McTrabajos y las porciones ridículamente pequeñas no sean un problema ni que esté de acuerdo con ello. Sin embargo, uno esperaría ver por lo menos la misma clase de enfado al saber que cada tres segundos, a una menor de edad se le obliga a casarse:
Una joven menor de 18 años se casa cada tres segundos, a menudo sin su consentimiento y con un hombre mucho mayor, lo que equivale a 10 millones al año. La mayoría de estos casamientos ocurren en África, Oriente Medio y el sudeste asiático y los datos fueron dados por la organización de caridad infantil Plan UK.
A pesar de la pobre redacción del periódico -como si no tuvieran editor-, podemos inferir que cada año 10 millones de niñas son casadas en contra de su voluntad.
Según expertos, las niñas forzadas a casarse precozmente rara vez continúan con su educación, lo que les niega cualquier esperanza de independencia, la capacidad de ganarse la vida o de hacer un aporte económico a sus hogares. Esta práctica además refuerza el concepto de las niñas como cargas sin valor sobre sus familias de las que hay que deshacerse tan pronto como sea posible.
En Níger, Chad y Mali, más del 70 por ciento de las niñas se casan antes de cumplir 18 años, según el análisis del ICRW. Bangladesh, Guinea, la República Centroafricana, Mozambique, Burkina Faso y Nepal tienen índices de matrimonio infantil de más del 50 por ciento. Por último, en Etiopía, Malawi, Madagascar, Sierra Leona, Camerún, Eritrea, Uganda, India, Nicaragua, Zambia y Tanzania la cifra está por encima 40 por ciento.
Otras cifras que reflejan la gravedad del asunto dicen que en Africa, por ejemplo, el 60 por ciento de las mujeres y niñas dan a luz sin la presencia de un profesional calificado, según el Fondo para la Población Mundial de la ONU. A nivel mundial, 70.000 niñas de entre 15 y 19 años mueren cada año durante el embarazo o en el parto, dice UNICEF.
Esos datos y cifras, serán de supremo regocijo y encanto para los multiculturalistas, pero lo que soy yo, un humanista secular, no puedo más que lamentarme por esta situación y denunciarla con todas mis fuerzas.