Esta noticia normalmente me alegraría el día, pero que ponga a los multiculturalistas a morderse los codos, la hace invaluable.
Resulta que unos niños indígenas del Amazonas recibieron computadores portátiles:
Los menores, que habitan en una de las zonas más apartadas de la Amazonia colombiana, vieron por primera vez un computador, dotado con un ratón que hace figuras y unas teclas amplias que les permiten escribir en español y en su propia lengua.
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Los primeros cinco equipos portátiles que se conocen en esta zona remota fueron llevados por el programa Computadores para Educar, que cumple diez años entregando estas herramientas a niños en todo el país, con el ánimo de que puedan interactuar con otras culturas.
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El día de la entrega, mientras unos manipulaban el computador, otros optaron por tomar clases de robótica que el programa ofreció. Eloísa Montes, indígena de 10 años, admite que “es maravilloso tener un computador, jugar y hacer dibujos, pero todos queremos conocer qué es Internet”.
Ese es un trabajo para Compartel, la empresa que debe garantizar el servicio y la conexión de la red; una vez se logre, “se convertirá en la manera más útil de exhibir los productos y tradiciones ancestrales de las comunidades indígenas”, explica la viceministra de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, María Carolina Hoyos Turbay.
¡¡¡Ohhh, no!!! Occidente se está imponiendo con su idioma, sus creencias e impuros paradigmas sobre una inocente cultura indígena impoluta, apolínea, limpia, diversa y rica, en la que todo es naturaleza y vivir en armonía y libre de problemas, como los Na’vi de Avatar… salvo que no lo es:
El primer contacto con un computador puede convertirse en una experiencia única, sobre todo si se carece de acceso a servicios básicos como la salud, el agua y la electricidad.
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Hubo sonrisas y también asombro en los rostros de estos niños que estudian en dos salones estrechos de la escuela Toribia Ríos, cuyo objeto más moderno es un tablero acrílico; la humedad de la selva, que los acompaña también en clases, carcome sus pupitres metálicos.
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“De las nueve escuelas que hacen parte de la institución San Juan Bosco, Toribia Ríos es una de las más pobres. Para instalar los portátiles debimos reacondicionar una sala que estaba en abandono total y ponerle chapas de seguridad”, cuenta Nelly del Carmen Zamudio, rectora del plantel educativo.
Paradójicamente, no hay electricidad permanente; sólo llega dos horas al día, cuando hay. A veces pasan semanas sin luz y la Internet es apenas un concepto vago en esta zona. Aun así, hay antenas de televisión por cable en los jardines de las malokas.
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De la escuela a la carretera principal hay casi cuatro horas de camino. Muchos indígenas en busca de agua emprenden descalzos su recorrido hacia la vía pavimentada; los carros no existen, las bicicletas son exclusivas y lejos del río más grande del mundo, hay 500 personas que pagan por una gota de agua potable.
No sólo apoyo que se le esté facilitando el acceso a la tecnología a los niños de esta cultura, sino que también considero que es uno de los primeros pasos para acabar con el analfabetismo digital que sufre el país.