Algunos comentaristas del blog me han dicho que no creen que mi visión sobre el multiculturalismo sea completamente acertada.
Creo que Santiago Montenegro, al retomar la definición que Aristóteles hacía de justicia (“tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales”) en su Ética a Nicomaco, describe muy bien lo que yo entiendo por multiculturalismo, lo cual, por supuesto, me parece una aberración:
En mi opinión, con la frase en su conjunto, Aristóteles define un concepto de justicia que consiste en darle a cada quien lo que se merece de acuerdo con su posición social: a los esclavos lo de los esclavos, a las mujeres lo de las mujeres, a los comerciantes lo de ellos, y a los hombres aristócratas el poder y una vida de goces y placer cuando no estaban cazando o haciendo la guerra. Hay equidad, pero sólo en el interior de cada clase social o dentro de cada estamento. Pero vista a la luz de toda la sociedad, la desigualdad global que resulta es total. Así, el concepto aristotélico de justicia es una apología absoluta de la iniquidad y debe ser enfáticamente rechazada.
Sólo hay que cambiar “esclavos”, “mujeres” y “comerciantes” por distintas minorías culturales que violan la ley impunemente -y en ocasiones violan impunemente incluso derechos humanos- gracias a esta forma retrógrada y anodina de entender la “igualdad”… que sería la igualdad entre una comunidad y otra y no entre un individuo y los demás.
Aún así, creo que la definición que nos proporcionó Mansoor Hekmat es lo más certera y precisa posible: el multiculturalismo es una “cubierta para crear un apartheid jurídico integral, social, intelectual, emocional, geográfico y civil entre los habitantes de un país basado en las diferencias de raza, etnia y religión. Su resultado es la creación de comunidades pequeñas, cerradas y reaccionarias”.