No sé si le habrá pasado a alguien más, pero la noción que tiene Noam Chomsky de propaganda y de los medios de comunicación me parece no sólo arcaica y anacrónica, sino también utilitarista, anticientífica y degradante.
Es como si el mismísimo Goebbels estuviera hablando:
Detengámonos ahora en las doctrinas que se han elaborado para imponer las modernas formas de democracia política. Se exponen con bastante precisión en un importante manual de la industria de relaciones públicas, obra de una de sus figuras más descollantes, Edward Bernays. Arranca con la observación de que “la manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones establecidos de las masas es un componente importante de la sociedad democrática”. Para llevar adelante esta tarea esencial, “las minorías inteligentes deben utilizar la propaganda constante y sistemáticamente”, porque sólo éstas “comprenden los procesos mentales y las pautas sociales de las masas” y pueden “mover los hilos que controlan la opinión pública”.
¿Que sólo las minorías comprenden los procesos mentales y las pautas sociales de las masas por lo que pueden mover los hilos que controlan la opinión pública? Pues si la opinión pública está controlada, ciertamente no es opinión. Y tampoco es que la propaganda consiga controlar la opinión pública.
No se puede desconocer que cada persona tiene un cerebro facultado para la recepción crítica de mensajes. Por eso los mensajes no pueden “estar hechos a la medida” para conseguir que las masas hagan lo que la minoría quiere. ¡Esto es una teoría de la conspiración!
La propaganda procura al liderazgo un mecanismo “para moldear el pensamiento de masas” de tal modo que “encaucen su recién ganada fuerza en la dirección deseada”. El liderazgo puede “uniformar todas las parcelas de la opinión pública tanto como el ejército uniforma los cuerpos de los soldados”. Este proceso de “ingeniería del consentimiento” es la mismísima “esencia del proceso democrático”, escribió Bernays poco después de que la Asociación Americana de Psicología lo homenajeara en 1949.
Por cierto, desde la década del 80 las teorías de los efectos perdieron validez y ahora se maneja el paradigma de la recepción crítica de los mensajes. Así que lo que haya dicho Bernays antes de 1980 -o cualquier otro- con respecto a los mensajes propagandísticos es completamente inútil -salvo para alimentar el odio contra Estados Unidos y Occidente-. No. El pensamiento no se uniforma ni siquiera en los salones de clase. Cada persona tiene una individualidad que hace imposible que todos reaccionen de la misma forma ante los mensajes.
Afirmar lo contrario, como hace Chomsky, no tiene ningún sentido, salvo que uno crea que las personas -sus lectores- son unos analfabetas funcionales descerebrados que lo único para lo que sirven es como engranajes de esa gran maquinaria llamada sociedad… claro, si la sociedad fuera una máquina.
Tal como explica Bernays el problema, “con el sufragio universal y la escolarización universal … al final incluso la burguesía ha tenido miedo de la gente del pueblo. Pues las masas se prometían llegar a ser el rey”, tendencia que por fortuna se ha invertido —así se esperaba— conforme se han inventando y poniendo en práctica nuevos métodos “para moldear las mentalidad de las masas”
Esto es de un anticientífico impresionante. Aunque por supuesto ayuda saber que ese gran ícono de Chomsky, Bernays era sobrino de Sigmund Freud y se consideraba a sí mismo como un psicoanalista de las corporaciones con problemas.
Cuando una persona conocía a Bernays, no pasaría mucho tiempo hasta que el tío Sigmund fuera introducido en la conversación. Su relación con Freud estaba siempre al frente de su pensamiento y su consejo.
En su autobiografía de 1965, Biography of an Idea: Memoirs of Public Relations, Bernays escribió:
Karl von Weigand, corresponsal en el extranjero de los periódicos Hearst, un veterano en la interpretación de Europa y quien acaba de regresar de Alemania, nos estaba diciendo acerca de Goebbels y sus planes de propaganda para consolidar el poder nazi. Goebbels le había mostrado a Weigand su biblioteca de propaganda, la mejor que Weigand había visto nunca. Goebbels, dijo Weigand, estaba usando mi libro Crystallizing Public Opinion como base para su campaña destructiva en contra de los judíos de Alemania.
Creo que ya sé por qué siento que estoy leyendo a Goebbels cuando tengo la desagradable e infortunada experiencia de cruzarme con un texto de Noam Chomsky.
Al fin y al cabo, él retoma la misma basura pseudocientífica que le sirvió de base a Goebbels para armar el sistema de propaganda nazi y no es de extrañar que tenga su misma concepción sobre los demás seres humanos: piezas de engranaje.
Con razón cada vez me da más grima el dichoso Chomsky.