En un excelente artículo de JM Mulet, cuya lectura recomiendo, me entero de un artículo de Wilson da Silva sobre la triste, triste caída de Greenpeace:
Greenpeace fue alguna vez un amigo de la ciencia, ayudando a llamar la atención sobre la importante pero ignorada investigación ambiental. En estos días, es un canalla problemático de cobardes intelectuales intentando promover una agenda, sea cual sea la evidencia científica.
Fue una vez que el grupo civil más activo, independiente e inspirador para el medio ambiente. Ya fuera a bordo de zodiacs navegando junto a las embarcaciones que transportan barriles de desechos tóxicos que se vierten en el mar abierto, o las campañas contra los CFC’s y HFC’s que estaban agotando la capa de ozono, Greenpeace hacía un trabajo admirable.
Pero en la última década, Greenpeace abandonó el rigor de la ciencia. Cuando la ciencia ha sido inconveniente, Greenpeace elige dogma. Razón por la cual tiene una política de tolerancia cero en materia de energía nuclear, no importa cuán imperativa sea la necesidad de eliminar el carbón y el gas de la producción de electricidad. O por qué inflexible en cuanto a que la agricultura orgánica es la única manera de avanzar para la agricultura, cuando la orgánica no puede alimentar a la población mundial en la actualidad.
Y por qué, en las primeras horas del 14 de julio, un grupo de manifestantes de Greenpeace irrumpió en una estación experimental de CSIRO Plant Industry en Ginninderra, al norte de Canberra, y destruyó toda la cosecha -de media hectárea- de trigo genéticamente modificado.
Greenpeace siempre ha sido conocedor de los medios de comunicación, pero en la última década se ha convertido en una adicción, llevándolo a para poner en marcha campañas que generan mucha publicidad, pero tienen dudoso mérito: sean testigos de sus ataques en el 2007 al iPhone de Apple como tóxico y peligroso. Más tarde admitió que estos habían sido exagerados, y que habían atacado el iPhone con el fin de acaparar titulares.
El allanamiento a CSIRO también fue un montaje, con trajes de protección contra materiales peligrosos y la cámara de video siempre presente para registrar la acción.
No hay trigo transgénico que haya sido aprobado para el consumo humano en Australia, pero el CSIRO tenía permiso para llevar a cabo los ensayos. ¿Y qué era tan “tóxico” de esta variedad de trigo que tenía que ser destruido? Sus genes habían sido modificados para reducir su índice glucémico y aumentar el contenido de fibra, y crear pan y otros productos derivados del trigo que mejorarían la salud intestinal y el valor nutricional.
Greenpeace ha perdido su camino. Su antiguo esplendor se basaba en la justicia de sus acciones en apoyo de la evidencia real de cómo la humanidad estaba fracasando en el cuidado del medio ambiente. Ahora es una falange triste, dogmática y reaccionaria de los extremistas anti-ciencia que no se preocupan por la evidencia, sino por la publicidad.
Al parecer no quedan grupos ambientalistas que puedan ser a la vez serios y mundialmente reconocidos. Esa es la mejor prueba de que hemos fallado en el cuidado del medio ambiente.