En el artículo Lente Escéptico: Mahatma Gandhi, que saca a la luz al verdadero Mohandas Gandhi, despojado de todo halo publicitario, mencioné el libro The Gandhi Nobody Knows de Richard Grenier, que era una crítica a la película apologética y hagiográfica Gandhi, dirigida por Richard Attenborough y protagonizada por Ben Kingsley; largometraje que ha servido para magnificar aún más el mito del líder indio. En Internet se pueden encontrar fragmentos del libro que fueron publicados por la revista Commentary, en la que Grenier era crítico de cine:
Tuve el gran honor de asistir a un pre estreno privado de Gandhi con una audiencia de invitados del Consejo Nacional de Iglesias. Al final de la película de tres horas apenas había, como se suele decir, un ojo seco en la casa. Cuando se encendieron las luces caí en una conversación con una joven que observó, con reverencia, que las últimas palabras de Gandhi fueron “Oh, Dios”, lo que me hizo comentar con pesar que el verdadero Gandhi no había hablado en inglés, sino que había llorado, ¡Hai Rama! (“Oh, Rama”). Bueno, Rama era Dios en indio, ella contestó, con lo que me sentí obligado a explicar que, por desgracia, Rama, en conjunto con sus tres medio-hermanos, representaba la séptima reencarnación de Vishnú. La joven, que parecía haber estado bajo la impresión de que el hinduismo es el cristianismo bajo otro nombre, de alguna manera sintió que se había topado con un espíritu que no era de su agrado, y terminó la conversación.
En una cena poco después, un amigo mío, que había visitado India muchas veces e incluso se había tomado la molestia de aprender hindi, objetó enérgicamente que la imagen de Gandhi que se desprende de la película es groseramente inexacta, omitiendo, como uno de los muchos ejemplos, que cuando la esposa de Gandhi moría de neumonía y los médicos británicos insistieron en que una inyección de penicilina podría salvarla, Gandhi se negó a que este medicamento extranjero fuera inyectado en su cuerpo y simplemente la dejó morir (Cabe señalar que cuando Gandhi contrajo malaria poco después aceptó para sí mismo el medicamento extranjero quinina, y que cuando él tenía apendicitis permitió que los médicos británicos le realizaran la indignación extranjera de una apendicectomía). Todo esto produjo un mugido melancólico de un editor de un periódico importante y un recalcitrante, “Pero aún así…” preferiría explicar las cosas más sustancialmente que un mugido melancólico, pero no hay duda de que eso significaba que el editor en cuestión sentía que incluso si el verdadero Mohandas K. Gandhi había sido diferente del Gandhi de la película habría sido bueno si hubiera sido como el Gandhi-de-película, y que la presentación de él en esta forma sin duda falsa, era hermosa, impactante, y quizás socialmente beneficiosa.
Un paso importante en la canonización de esta película de Gandhi, fue tomado por el New York Film Critics Circle, que no sólo concedió a la película su premio como mejor película de 1982, sino que concedió a Ben Kingsley, quien interpretó a Gandhi (un desempeño extraordinariamente bueno), el premio al mejor actor del año. Pero no puedo creer por un segundo que estos premios fueran hechos de forma independiente al contenido de la película -que, de no poner un punto demasiado fino en él, es un llamamiento total al pacifismo- ni en nada más que en la ignorancia más vergonzosa sobre el Gandhi histórico.
Ahora bien, no me molesta que Shakespeare omitiera de su King John la firma de la Carta Magna – de lejos el acontecimiento más importante en el reinado de Juan. Todas las “historias” de Shakespeare están llenas de errores e invenciones. Hablando ahora sobre el cine y los tiempos más recientes, es difícil para mí manejar la gran indignación por el hecho de que ni el Acorazado Potemkin de Eisenstein ni su Octubre narran episodios históricos en algo parecidos a la forma en que realmente ocurrieron (la famosa marcha sobre el Guardia Blanca por las escaleras de Odessa -artísticamente una de los mejores secuencias en la historia del cine- simplemente no tuvo lugar). Mientras nos acercamos al presente, sin embargo, el problema se vuelve mucho más difícil. Si la Unión Soviética fuera a hacer una película artísticamente maravillosa sobre la entrada de los tanques rusos en Praga en 1968 (un evento que sucede que atestigüé), y los mostrara siendo recibidos con flores por una población agradecida, a los checos bailando con alegría en las calles , no garantizo que mantendría mi sereno distanciamiento. Mucho depende de si los hechos históricos representados en la película tienen la intención de ser tomados como sustancialmente ciertos, y también de si -nos separaran varias décadas o si hubieran ocurrido ayer- fueran considerados como que tienen un impacto directo en los cursos de acción ahora abiertos para nosotros.
En mi segunda visualización de Gandhi, esta vez en una exhibición pública al final de la temporada de Navidad, se me ocurrió salir del cine tras tres adolescentes, al parecer de una de las escuelas privadas de moda de Manhattan. “Gandhi era más o menos un FDR”, opinó una, casi sorprendiéndome tanto por su uso relajado de las iniciales para invocar a un presidente que murió casi un cuarto de siglo antes del nacimiento de ella como por la naturaleza estupefaciente de la comparación. “Pero él era una figura religiosa, también”, la corrigió una de sus amigas, añadiendo un poco con aire de suficiencia: “No está en nuestra tradición histórica honrar a los líderes espirituales”. Puesto que sus maestros evidentemente no la habían llevado a considerar a Jonathan Edwards y a Roger Williams como líderes espirituales, por no hablar de Joseph Smith y William Jennings Bryan, la insinuación parecía ser que somos una sociedad con valores espirituales más pobres que, digamos, la India. No puede haber ninguna duda, en todo caso, que las chicas sentían que les acaban de mostrar el Gandhi histórico – una actitud compartida por Ralph Nader, que en la última cuenta había visto la película tres veces. Nader ha concebido la noción más extraordinaria de que la burla simbólica de Gandhi al impuesto británico sobre la sal era “un tema de consumo”, que luego se expandió en el tema más amplio de la independencia india. Un paralelo moderno del programa de Gandhi del hilado casero y tejido en casa, otro “tema de consumo”, dice Nader, podría ser el uso de la energía solar que nos libre de las “grandes corporaciones multinacionales de petróleo”.
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Como es el caso, el gobierno de la India admite abiertamente haber proporcionado un tercio de la financiación de Gandhi con fondos del Estado, directamente del Tesoro Nacional – y después de estudiar de cerca el producto final no me sorprendería ni un poco escuchar que fue del 100 por ciento. Si Pandit Nehru es retratado halagadoramente en la película, vale la pena que recordar que el mismo Nehru hizo parte de las conferencias del guión inicial (él al principio quería que Gandhi fuera representado por Alec Guinness) y que su hija Indira Gandhi, después de todo, es Primera Ministra de la India (aunque no tiene relación con Mohandas Gandhi). El guión fue revisado y revisado de nuevo por los funcionarios de la India en todas las etapas, a menudo por la Primera Ministra en persona, con estrechas consultas sobre la trama e, incluso sobre el reparto. Si la película contiene un retrato particularmente venenoso de Mohammed Ali Jinnah, el fundador de Pakistán, la respuesta india, supongo, sería que si los paquistaníes quieren un retrato atractivo de Jinnah que paguen por su propia película. Un amigo mío, altamente sofisticado en cuestiones políticas pero inocente acerca de la industria del cine, declaró que Gandhi debería ser precedida por el aviso: La siguiente película es un anuncio político pagado por el gobierno de la India.
Gandhi, entonces, es una gran historia piadosa, históricamente moral, centrada en un santurrón, el desinfectado Mahatma Gandhi limpio de cualquier cosa demasiado vergonzosamente hindú (la palabra “casta” no se menciona de un extremo de la película al otro) ni, de hecho, de la mayoría del resto de la vida de Gandhi, mucha de la cual disminuiría drásticamente su santidad a los ojos occidentales. Hay pocos indicios de que la India de hoy ha seguido los preceptos de Gandhi en algo. Hay muy poco, de hecho, para indicar que India es incluso India. El espectador se da cuenta de que el escenario es el subcontinente indio, porque hay miles de extras vestidos con saris y dhotis. Los personajes hablan en este pintorescos acento de Peter Sellers. Tenemos tomas ocasionales de la santa pobreza de la India, chozas santas, algunos paisajes, muchos de ellos fotografiados muy bellamente, para aquellos que gustan de viajar. Tenemos a un personaje llamado Lord Mountbatten (último virrey de la India), una heterogénea periodista americana (retomada de Vincent Sheehan, William L. Shirer, Louis Fischer, y la ficción pura), un personaje llamado simplemente “Virrey” (probablemente otro heterogéneo); un conjunto de los seguidores indios de Gandhi con el nombre de uno de ellos (Patel), y, por supuesto, Nehru.Eché mucho de menos a la fabulosa Annie Besant, la esposa de aquel clérigo inglés, que se volvió ateo, se convirtió en Teo-sofista, convertido en nacionalista indio, que en realidad se volvió presidente del Congreso Nacional Indio y tuvo una fantástica pelea con Gandhi, convirtiéndose en su feroz oponente. Y si los productores sintieron que tenían que trabajar en un pequeño papel para una estrella estadounidense que agregar atractivo a la película en los Estados Unidos, es positivamente vergonzoso que hubieran traído a la fotógrafa Margaret Bourke-White, una persona sin ninguna importancia en la vida de Gandhi y un papel que Candice Bergen interpreta con una untuosidad repelente. Si los cineastas hubieran estado interesados en el drama y no en la hagiografía, es difícil ver cómo podrían haberse resistido la confrontación impresionante entre Gandhi y, sí, Margaret Sanger. Porque los dos se reunieron. Ahora, fue una reunión entre Oriente y Occidente, y ¡que ganara la mejor persona! (Ella lo hizo. Margaret Sanger argumentó sus puntos de vista sobre el control de natalidad con tal vigor que Gandhi tuvo una crisis nerviosa).
Honestamente, no puedo decir que tenía ninguna expectativa razonable de que en la película se mostrarían escenas de bastante seguidoras adolescentes de Gandhi luchando “histéricamente” (la palabra fue usada) por el honor de dormir desnudas con el Mahatma y abrazar al desnudo septuagenario en sus brazos (Gandhi estaba “probando” su voto de castidad con el fin de ganar fuerza moral para su lucha poderosa con el Jinnah). Cuando se le dijo que había un hombre llamado Freud quien decía que, a pesar de su intención declarada, Gandhi podría estar en realidad disfrutando de las caricias de la chicas desnudas, Gandhi continuó haciéndolo sin inmutarse. Ni, francamente, tenía la esperanza de ver a Gandhi dando enemas a diario a todas las jóvenes en sus ashrams (su saludo diario era: “¿Han tenido un buen movimiento intestinal esta mañana, hermanas?”), ni ver a las chicas dándole a él su enema diario. Aunque Gandhi parece haber escrito menos sobre la autonomía de la India de lo que lo hizo acerca de los enemas, los excrementos, y la limpieza de letrinas (“El baño es un templo. Debe ser tan limpio y atractivo que cualquiera disfrutara comiendo ahí”), confieso que este tipo de escenas podrían plantear problemas para un director occidental.
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Gandhi, por tanto, la película, este anuncio político pagado por el gobierno de la India, está organizado en torno a tres ejes: (1) El antirracismo – todos los hombres son iguales sin importar raza, color, credo, etc; (2) el anticolonialismo, que en términos actuales se traduce en apoyo al Tercer Mundo, incluyendo, más eminentemente, a la India; (3) la no-violencia, presentada como un pacifismo absolutista. Hay otros preceptos, secundarios y subrepticios. Gandhi es retratado como la quintaesencia de la tolerancia (“Yo soy un hindú y un musulmán y un cristiano y un judío”), de la amistad básica a Gran Bretaña (“Los británicos han estado con nosotros durante mucho tiempo y cuando salen queremos que se vayan como amigos “), de la devoción a su esposa y familia. Su voto de castidad es representado como algo desinteresado y santo, algo así como el celibato del clero católico. Pero, sobre todo, la vida de Gandhi y sus enseñanzas se presenta como poseedora de gran importancia para nosotros hoy. Debemos aprender de Gandhi.
Me propongo demostrar que la película distorsiona grotescamente tanto la vida de Gandhi como su carácter hasta el punto de que no es más que un piadoso fraude, y un fraude de la forma más atroz. Trilladas mentiras indias como que “los británicos siguen tratando de destruir a la India” (como si Gran Bretaña no le hubiera dado a la India una unidad que nunca había disfrutado en la historia), o que los británicos crearon la pobreza india (una pobreza que no sólo había existido desde tiempos inmemoriales, sino que había sido considerada sagrada), casi pasan desapercibidas en la marea de adulación a nuestro santo ficticio. Gandhi, sin duda, fue un hindú devoto, fue mucho más incoherente que la mayoría de hombres públicos. Eruditos en sánscrito me dicen de plano que la contradicción con uno mismo es aún considerado como un elemento de “retórica sánscrita”. Tal vez se piensa que demuestra profundidad.
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Gandhi se levantaba temprano, por lo general a las tres y media, y antes de su primer movimiento intestinal (durante el cual recibía visitantes, aunque posiblemente no a Margaret Bourke-White), pasaba dos horas en meditación, escuchando su “voz interior”. Ahora, Gandhi era un individuo muy vocal, y además de pasar una hora diaria en una caminata vigorosa, otra hora, haciendo girar a su primitiva rueda de spinning, una hora más en oraciones, una hora más recibiendo masajes desnudo por adolescentes, y muchas horas decidiendo cosas tales como los asuntos de Estado, produjo un número bastante inescrupuloso de artículos y discursos, y escribió un promedio de sesenta cartas al día.
Con todo, en realidad no es de extrañar que su voz interior le dijera cosas diferentes en diferentes momentos. Despreciando la consistencia y sin comprobar sus declaraciones anteriores, y sin embargo, inhumanamente obstinado acerca de su posición en cada momento, algunos indios de hoy (según V.S. Naipaul) consideran que Gandhi fue tan errático e impredecible que pudo haber retrasado la independencia india por veinticinco años.
Gandhi era un hombre muy difícil con quien trabajar. Él no tenía socios, sólo discípulos. A los miembros de sus ashrams, les dicataba cada minuto de su día, y no solamente cada bocado de alimento que debían comer, sino cuándo debían comérselo. Sin haber oído jamás hablar de una proteína o una vitamina, se consideraba un experto de la dieta, como en la mayoría de las cosas, y estaba experimentando constantemente. Una vez, cuando cayó enfermo, se encontró que había estado viviendo siguiendo una dieta de mantequilla de maní y limonada; los médicos británicos lo llamaron desnutrición. Y Gandhi tenía una confianza aún mayor en sus habilidades como “médico naturista”, prescribiendo curaciones obligatorias para sus ashramitas, tales como estiércol de vaca seco en polvo y mezclas que contenían diversos estiércoles de vaca (la vaca, por supuesto, es sagrada para los hindúes). Y para aquellos que realmente amaba les daba enemas – pero de nuevo, por desgracia, no a Margaret Bourke-White. Que es una lástima, en realidad. Para alguien que admira el trabajo de Candice Bergen como yo lo hago, habría sido interesado ver cómo habría experimentado ella esta beatitud. La escena podría haber vivido en la historia del cine.
Hay 400 biografías de Gandhi, y sus escritos se extienden a través de 80 volúmenes, y ya que él vivió hasta los setenta y nueve, y rara vez se calló, hay, como ya he dicho, algunas inconsistencias. Los autores de esta película incluso reconocen en un pequeño aviso introductorio que han hecho una película solamente fiel al “espíritu” de Gandhi. Por mi parte, no tengo la intención elegir a través de los escritos de Gandhi para hacer que se vea como Atila el Huno (aunque la idea es tentadora), sino que quiero dar un justo equilibrio, una ponderación balanceada de sus puntos de vista, haciendo hincapié sobre todo en sus acciones, y sobre lo que él le dijo a otros hombres que hicieran cuando el momento de la acción hubiera llegado.
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Antirracismo: el lector habrá notado que en la comunidad actual de naciones Sudáfrica es un paria. Por lo tanto, es una pieza absolutamente increíble la buena fortuna de Gandhi, quien era el hijo del Primer Ministro de un pequeño principado indio y quien se recibió como abogado en la barra del Middle Temple de Londres, que hubiera comenzado su ascenso a la grandeza como miembro de la pequeña comunidad india en, precisamente, Sudáfrica. Natal, entonces una colonia separada, quería limitar la inmigración india y, como parte del programa de gobierno, le ordenó a los indios llevar documentos de identidad (una acción, no sin semejanzas con medidas que se estudian en los EEUU hoy en día para controlar la inmigración ilegal). Las largas secuencias de apertura de la película se dedican al liderazgo de Gandhi en la lucha en contra de que los indios llevaran sus documentos de identidad (quemando sus tarjetas de registro), con buena cuenta de la expulsión de Gandhi de la sección de primera clase de un tren y a Gandhi cuando un grupo de blancos le pidió que se cambiara de acera. Esto inspiró al joven líder indio a hacer un llamado, en la película, a la armonía interracial para que las personas “vivieran juntas”.
Ahora, el momento es 1893, y Gandhi es de una “casta” hindú, y de una de las castas superiores. Aunque, más tarde, haría un llamado para mejorar la condición de los Intocables de la India, él no iba a tener ninguna duda seria sobre los fundamentos del sistema de castas durante otros treinta años, y aún así sus dudas, a mi modo de ver, fueron de menor importancia. En la a la India en la que Gandhi creció, y que había dejado sólo recientemente, algunas castas podían entrar en los patios de algunos templos hindúes, mientras que otras no podían. A algunas castas se les prohibió utilizar el pozo del pueblo. Otras se vieron obligadas a vivir fuera del pueblo, aún a otras a abandonar el camino cuando se aproximaba una persona de casta superior y perpetuamente a gritar, dando aviso, para que nadie fuera contaminado por su proximidad. Las complejidades infinitas de castas hindú por ley varían de algún modo, de región a región, pero en Madras, de donde la mayoría de los indios de Sudáfrica eran, mientras que un nayar podía contaminar a un hombre de casta superior sólo por tocarlo, los kammalans contaminaban a una distancia de 24 pies, los extractores de vino de palma a 36 pies, los pulayans y los cherumans a 48 pies, y los paraiyans comedores de carne de vaca – a 64 pies. A todas las castas y miles de sub-castas se les prohibió, sobra decirlo, casarse, comer, o participar en la actividad social más que con los miembros de su propio grupo. En la Gujarat natal de Gandhi un hindú de casta que hubiera sido contaminado por contacto tenía que realizar extensas abluciones rituales o purificarse a sí mismo bebiendo una bebida sagrada compuesta de leche, suero de leche, y (¿qué otra cosa?) estiércol de vaca.
Los hindúes de castas bajas, en definitiva, sufrieron humillaciones en su India natal, que la comparación con el porte de tarjetas de identidad en Sudáfrica era casi trivial. De hecho, Gandhi, hay que reconocérselo, haría campaña vigorosamente al final de su vida por la reducción de las barreras de casta en la India, una campaña casi invisible en la película, por supuesto, transmitida en sólo dos referencias rápidas, dejando a la audiencia con el patrocinio oficial aunque una noción históricamente sorprendente de que el racismo había sido introducido en la India por los británicos. Presentar al Gandhi de 1893, un hindú convencional de casta, de la India de castas en la que un paraiyan podía contaminar a 64 pies, como el campeón de la igualdad interracial es una de las hipocresías más descaradas que he encontrado en una película seria.
La película, además, no da el menor indicio de la actitud de Gandhi hacia los negros, y los espectadores de Gandhi, naturalmente, supondrían que, ya que el futuro Alma Grande se opuso a la discriminación en Sudáfrica contra los indios, también se opondría a la discriminación en Sudáfrica contra el pueblo negro . Pero esto no es así. Mientras que Gandhi, en Sudáfrica, luchó furiosamente para que los indios fueran reconocidos como súbditos leales del imperio británico, y que los disfrutaran de todos los derechos de los ingleses, él no tenía ningún interés por los negros. De hecho, durante una de las “guerras kaffir” se ofreció a organizar una brigada de indios para sofocar un levantamiento zulu, y fue condecorado por su valor bajo el fuego.
Porque, sí, Gandhi (el Sargento Mayor Gandhi) fue galardonado con la codiciada Medalla de Guerra de Victoria. Durante la mayor parte de su vida Gandhi tuvo la más desmesurada admiración por los soldados británicos, su sentido del deber, la disciplina y el estoicismo en la derrota (un rasgo que él mismo emulaba). Se maravillaba de que se retiraran con la cabeza en alto, como si fueran vencedores. Incluso hubo un momento de su vida cuando Gandhi, difícilmente distinguible del Gunga Din de Kipling, no quería nada tanto como ser un soldado de la reina. Dado que esto no está en consonancia con el “espíritu” de Gandhi, según lo decidido por Pandit Nehru e Indira Gandhi, naturalmente se omite de la película.
Anti-colonialismo: como casi siempre con las películas históricas, incluso las más honestas que Gandhi, el personaje histórico en que se basa la película no sólo es más complejo sino más interesante que el personaje que aparece en la pantalla. Durante su período en Sudáfrica, y por algún tiempo después, hasta que tuvo unos cincuenta años, Gandhi era ni más ni menos que un partidario imperial, reclamando para los indios los derechos de los inglesespero inquebrantablemente leal a la corona. Apoyó al imperio fervientemente en no menos de tres guerras: la Guerra de los Boers, la “Guerra Kaffir“, y, con el entusiasmo más extremo, la Primera Guerra Mundial. Si la mente de Gandhi fuera del tipo de la europea moderna, esto parece sugerir que su actitud posterior hacia Gran Bretaña fue el producto de un amor no correspondido: él había querido ser un inglés, Gran Bretaña lo había rechazado a él y a su pueblo; muy bien entonces, ellos tendrían su propio país. Pero esto implicaría un punto de “reevaluación agónica”, un momento en que las creencias políticas de Gandhi más fundamentales fueron reexaminadas y, después de la más amarga introspección, repudiadas. Pero yo he estudiado la literatura y no puedo encontrar el momento de amarga introspección. En cambio, escuchando su “voz interior” (que en el caso de los sacerdotes de todos los países habla a menudo en los tonos de santo oportunismo), Gandhi, simplemente, tranquilamente, sin anunciar ninguna ruptura brusca, partió en una nueva dirección.Se debe entender que es improbable que Gandhi alguna vez realmente concibiera el “convertirse” en un inglés, primero, porque era un hindú hasta la médula de sus huesos, y también, quizás, porque sus instintos democráticos eran bastante débiles. Era un hombre del más extremo, autocrático y tiránico temperamento, inflexible, incluso con respecto a cosas de las que no sabía nada, absolutamente intolerante de todas las opiniones salvo de las suyas. Fue, además, en el más alto grado reaccionario, no permitiendo en la India ningún cambio en la relación entre el señor feudal y sus campesinos o siervos, los ricos y los pobres. En su libro The Life and Death of Mahatma Gandhi, el mejor y menos hagiográfico de los estudios completos de su obra, Robert Payne, aunque admira a Gandhi en gran medida, explica el “nuevo rumbo” de Gandhi a su regreso a la India de Sudáfrica de la siguiente manera:
Él hablaba en términos generales, pero estaba buscando una sola causa, una única y dura tarea a la que dedicaría el resto de su vida. Quería repetir su triunfo en Sudáfrica en suelo indio. Soñaba con montar un pequeño ejército de hombres dedicados a su alrededor, dando órdenes severas y llevándolos a una meta casi inalcanzable.
Gandhi, en definitiva, fue un líder en busca de una causa. La encontró, por supuesto, en la autonomía de la India y, en última instancia, en la independencia.
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Estamos, pues frente a la aparente anomalía de un Gandhi que, en Gran Bretaña cuando estalló la guerra en agosto de 1914, inmediatamente contactó con la Oficina de Guerra, juró que se qeudaría del bando de Inglaterra en su momento de necesidad, y creó el Cuerpo de Voluntarios Indios, que podría haber comandado si no hubiera caído enfermo de pleuresía. En 1915, de regreso a la India, pronunció un discurso memorable en Madras, en el que proclamó: “He descubierto que el imperio británico tenía ciertos ideales de los que me he enamorado…” A principios de 1918, cuando la guerra en Europa entró en su crisis final, escribió al Virrey de la India, “tengo una idea de que si me convierto en su agentes de reclutamiento en jefe, yo podría lloverle hombres”, y proclamó en un discurso en Kheda que los británicos “aman la justicia, ellos han protegido a los hombres contra la opresión”. Una vez más, le escribió al virrey: “Yo haría que la India ofrezca a todos sus hijos sin discapacidad como un sacrificio al imperio en este momento crítico …” Para algunos de sus amigos pacifistas, quienes estaban horrorizados, Gandhi respondió apelando al Bhagavad Gita y a las interminables guerras recogidas en la épica hindú, el Ramayana y el Mahabharata, lo que incrementó el horror de los pacifistas, al declarar que los indios “siempre han sido guerreros, y el mejor himno compuesto por Tulsidas en honor de Rama le da el primer lugar a su capacidad de atacar al enemigo”.
Esto estaba en contradicción con la interpretación de las sagrada escrituras hindúes que Gandhi había ofrecido en ocasiones anteriores (y ofrecería más adelante), que era que no cuentan las luchas militares, sino las luchas espirituales; pero, algo raro en él, se esforzó por encontrar algún tipo de síntesis. “Yo no digo, ‘Vamos a matar a los alemanes'”, explicó Gandhi. “Yo digo: ‘Vamos a morir por el bien de la India y del imperio'”. Y sin embargo, a los dos años, habiendo llegado el momento swaraj (la autonomía), la voz interior de Gandhi volvió a hablar, y el líder habiendo encontrado su causa, Gandhi proclamó rotundamente: ‘”El imperio británico hoy en día representa el satanismo, y aquellos que aman a Dios pueden darse el lujo de no tener amor por Satanás”.
La idea de swaraj, originada por otros, se deslizó en la mente de Gandhi en forma gradual. Con una buena cantidad de disolución, Gandhi, más o menos, pasó por tres fases. En primer lugar, era totalmente pro-británico, y simplemente quería para los indios los derechos de los ingleses (como él los entendía). En segundo lugar, seguía siendo pro-británico, pero con la convicción de que, después de haber demostrado su lealtad al imperio, a los indios se les concedería un cierto grado de swaraj. En tercer lugar, a medida que el movimiento de autonomía cobró impulso, fue el swaraj, todo el swaraj, y nada más que el swaraj, y se volvió implacablemente en contra la corona. En la película por el contrario, él le causó a los británicos un sinfín de problemas en sus luchas durante la Segunda Guerra Mundial.
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Pero no se debe pensar por un segundo que el deseo finalmente en toda regla de Gandhi de separar a la India del imperio británico le dio la más mínima simpatía con otros pueblos coloniales que perseguían objetivos similares. A lo largo de toda su vida Gandhi se mostró la más espectacular incapacidad para entender o incluso acoger realmente a las personas diferentes a él – un rasgo que V.S. Naipaul considera específicamente hindú, y me inclino a estar de acuerdo. Al igual que Gandhi había sido totalmente indiferente con la situación de los negros de Sudáfrica (apenas se dio cuenta que estaban allí hasta que se rebelaron), ahora él era totalmente indiferente a otros asiáticos o africanos. De hecho, él se opuso firmemente a determinados movimientos árabes del Imperio Otomano, por razones de política interna de la India.
Al final de la Primera Guerra Mundial, los musulmanes de la India fueron absorbidos profundamente en lo que llamaron el movimiento “Khilafat” – “Khilafat” siendo su corrupción del “Califato”, el califa en cuestión siendo el sultán otomano. Además de su poder temporal, el Sultán del Imperio Otomano ocupó la posición espiritual del califa, líder supremo de los musulmanes del mundo y sucesor del Profeta Mahoma. Cuando la derrota de las potencias centrales (Alemania, Austria, Turquía), el Sultán era un prisionero en su palacio de Constantinopla, despojado de su autoridad tanto política como religiosa, y los musulmanes de la India se indignaron. Dio la casualidad de que los antiguos los pueblos del Imperio Otomano, principalmente árabes, estaban perfectamente felices de deshacerse de este califa, e incluso los turcos estaban contentos de haberse librado de él, pero esto no hizo ninguna impresión en absoluto en los musulmanes de la India, para quienes el tema era esencialmente un club para vencer a los británicos. Hasta este extraño momento histórico, los musulmanes indios también habían sentido poca lealtad real hacia el sultán otomano, pero ahora que él había caído, ¡los británicos lo habían hecho! ¡Los británicos se habían llevado su Khilafat! Y uno de los más fervientes partidarios de este movimiento musulmán indio era el nuevo líder hindú, Gandhi.
Nadie duda de que el período de formación de Gandhi como líder político fue su tiempo en Sudáfrica. A lo largo de historia los indios, divididos en 1.500 idiomas y grupos de dialectos (India hoy en día cuenta con 15 lenguas oficiales), tenían poco sentido de sí mismos como una nación. Los indios musulmanes y los indios hindúes se sentía tan cerca como los moros y los cristianos durante sus 700 años de convivencia en España. Además de que los hindúes estaban divididos en miles de castas y sub-castas, y también había parsis, sikhs, jainistas. Sin embargo, en Sudáfrica los funcionarios los habían puesto a todos juntos, y en la mente de Gandhi (otro de esos ejemplos de nacionalismo nacido en el exilio) creció la idea de la India como una nación, y la amistad entre musulmanes e hindúes se convirtió en una de las pocas posiciones de las que en realidad nunca se retractó. Así Gandhi -haciendo caso omiso de los árabes y los turcos- se convirtió en un partidario firme del movimiento Khilafat de nacionalismo indio estridente. Se había convertido en una figura nacional en la India por haber unificado a los 13.000 indios de todos los credos en Sudáfrica, y ahora estaba decidido a llegar a nuevas alturas por la unificación de cientos de millones de indios de todos los credos en la India. Sin embargo, este nacionalismo no fue del agrado de todos, especialmente de Tolstói, quien en sus últimos años llevó a cabo una curiosa correspondencia con el nuevo líder indio. Para Tolstói, el nacionalismo indio de Gandhi “lo echa todo a perder”.
En cuanto al “anti-colonialismo” del Estado nacionalista indio desde la independencia, Indira Gandhi, actual Primera Ministra de la India, oye una voz interior propia, parece, y esta voz interior le dijo que justificara la invasión soviética de Afganistán producida por maniobras de provocación por parte de los EEUU y China, así como que fuera el primer país fuera del bloque soviético en reconocer el gobierno títere de Hanoi en Camboya. Así que todo sencillamente depende de quién está colonizando a quién, y la voz de la señora Gandhi quizá le dice que la sujeción de Afganistán y Camboya a la dominación extranjera es colonialismo “defensivo”. Y el mensaje de la película de que Mahatma Gandhi, y por simple implicación India (el país para el que él interpreta el papel de Juana de Arco), han adoptado una postura sagrada e inmutable frente a la colonización de una nación por otra es sólo otra de sus hipocresías. Para la India, cuando se trata de colonialismo o anti-colonialismo, siempre ha sido realpolitik.
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La no-violencia: pero el verdadero centro y raison d’être de Gandhi es ahimsa, la no violencia, cuyo principio cuando se incorporó a vastas campañas de no cooperación con el gobierno británico el Mahatma lo llamó por un nombre extraño que se inventó él mismo, satyagraha, que significa algo así como “esfuerzo-por-la verdad”. En la parte clave de su vida, Gandhi dedicó mucho tiempo a explicar el significado moral y filosófico de ambas, de ahimsa y de satyagraha. Pero por mucho que la película desinfecta a Gandhi hasta el punto que uno podría confundirlo con un santo cristiano, y desinfecta India hasta el punto en que uno podría tomarla por Shangri-la, esto arrasa con las elucubraciones éticas y religiosas de Gandhi, sus complejidades, sus calificaciones, y por supuesto sus vacilaciones, lo que simplificando el proceso nos deja con nuestro viejo amigo europeo: el pacifismo. Es cierto que Gandhi estaba muy impresionado por el sermón de la montaña, su pasaje favorito de la Biblia, que leía una y otra vez. Sin embargo, a pesar de todo el valor inspirador del sermón, y su servicio como un ideal en las relaciones entre los seres humanos, ningún Estado cristiano, que haya sobrevivido ha basado sus políticas en el Sermón de la Montaña desde que Constantino declaró el cristianismo como la religión oficial del imperio romano. Y ningún Estado occidental moderno que sobrevive podría alguna vez basar su política en el pacifismo. Y ningún estado hindú nunca basará sus políticas en ahimsa. El propio Gandhi -aunque la película deshonestamente nos oculta esto- muchas veces reconoció que en una situación desesperada “se puede recurrir a la guerra como un mal necesario”.
Es una especie de anomalía que Gandhi, que es mantenido en el mito popular por ser un pacifista puro (un mito que los gobiernos de la India siempre han hecho un gran esfuerzo por mantener creyendo que reflejará su crédito en la propia India, y al que la película presente se adhiere ciegamente), no fue hasta que tuvo cincuenta años que se opuso a la guerra en absoluto. Como ya he señalado, en tres guerras, tan pronto como las cornetas sonaban, Gandhi no sólo daba su apoyo, sino que iba pidiendo a gritos las armas. ¡Para formar nuevos regimientos! ¡Para luchar! Para destruir a los enemigos del imperio yo unidad regular del ejército indio luché tanto en la Guerra de los Boers y la Primera Guerra Mundial, pero esto no fue suficiente para Gandhi. Quería levantar nuevas tropas, incluso de la pequeña colonia hindú en Sudáfrica, en el caso de las guerras Boer y Kaffir. Las autoridades militares británicas pensaban que realmente no valía la pena formar un cuerpo tan pequeño de indios como soldados, e incluso se resistían a a entrenarlos como un cuerpo auxiliar médico (“camilleros”), pero finalmente cedieron a los incesantes importunios de Gandhi. Como primera instrucción, el Cuerpo de Voluntarios de Indios no debía en realidad entrar en combate, pero Gandhi, firme, llevó a sus voluntarios indios al fragor de la batalla. Cuando el oficial al mando británico fue mortalmente herido durante un combate en la Guerra Kaffir, Gandhi -aunque era subcomandante de su Cuerpo- llevó la camilla del oficial él mismo al campo de batalla y por kilómetros sobre la sabana que hervía por el sol. La Medalla de Guerra del Imperio Británico no tenía su nombre en vano, y fue bien ganada en general.
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Cualquier persona que quiera vadear a través de las rumiaciones sin fin de Gandhi sobre himsa y ahimsa (la violencia y la no violencia) está invitado a hacerlo, pero es imposible para el lector escéptico evitar la conclusión, digamos en 1920, cuando swaraj (la autonomía) era toda la rabia y la voz interior de Gandhi comenzó a decirle que ahimsa era la cosa – que esta voz interna sabía de lo que estaba hablando. Con esto quiero decir que, aunque Gandhi habló con la lengua de los dioses hindúes y las sagradas escrituras, su voz interior tenía un fuerte sentido de la conveniencia. Gran Bretaña, aunque sólo sea en términos comparativos, era una nación moral, y la desobediencia civil no violenta era claramente la mejor manera y más eficaz de lograr la independencia de la India. Los escépticos, podrían no estar sorprendidos al enterarse de que a medida que la independencia se acercaba, la voz interior de Gandhi comenzó a cambiar de opinión. Se ha informado que Gandhi “medio -dio la bienvenida a” la guerra civil que estalló en los últimos días. Incluso un fratricida “baño de sangre” (palabra de Gandhi), sería preferible a los británicos.
Y de repente, Gandhi comenzó a aprobar la violencia de izquierda, de derecha y de centro. Durante los temibles disturbios en Calcuta, él le dio su aprobación a los hombres para “usar la violencia por una causa moral”. ¿Cómo iba a decirles que la violencia estaba mal, preguntó, “a menos que demuestre que la no violencia es más eficaz?” Gandhi bendijo a los nawab de Malerkotla cuando ordenó dispararle a diez musulmanes por cada hindú asesinado en ese estado. Gandhi le cantó alabanzas a Subhas Chandra Bose, quien, patrocinado por los nazis primero y luego por los japoneses, organizó en Singapur un ejército nacional indio con el que esperaba conquistar la India con el apoyo de Japón, estableciendo una dictadura totalitaria.Mientras tanto, después de la independencia en 1947, los ejércitos de la India que Gandhi había creado inmediatamente marcharon a la batalla, incorporando al estado de Hyderabad, por la fuerza y haciendo la guerra secesionista desde Cachemira contra Pakistán. Cuando Gandhi fue asesinado por un extremista hindú en enero de 1948 fue honrado por el nuevo estado con un gran funeral militar – que en mi opinión no fue inadecuado en ningún caso.
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Pero no es muy tenido en cuenta (ni esta película lo dirá) cuánta violencia se asoció con el llamado movimiento “no-violento” de Gandhi desde el puro principio. El poeta indio ganador del Premio Nobel, Rabindranath Tagore, había sentido una fuerte corriente de nihilismo en Gandhi, casi desde sus primeros días, y ya en 1920 escribió acerca de la “feroz alegría de la aniquilación” de Gandhi, que Tagore temía que condujera la India a orgías espantosas de devastación – que finalmente resultó ser el caso. Robert Payne ha dicho que había sin duda, un “ambiente poco saludable” entre muchos de los fanáticos seguidores de Gandhi, y que el hábito de Gandhi de ir hasta el borde de la violencia y luego retirarse de repente estaba lleno de peligros. “En asuntos de conciencia soy intransigente”, proclamaba Gandhi con orgullo. “Nadie puede hacerme ceder”. El juicio de Tagore fue definitivo. Todo lo que el podría venerar a Gandhi como un hombre santo, lo detestaba como político, y consideraba que sus campañas fueron casi siempre tan cercanas a la violencia que era completamente falso llamarlas no-violentas.
Por cada creyente verdadero de satyagraha, que además ha jurado no hacer daño al adversario, o incluso no levantar un dedo en su propia defensa, a veces había miles de corsarios indignados y hostigadores no obligados por ningún voto como ese. Gandhi, para ser justos, era consciente de esto, y nominalmente lo criticaba – pero nunca lo hizo con nada parecido a la consistencia mostrada en la película. La película lleva al público a creer que el primer “ayuno hasta la muerte” de Gandhi, por ejemplo, fue en protesta contra un acto de violencia bárbara, la masacre hecha por una muchedumbre india de un destacamento de agentes de la policía. Pero, en realidad, Gandhi reservó esta “arma definitiva” de su propuesta para prohibir una propuesta británica de 1931 que buscaba concederle a los intocables un “electorado independiente” en la legislatura nacional india – en efecto, una especie de programa de acción afirmativa para los intocables. Por razones que no he sido capaz de descifrar, Gandhi estaba totalmente en contra del proyecto, pero confieso que es otra escena que me gustaría haber visto en la película: Gandhi casi se muere de hambre para bloquear la acción afirmativa por los intocables.
Por lo que he podido descifrar, la preocupación principal de Gandhi en esta lucha en particular no eran ni siquiera los británicos. Sacándole provecho a la inmensa publicidad, él quería inducir a los hindúes, a que de la noche a la mañana, en medio de un éxtasis, y sin ninguno de estos legalismos británicos, a que “le abran sus corazones” a los intocables. Durante toda una semana la India hindú se vio envuelta en un delirio alegre. ¡Los intocables no seguirían siendo carroñeros y barrenderos! ¡Dejarían de estar prohibidos en los templos hindúes! ¡Dejarían de contaminar a 64 pies! Duró apenas una semana. Entonces las puertas del templo se cerraron de nuevo, y todo quedó como antes. Mientras tanto, sobre el apasionante tema de swaraj, Gandhi lloraba: “¡Yo no me estremecería por sacrificar un millón de vidas por la libertad de la India!” Los millones de vidas indias fueron sacrificadas en efecto, y en su totalidad. Cayeron, sin embargo, no ante las balas de los soldados británicos, sino ante los cuchillos y palos de sus compañeros indios en las salvajes carnicerías, cuando los británicos finalmente se retiraron.
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Aunque la película se burla de este razonamiento como el más débil de los pretextos, no puedo imaginar una persona imparcial estudiando el tema sin concluir que la preocupación por las minorías religiosas indias fue una de las razones principales por las que Gran Bretaña se quedó en India, durante todo el tiempo que lo hizo. Cuando finalmente se retiró, la muchedumbre sedienta de sangre se apoderó de las calles de un extremo de la India al otro, el grupo mayoritario en cada área, hindú o musulmán, matando a una minoría indefensa sin piedad en uno de los momentos más horribles de matanzas de la historia moderna.
La comparación está a la orden. En la famosa masacre de Amritsar de 1919, rodada en amoroso y elaborado detalle en la película de marras y tratado por los historiadores posteriores a la independencia india, como si se tratara de Auschwitz, las tropas Ghurka bajo el mando de un oficial británico, el general Dyer, dispararon contra una multitud desarmada de indios que desafiaban la prohibición y se manifestaban por la independencia de la India. Entre la multitud figuraban mujeres y niños, murieron 379 personas; todo fue muy horrible. Dyer fue juzgado por un consejo de guerra y destituido, pero el incidente perduró en gran medida en las conciencias británicas durante las siguientes tres décadas, produciendo un efecto de inhibición severa. ¡Nunca más el imperio británico cometería otro Amritsar, en ningún lugar.
Tan pronto como los opresores británico se fueron, sin embargo, los indios -esa gente tolerante y amable- se entregaron a una orgía de sangre. Las tropas entrenadas y con rifles Enfield no eligieron los objetivos a distancia. Los hindúes y los musulmanes enloquecidos por la sangre, corrían por las calles con navajas, decapitando a los bebés, apuñalando a las mujeres y a los ancianos. Es interesante que nuestra película no muestra nada de esto en cámara (la más antigua forma de manipular el juego en Hollywood). Todo lo que vemos es al viejo Gandhi, en duelo y de ayuno por supuesto, por estos informes de terribles disturbios. Y naturalmente, la película no susurra una pista en cuanto al número total de muertos, que podrían estropear el ambiente de alguna manera. El hecho es que nunca sabremos cuántos indios fueron asesinados por los indios durante las masacres de la Independencia del país, pero casi todos los estudios serios ubican la cifra de más de un millón, y algunos, como las fuentes de Payne, van hasta 4 millones. Por tanto, para aquellos que gustan de números redondos, los británicos mataron a unos 400 coloniales sediciosos en Amritsar y el nombre de Amritsar vive en la infamia, mientras que los indios podrían haber matado a unos 4 millones de sus compatriotas por la única razón de que eran de diferentes religiones y la gente piensa que su gran líder sería el tema de inspiración para una película. Ahimsa, como se puede ver, entonces, tuvo un efecto moral absolutamente tremendo cuando se utilizó contra Gran Bretaña, pero no sólo no habría funcionado contra la Alemania nazi (el reproche más evidente, y por supuesto muy cierto), sino, la ironía de la coronación, que prácticamente no tuvo efecto alguno cuando Gandhi trató de ponerlo en juego contra los indios violentos.
A pesar de este, en el mejor de los casos, registro remendado, los cineastas han recorrido un largo camino para implicar que este mismo principio de ahimsa -presentado en la película como la más pura forma de pacifismo- es universalmente eficaz, ayer, hoy, aquí, allá, en todas partes. No oímos hablar a Gandhi de que la guerra a veces es un “mal necesario”, sino sólo lo escuchamos anunciando -y más de una vez- que el “ojo por ojo deja la mundo ciego”. En una escena muy cerca del final de la película, escuchamos a Gandhi decir, como si fuera el resultado de una profunda reflexión: “Los tiranos y los asesinos pueden parecer invencibles en el momento, pero al final siempre caen. Piénselo. Siempre”. Durante la última escena de la película, tras el asesinato, Margaret Bourke-White está lamentándose por la muerte del Gran Alma con la hija de un almirante inglés llamada Madeleine Slade, en cuyo movimientos intestinales Gandhi tuvo el mayor interés (véase la correspondencia), y la señorita Slade comenta con incredulidad que Gandhi sentía que había fracasado. Entonces están ambas incrédulas por un momento, después de que la señorita Slade observa con tristeza: “Cuando más lo necesitábamos [presumiblemente refiriéndose a la Segunda Guerra Mundial], él le ofreció al mundo una manera de salir de la locura. Pero el mundo no la vio”. Luego escuchamos una vez más los disparos del asesino, el “Oh, Dios” de Gandhi, y por último, en caso de que las echáramos de menos por primera vez, las palabras de Gandhi (¿sobre las brillantes aguas del Ganges?): “Los tiranos y los asesinos pueden parecer invencibles en el momento, pero al final siempre caen. Piénselo. Siempre”. Este es el final de la película.
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Ahora bien, como es el caso, he estado pensando en tiranos y asesinos durante algún tiempo. Pero el hecho de que al final siempre caen nunca me ha dado mucho consuelo, en parte porque, al no ser un hindú y no esperar la reencarnación después de la reencarnación, simplemente no estoy preparado para esperar. Siempre se me ocurre que, mientras estoy esperando su caída, me podría hacer algo malo, como lanzarme en un horno de gas o enviarme a un Gulag. A diferencia de un hindú y sin adorar la estasis, también soy dado a preguntarme quién tumba a estos asesinos y tiranos y los hace caer, siendo muy arriesgado un proceso de esperar a que ellos y los regímenes que establecen simplemente mueran de vejez. El hecho de que en unas pocas reencarnaciones a partir de ahora, todos ellos se habrán convertido en polvo de alguna manera no parece sugerir una estrategia racional para hacer frente al problema.
Dado que la Madeleine Slade de la película específicamente nos invita a venerar el “camino que nos sacará de la locura” que Gandhi le ofreció al mundo en el momento de la Segunda Guerra Mundial, me encuentro en la vergonzosa obligación de grabar exactamente qué cursos de acción recomendaba el Alma Grande a las diversas partes involucradas en la crisis. Gandhi nunca escatimó en dar su consejo. De hecho, entre menos sabía él acerca de un tema, menos escatimaba.
Soy consciente de que para muchos no privilegiados que han visitado el antiguo Raj británico, los nombres de Gujarat, Rajasthan, y Deccan son simplemente palabras. Pero otros nombres, tales como Alemania, Polonia, Checoslovaquia, de alguna manera tienen un perfil más duro. El término “judío”, también, tiene un perfil bastante duro, y creo que todos los judíos sentados emocionalmente en la película Gandhi deben ser informados de los consejos que el Mahatma le ofreció a sus correligionarios cuando se enfrentaron al peligro nazi: deberían haber cometer suicidio colectivo. Si sólo los judíos de Alemania hubieran tenido el buen sentido de ofrecer sus gargantas voluntariamente a cuchillos de los carniceros nazis y se hubieran lanzado al mar desde los acantilados ellos habrían despertado la opinión pública mundial, Gandhi estaba convencido, y su triunfo moral sería recordado por “las generaciones por venir “. Si sólo hubieran rezado por Hitler (mientras sus gargantas eran cortadas, presumiblemente), ellos habrían dejado “rico patrimonio para la humanidad”. Aunque Gandhi había conocido judíos desde sus primeros días en África -en donde sus tres más acérrimos partidarios blancos eran judíos- él no aprobaba la poca frecuencia con que ellos amaban a sus enemigos. Y nunca se arrepintió de su recomendación de suicidio colectivo. Incluso después de la guerra, cuando la magnitud del Holocausto fue revelada, Gandhi le dijo a Louis Fischer, uno de sus biógrafos, que los judíos habían muerto de todos modos, ¿no? Ellos bien podrían haber muerto significativamente.
Los puntos de vista de Gandhi sobre la crisis europea no eran del todo consistentes. Él se opuso vigorosamente a Munich, desconfiando de Chamberlain. “Europa ha vendido su alma por el bien de la existencia de siete días en la tierra”, declaró. “La paz que Europa ganó en Munich es un triunfo de la violencia”. Pero cuando los alemanes se movieron al corazón de Bohemia, él volvió a instar a la resistencia pacífica, exhortando a los checos a salir sin armas, contra la Wehrmacht, pereciendo gloriosamente – suicidio colectivo otra vez. Hizo que Madeleine Slade elaborara dos cartas al presidente Eduard Beneš de Checoslovaquia, dándole instrucciones en la correcta realización del satyagrahi checoslovaca cuando se enfrentara a los nazis.
Cuando Hitler atacó a Polonia, sin embargo, de repente Gandhi apoyó la resistencia militar del ejército polaco, que calificó de “casi no violenta”. (Si esto suena como un doble discurso, sólo puedo instar a los lectores a leer a Gandhi). Él parecía en ese momento tener una opinión más bien baja de Hitler, pero cuando las divisiones de panzers de Alemania giraron hacia el oeste, los ejércitos aliados se derrumbaron bajo el ataque feroz, y los buques ingleses corrían a través del Estrecho de Dover desde Dunkerque, él escribió furiosamente al Virrey de la India: “Este matanza humana se debe detener. Usted está perdiendo; si persiste, sólo dará lugar a mayores derramamientos de sangre. Hitler no es un hombre malo…”
Gandhi también escribió una carta abierta al pueblo británico,, instándolos apasionadamente a rendirse y aceptar el destino que Hitler había preparado para ellos. “Déjenlos tomar posesión de su hermosa isla, con sus muchos edificios hermosos. Ustedes les darán todo esto, pero no sus almas, ni sus mentes”. Puesto que nada de esto tuvo el efecto deseado, Gandhi, al año siguiente, dirigió una carta abierta al príncipe de las tinieblas, Adolf Hitler.
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La escena debe ser representada. A finales de diciembre de 1941, Hitler estaba en el pináculo de su poder. Sus ejércitos, invictos -en todo lado- dominaban Europa desde el Canal Inglés hasta el Volga. Rommel había entrado en Egipto. Los japoneses habían llegado a Singapur. La Flota del Pacífico de EEUU yacía en el fondo de Pearl Harbor. En este momento, magníficamente elegido, Mahatma Gandhi intentó convertir a Adolf Hitler a los caminos de la no violencia. “Querido amigo”, comienza la carta, y procede a un apremiante llamamiento a el Führer a abrazar a toda la humanidad “sin distinción de raza, color o credo”. Cada admirador de la película Gandhi debería ser obligado a leer esta carta. Sorprendentemente, no se sabe que haya tenido un impacto profundo en Hitler. Gandhi estaba, sin duda decepcionado. Él se quejó, realmente muy deprimido, pero sabía que tenía razón. Cuando los japoneses, habiendo abierto paso a través de Birmania, amenazaron a India, la estrategia de Gandhi fue dejarlos que ocuparan tanto de la India, como quisieran y luego “hacerlos sentir no deseados”. Su manera de ayudar a sus “amigos” británicos fue, en uno de los peores puntos de la guerra, poner en marcha grandes campañas de desobediencia civil en contra de ellos, paralizando parte de sus esfuerzos para defender a India de los japoneses.
Aquí, entonces, está su líder, ¡Oh seguidores de Gandhi!: un hombre que pensó que el corazón de Hitler se fundiría por un llamamiento a olvidar la raza, el color y el credo, y que estaba seguro de que los sentimientos de los japoneses se verían heridos si se sentían no deseados. En cuanto a estadistas de clase mundial se refiere, ese no es un récord muy bueno. Madeleine Slade estaba en lo cierto, supongo. El mundo ciertamente no escuchó a Gandhi. Tampoco, por cierto, ha el gobierno de la India moderna, escuchado a Gandhi. Aunque todos los políticos de la India de todos los partidos políticos dicen ser seguidores de Gandhi, la India ha librado tres guerras alegremente contra Pakistán, una en contra de China, e incluso invadieron y se apoderaron de la pequeña e indefensa Goa, y todo ello sin un murmullo de una sombra de un pensamiento sobre ahimsa. Y, por supuesto, India cuenta ahora con armas atómicas, una técnica de satyagraha si es que alguna vez hubo una.
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Estoy seguro de que casi todo el mundo que ve la película Gandhi es consciente de que, desde un punto de vista religioso, el Mahatma fue lo que se dice un “hindú” – pero no creo que uno de cada mil tenga la más remota idea de las creencias fundamentales de la religión hindú. El ejemplo más simple es el uso de Gandhi de la palabra “Dios”, que, para los miembros de las grandes religiones occidentales -el cristianismo, el judaísmo y el Islam, todos relacionados entre sí- significa un dios personal, una divinidad. Sin embargo, cuando Gandhi dijo “Dios” en inglés, sólo estaba traduciendo del gujarati o hindi, y de la cultura hindú. Gandhi, de hecho, simplemente no creía en un Dios personal, y escribió en tantas palabras, “Dios no es una persona… sino una fuerza, el poder misterioso indefinible que lo impregna todo; un poder viviente que es el amor…” Y la definición favorita de Gandhi de Dios, que se repite miles de veces, fue,” Dios es la Verdad “, que reduce a Dios a algún tipo de principio abstracto.
Al igual que todos los hindúes, Gandhi también creía en la “Gran Unidad” según la cual todo es parte de Dios, es decir, no sólo tú y yo y todos los demás, sino todo ser viviente, cada criatura muerta, cada planta, la jarra de leche, la leche en la jarra, el vaso en el que la leche se vierte… Después de todo lo cual, de repente podía aparecer con una declaración de que Dios es “el Creador, el Legislador, un Señor celoso”, frases que había recogido probablemente de la Biblia y, con fluidez hindú, sentía que podía lanzar con el fin de abarcar más de la Gran Unidad. Así que cuando Gandhi dijo: “Yo soy un hindú y un musulmán y un cristiano y un judío”, eso fue (desde un punto de vista occidental) doble discurso hindú. Los hombres santos hindúes, algunos de ellos reformistas como Gandhi, se han de hecho incluso “convertido” al Islam, al cristianismo, o a lo que sea, para adorar diferentes “aspectos” de la Gran Unidad, antes de reconvertirse al hinduismo. Ahora bien para los cristianos, fastidiosos en materia de doctrina, un hombre que se convierte al islam es un apóstata (o viceversa), pero un hindú es un hindú es un hindú. Para experimentar de mejor forma la Gran Unidad, muchos santos hindúes creen que ellos deberían ser mujeres tanto como hombres, y uno muy famoso incluso afirmó que podía menstruar (le ahorraré al lector los detalles).
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En esta era ecuménica, es muy difícil de librar a los occidentales de la noción de que los devotos de todas las religiones, después de todo, adoran ” al Dios único” . Pero Gandhi no adoró al único Dios. Él no adoraba al Dios de la misericordia. No adoraba al Dios del perdón. Y esto por la sencilla razón de que los conceptos de la misericordia y el perdón están ausentes en el hinduismo. En el hinduismo, los hombres no oran a Dios por el perdón, y los pecados del hombre son perdonados nunca – de hecho, no hay nadie allí para conceder el perdón. En su próxima vida puede nacer siendo alguien más alto en la escala de castas, pero en esta vida no hay esperanza. Gandhi, un verdadero hindú, no creía en el alma inmortal del hombre. Él creía con cada onza de su ser en el karma, una serie, tal vez una larga serie, de reencarnaciones, y al final, con gran fortuna: mukti, la liberación del sufrimiento y la necesidad de la regeneración, la nada. Gandhi escribió una vez a Tolstói (de entre todas las personas) que la reencarnación explica “razonablemente los muchos misterios de la vida”. Así, si hoy los hindúes siguen tratando a un intocable como apenas humano, se cree que esto es perfectamente correcto y apropiado por sus acciones en vidas anteriores. Como puede verse, el hinduismo, por su teología misma, con su triada sagrada de karma, reencarnación y de castas (siendo la casta una parte absolutamente indispensable del sistema) ofrece la justificación más complaciente de la inhumanidad de cualquiera de las grandes religiones del mundo.
Gandhi, sobra decirlo, fue un reformador hindú, uno de los muchos. Hasta bien entrados los años cincuenta, sin embargo, aceptó el sistema de castas en su totalidad como el “orden natural de la sociedad” promoviendo el control y la disciplina y promovido por su religión. Más tarde, en ráfagas de fervor, fue partidario de la moderación en un número de maneras. Pero se aferró al sistema básico de varna (los cuatro grupos principales de castas más los intocables) hasta el final de sus días, insistiendo en que la posición del hombre y la ocupación debería esencialmente determinada por el nacimiento. Gandhi favoreció más leves tratamientos de los intocables, rebautizándolos como harijans, “hijos de Dios”, pero um harijan seguía siendo un harijan. Tal vez porque sus delirios de compasión fueron tan extremos (no, no, iba a limpiar la letrina de un harijan), la reverencia hindú de él como un hombre santo se hizo inmensa, pero sus recetas fueron seguidas en raras ocasiones. La industrialización y la modernización han introducido nuevas ocupaciones y considerables cambios sociales y políticos en la India, pero el sistema de castas se ha adaptado hábilmente y se mantiene casi intacto en la actualidad. Los sudras todavía trabajan. Los barrenderos todavía barren. Max Weber, en su libro The Religion of India, después de citar la última línea del Manifiesto Comunista, sugiere con cierta sorna que los hindúes de castas bajas, tampoco tienen “nada que perder sino sus cadenas”, que ellos también tienen “un mundo por ganar” – el único problema es que tienen que morir primero y nacer de nuevo, más alto, es de esperar, en el sistema inmutable de castas. El hinduismo en general, escribió Weber, “se caracteriza por un temor al mal mágico de la innovación”. Su esencia es garantizar el statu quo.
Además de sus miles de castas y sub-castas, el hinduismo tiene un sinnúmero de sectas, con ritos y creencias discordantes. No tiene una organización clara eclesiástica y tampoco un cuerpo universal de doctrina. Lo que he descrito anteriormente es su estándar, hindú sin florituras, de los cuales en muchos aspectos, Gandhi fue un excelente ejemplo. Con el permiso del lector, voy a saltar sobre los Upanishads, Vedanta, Yoga, los Puranas, Tantra, Bhakti, el Bhagavad-Gita (que contiene elementos teístas), Brahma, Vishnu, Shiva y Kali el terrible o Durga, para concentrarme en las creencias centrales que guiaron la conducta de Gandhi como figura pública.
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Debe ser claro ahora que hay mucho en la cultura hindú que es desagradable para la mente occidental, y por lo tanto es ampliamente desconocido en Occidente – no porque los hindúes no mencionen más y más acerca de estos temas, sino debido a un escrúpulo occidental que generalmente evita que estas preocupaciones lleguen a la imprenta (por no hablar de la película). Cuando Gandhi asistió a su primer Congreso Nacional Indio estaba más angustiado al ver a hindúes -pero no a los obreros sino a hindúes de casta alta, líderes cívicos- defecando por todos lados, como si buscaran un lugar, que donde fueran a caer las heces, estuviera de alguna manera limpio. (En efecto, como dice V.S. Naipaul, en una retorcida manera hindú es inmundo limpiar. Es inmundo incluso darse cuenta. “Era el negocio de las barrenderas el de eliminar los excrementos, y hasta que los barrenderos venían, la gente estaba contenta de vivir en medio de sus propios excrementos”). Gandhi exhortaba a los indios sin cesar sobre el tema, diciendo que el saneamiento es la primera necesidad de la India, pero mantuvo una obsesión evidente con los excrementos, diseñando con regocijo letrinas y ejercicios de letrinas para todas las manos en el ashram, y, en definitiva, lo que con dar y recibir enemas, y sus públicas evacuaciones intestinales, y su profunda preocupación por las deposiciones de todos los demás (mucha correspondencia), y un sinfín de experimentos alimenticios en función de los movimientos intestinales, él dedicó una porción bastante grande de su vida a la materia. A pesar de sus constantes campañas de saneamiento, es difícil creer que Gandhi no hubiera sido marcado de forma permanente por lo que Arthur Koestler llamó el “morboso enamoramiento con la suciedad” del hindú, y lo que V.S. Naipaul va tan lejos como para llamar a la “deificación india de la suciedad”. (Décadas más tarde, Krishna Menon, un gandhiano quien fue ministro de Defensa indio alguna vez, seguía fortaleciendo su santidad bebiendo un vaso diario de orina).
Pero aún más importante, ya que se trata en la película directamente -aunque, por supuesto, deshonestamente -es la obsesión paralela de Gandhi con la brahmacharia, o la castidad sexual. Hay una escena al final de la película en la que Margaret Bourke-White (¡otra vez!) le pregunta a la esposa Gandhi si alguna vez él ha roto su voto de castidad, tomado, en ese momento, unos cuarenta años antes. La esposa de Gandhi, que ahora es una dulce anciana, responde con nostalgia, con una nota patética de esperanza: “Todavía no”. Lo que hay detrás de esta escena adorable es la siguiente: Gandhi celebraba como una de sus creencias más profundas (una doctrina fundamental de la medicina hindú) que un hombre, como un asunto de suma importancia, debe conservar sus bindu, o el líquido seminal. Koestler (en The Lotus and the Robot) da un breve testimonio de esta creencia, muy extendida entre los hindúes ortodoxos: ” la energía vital de un hombre se concentra en su líquido seminal, y esto se almacena en una cavidad en el cráneo. Es la sustancia más preciada en el cuerpo… un elixir de vida, tanto en el sentido físico y místico, destilado a partir de la sangre… Un gran almacén de bindu de pura calidad garantiza la salud, la longevidad y poderes sobrenaturales… Por el contrario, cada pérdida de ella es un empobrecimiento físico y espiritual”. El propio Gandhi dijo en tantas palabras, ” Un hombre que es impuro pierde resistencia, y se castró cobardemente, mientras que las secreciones del hombre casto [semen] se subliman en una fuerza vital que impregna todo su ser”. Y otra vez, sigue Gandhi: “La capacidad de retener y asimilar el líquido vital es un asunto de un largo entrenamiento. Cuando está bien conservado se transmuta en energía y la fuerza sin igual”. La mayoría de los hombres hindúes siguen adelante y tienen relaciones sexuales de todos modos, por supuesto, pero la creencia en el valor de bindu deja toda la cultura en lo que muchos observadores han llamado un estado permanente de “ansiedad de semen”. Cuando Gandhi tuvo una vez una emisión nocturna casi le da un ataque de nervios.
Gandhi fue un oponente verdaderamente fanático del sexo por placer, y dijo cuidadosamente que una pareja casada se debía permitir tener sexo tres o cuatro veces en la vida, sólo para tener hijos, y favoreció que se incorporara esta restricción en la ley de la tierra . El ala de la gratificación sexual del movimiento feminista de hoy en día encontraría muy poco atractiva la doctrina de Gandhi, ya que en todos sus setenta y nueve años nunca se cruzó por su mente ni una vez que podría haber algo agradable en el sexo para las mujeres, y él constantemente le ordenaba a las mujeres indias que se negaran a sí mismas a los hombres, que se negaran a dejar que sus maridos “abusaran” de ellas. Gandhi se había casado a los trece años, y cuando él tomó su voto de castidad, después de veinticuatro años de actividad sexual, ordenó a sus dos hijos mayores, ambos jóvenes, que fueran totalmente castos también.
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Pero el comportamiento monstruoso de Gandhi hacia su propia familia es notorio. Él le negó la educación a sus hijos – a la cuel era amargamente hostil. Su esposa permaneció analfabeta. Una vez, cuando ella estaba muy enferma, desangrándose gravemente, y parecía a punto de morir, él le escribió desde la cárcel con frialdad: “Mi lucha no es solamente política. Es religiosa y por lo tanto, bastante pura. No importa mucho si uno se muere en ella o vive. Deseo y espero que usted también piense lo mismo y no sea infeliz”. Morir, eso es. En otra ocasión él escribió, refiriéndose a ella: “Yo simplemente no puedo soportar ver el rostro de Ba. La expresión suele ser como esa en la cara de una vaca mansa y le da a uno la sensación, como con una vaca de vez en cuando, que, en su propia manera tonta ella está diciendo algo. Veo también que hay egoísmo en el sufrimiento de ella…” Y al final la dejó morir, como ya he dicho, en lugar de permitir a los médicos británicos darle una inyección de penicilina (mientras que su voz interna le dijo que estaría bien que él tomara quinina). Él renegó de su hijo mayor, Harilal, por desear contraer matrimonio. Desterró a su segundo hijo por darle a su hermano mayor en dificultades una pequeña suma de dinero. Harilal creció bastante loco de rabia contra su padre, lo atacó en la prensa, se convirtió al Islam, se refugió en las mujeres, la bebida y murió alcohólico en 1948. El Mahatma lo atacó de vuelta a su modo piadoso, proclamando modestamente en una carta abierta en Young India, “Los hombres pueden ser buenos, sus hijos no necesariamente lo son”.
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Si el lector piensa que he hecho indebidamente juicios severos sobre la India y la civilización hindú, lo puedo referir a An Area of Darkness
y a India: A Wounded Civilization, dos libros absolutamente brillantes sobre la India por V.S. Naipaul, un hindú y brahmín, nacido en Trinidad. En el segundo, más discursivo, Naipaul escribe que India “tiene poco que ofrecer al mundo, a excepción de su Gandhi un concepto de la santa pobreza y la recurrente retorcida comedia de sus hombres santos y… ahora depende en todos los sentidos prácticos de otras, se entiende que imperfectas civilizaciones”.El hinduismo, escribe Naipaul, “no ha dado a los hombres ninguna idea de un contrato con otros hombres, ni la menor idea del Estado. Ha esclavizado a una cuarta parte de la población [los intocables] y siempre ha dejado todo el fragmentado y vulnerable. Su filosofía de la abstinencia ha disminuido a los hombres intelectualmente y que no están equipados para responder al desafío; ha sofocado el crecimiento. De modo que una y otra vez la historia de la India se ha repetido: la vulnerabilidad, la derrota, la retirada”. Los indios, Naipaul dice, no tienen noción histórica del pasado. “A través de siglos de la conquista de la civilización se redujo a un aparato por la supervivencia, alejándose de la mente… y la creatividad… agotándose a sí misma, como todas las civilizaciones en decadencia, a sus prácticas mágicas y encarcelando las formas sociales”. Y añade más adelante: “Ningún gobierno puede sobrevivir en la fantasía de Gandhi; y la espiritualidad, el consuelo de un pueblo conquistado, que Gandhi convirtió en una forma de afirmación nacional, se ha deteriorado más obviamente en el nihilismo que siempre fue”. Naipaul condena a la India una y otra vez por su “parasitismo intelectual”, su “vacío intelectual”, su “vacío”, la “vacuidad de su civilización decadente”. “La pobreza india es más deshumanizante que cualquier máquina; y, más que en cualquier civilización de las máquinas, los hombres en la India son unidades, encerrados en la más estricta obediencia por la idea de su dharma… La plaga de la casta no es sólo la intocabilidad y la consecuente deificación india de la suciedad; la plaga, en una India que trata de crecer, es también la obediencia general que impone,… la disminución de la audacia, el empujar lejos de los hombres la individualidad y la posibilidad de la excelencia”.
Aunque Naipaul culpa a Gandhi, así como a la propia India por el fracaso del país para desarrollar una “ideología” adecuada para el mundo moderno, él le otorga uno o dos momentos magníficos -siempre, debe tenerse en cuenta, respondiendo a las “otras civilizaciones”. Gandhi, comenta Naipaul deliberadamente, había madurado en las sociedades extranjeras: Gran Bretaña y Sudáfrica. Con la edad, de regreso a la India, de su autobiografía parecía que se dirigía rumbo a “la locura”, dice Naipaul, y fue rescatado sólo por los acontecimientos externos, sus reacciones se determinaron, en parte, por “su experiencia de las formas democráticas de Sudáfrica” [la cursiva es mía]. Una de las ironías duraderas de la historia de Gandhi es que fue en Sudáfrica –Sudáfrica– un país en el que se estuvo mucho más involucrado de lo que había estado en Gran Bretaña, que Gandhi capturó una luz distorsionada de esa institución extraña de la que nunca habría visto una reflexión dentro de la sociedad hindú: la democracia.
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Otra de las obsesiones más poderosas de Gandhi (a la que alude la película de una manera tan almibarada y engañosa que sería casi imposible para el público entenderla) era su odio visceral contra el mundo moderno, industrial. Incluso llegó a decir, más de una vez, que en realidad no le importaría que los británicos permanecieran en la India, que fueran su policía, que condujeran la política exterior, y curiosidades tales, si se decidiera simplemente a llevarse sus fábricas y ferrocarriles. Y Gandhi odiaba, no sólo las fábricas y los ferrocarriles, sino también el telégrafo, el teléfono, la radio, el avión. Él estaba en Inglaterra cuando Louis Blériot, el gran francés pionero de la aviación, voló por primera vez sobre el Canal Inglés -un evento que en el momento agitó tanto entusiasmo como el vuelo posterior de Lindbergh a través del Atlántico- y Gandhi estaba efectivamente furioso porque gigantescas multitudes estuvieran aclamando un acontecimiento tan insignificante. Él mismo utilizó el telégrafo ampliamente, por supuesto, y más tarde transmitiría diariamente por la All-India Radio durante sus muy publicitados ayunos, pero la coherencia no era el fuerte de Gandhi.
El punto de vista de Gandhi sobre la buena sociedad, algo sobre lo que escribió hasta el cansancio, era una visión arcádica ubicada en el lejano pasado de la India. Era el pueblo prístino indio, donde, con toda la maquinaria diabólica y tecnología abolida -y con ellas toda la infelicidad- los aldeanos se contentaban a mano haciendo girar sus propios hilos, tejiendo a mano su propia ropa, serenamente siguiendo a sus bueyes en el campo, tranquilamente pinchándolos en el ano como se hacía en el tiempo sagrado hindú. Esta es la razón por la que Gandhi aprendió a girar y por qué todos los seguidores de Gandhi devotos, como los monos, giraban también. Este era el programa de Gandhi. Ya que lo dijo varios miles de veces, no tenemos más remedio que creer que él sinceramente deseaba la destrucción de la tecnología moderna y de la industria y el regreso de la India a la forma de vida de un idílico (y muy probablemente inexistente) pasado. Y, sin embargo este mismo Mahatma Gandhi eligió a dedo como el primer Primer Ministro de la India independiente a Pandit Nehru, quien se comprometió con una política de industrialización y para quien la última palabra en la organización político-económica del Estado la tenía (y la siguió manteniendo) Beatrice Webb.
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¿Qué vamos a hacer con este Gandhi? Estamos tratando con dos extrañezas aquí, los indios y el propio Gandhi. El hecho es que tanto los líderes indios y los pueblos indios ignoraban los preceptos de Gandhi casi tan a fondo como lo hacía Hitler. Ellos lo ignoraron en la abstinencia sexual. No hicieron caso a sus modificaciones del sistema de castas. Ellos lo ignoraron sobre los males de la industria moderna, la radio, el teléfono. Ellos no le prestaron atención en cuanto a la educación. Hicieron caso omiso de sus llamamientos a la unidad nacional, siendo divididos por el ex Raj británico, en un Pakistán musulmán y una India hindú. Nadie buscaba un retorno a la aldea india de Arcadia de la antigüedad. Ellos lo ignoraron, sobre todo, en ahimsa, la no violencia. Siempre hubo un pequeño número de satyagrahi exaltados que, mártires, habrían marchado hacia las porras de los policías, pero una de las cosas que alarmó a los británicos -como indicó Tagore- fue la explosión de la violencia que acompañaba toda esta anunciada no violencia. Naipaul escribe que con la independencia, la India descubrió una vez más que era “horriblemente cruel y violenta”. Jaya Prakash Narayan, el difunto líder de la oposición, una vez admitió: “A menudo nos comportamos como animales… Somos más propensos a eso que a no llegar a ser agresivo, salvaje, violento. Matamos y quemamos y saqueamos…”
¿Por qué, entonces, las masas hindúes idolatraban a este Mahatma, cuya casi totalidad de más preciadas creencias ellos ignoraban tan intencionadamente, incluso durante su vida? Para los hindúes, la pregunta no es tan confusa. Gandhi, para ellos, después de todo, era un Mahatma: un hombre santo. Él era un símbolo de santidad, no un guía de conducta. El hinduismo tiene una larga historia de hombres santos que, tradicionalmente, no se presentan a la opinión pública como modelos de comportamiento general, sino aislados del mundo, a menudo en un ashram, para perseguir la santidad en privado, una práctica que todos los hindúes admiran, aunque muy pocos emulan. La rareza es cierto es que Gandhi, este hombre santo, después de haber extraído de fuentes británicas sus nociones de nacionalismo y democracia, también absorbió de los británicos su modelo de virtud en la vida pública. Era un histórico original, un hombre santo hindú que un modelo británico de servicio público y los deslumbrantes avances en la comunicación de masas impulsaron hacia el mundo, para convertirlo en un gran líder moral y el “padre de su país”.
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Algunos indios creen que después de los comienzos de 1930, Gandhi, aunque por entonces mundialmente famoso, iba, de hecho, en franco declive. ¿Por lo menos “expulsó a los británicos de la India”? Algunos dicen que no. India, en los últimos días del Imperio Británico, ya estaba en gran medida gobernada por los indios (un hecho que no se sospecharía tras ver esta película), y es la opinión común aquella de que sin este irracional, salvajemente errático, hombre santo la transición a la plena independencia podría haber ido tanto con más facilidad como con más rapidez. Hay mucha evidencia de que en sus últimos años Gandhi estaba en una especie de retiro espiritual y, con toda su infinita oración y el ayuno, ya no estaba persiguiendo (las mismas palabras parecen extrañas en un contexto hindú) “el bien público”. Lo que él estaba persiguiendo, en una reversión estricta de la tradición hindú, era su santidad personal. En días anteriores él se había burlado del título que le habían otorgado, Mahatma (literalmente “gran alma”). Pero hacia el final, durante los paroxismos horribles que acompañaron la independencia, con algunas de las masacres más indescriptibles que tuvieron lugar en Calcuta, declaró: “Y si… la totalidad de Calcuta está nadando en sangre, no me disgustaré. Ya que será una ofrenda voluntaria de sangre inocente”. Y en sus últimos días, después de que ya había habido un atentado contra su vida, se le oyó decir: “Soy un verdadero Mahatma“.
Sólo podemos asombrarnos de que una figura pública que da conferencias durante la mitad de su vida acerca la necesidad de abolir la industria moderna y devolver a India a su primitivismo antiguo, luego elija a un socialista fabiano, quien ya estaba elaborando planes a cinco años, como primer Primer Ministro del país. Tan audaz como puede parecer contrastar las opiniones de pensadores pesados tales como Margaret Bourke-White, Ralph Nader y J.K. Galbraith (quien encontró al Gandhi de la película “fiel al original” y respaldó la película incondicionalmente), tenemos derecho a tener reservas sobre una figura de este tipo como hombre público.
No debería sorprenderme que el verdadero mayor logro humanitario de Gandhi fuera una mejoría en el tratamiento de los intocables – un área en la que sus esfuerzos no sólo fueron asiduos, sino que dieron fruto realmente. En esto, por supuesto, está muy bien posicionado detrás de los británicos, que abolieron el satí -a pesar de la feroz oposición hindú- en 1829. El ritual de inmolación de las viudas en fuego durante las piras funerarias de sus maridos, el satí tenía la plena autorización de la religión hindú, aunque tal vez podría estar equivocada al sobrevalorar su importancia. Los eruditos nos recuerdan que nunca fue universal, sólo “casual”. Y allí había, después de todo, un rango más bien amplio de elección. En el sur de la India, la viuda era arrojada a la fogata de su marido. En el valle del Ganges era puesta en la pira cuando ya estaba en llamas. En el oeste de la India, ella sostenía la cabeza del cadáver con su mano derecha, mientras que, sostenía la antorcha en su mano izquierda, y se le permitía el honor de poner ella misma la cosa entera en llamas. En el norte, donde tal vez las mujeres eran más impías, el cuerpo de la viuda era obligado a permanecer en la pira funeraria por largos palos empujados por sus familiares, sólo por si acaso, mientras gritaba de terror y se asfixiaba y se quemaba hasta morir, llegaba a olvidarse de su dharma. Así que, sí, señoras, miembros del Consejo Nacional de Iglesias, creyentes en el Dios único, dolientes de la santa India antes de que fuera despojada por los brutales británicos, recuerden el satí, una práctica interesante, exótica en la que los hindúes, a lo largo de los siglos, quemaron a muerte a un sinnúmero de millones de mujeres indefensas, en un espíritu de devoción piadosa llorando, por lo que sé, ¡Hai Rama! ¡Hai Rama!
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Me gustaría concluir con algunas observaciones sobre dos ingleses, Madeleine Slade, hija de un almirante británico, y Sir Richard Attenborough, el productor, director, y padrino espiritual de la película Gandhi. La señorita Slade era una joya de la corona de Gandhi – un miembro de la clase dirigente británica, como ella, se volvió discípula ferviente de este Mahatma indio. Ella es retratada en la película por Geraldine James con nobleza, dignidad y de una manera muy beatífica hasta el nivel de Candice Bergen, y quizás incluso la Virgen María. Sin embargo me entero por el Mahatma Gandhi and his Apostles de Ved Mehta de que la señorita Slade tuvo otro maestro antes de Gandhi. Alrededor de 1917, cuando tenía quince años, ella se puso en contacto con el espíritu de Beethoven al escuchar sus sonatas en un piano. “Me tiré de rodillas en la soledad de mi habitación”, escribió en su autobiografía, “y oré, realmente oré a Dios por primera vez en mi vida: ‘¿Por qué he nacido más de un siglo tarde? ¿Por qué me has dado la comprensión de él y sin embargo, puesto todos estos años de por medio?'”.
Después de la Primera Guerra Mundial, todavía buscando la mejor manera de servir a Beethoven, la señorita Slade sintió un “anhelo infinito” cuando visitó a su lugar de nacimiento y tumba, y, finalmente, a la edad de treinta y dos años, se encontró con Romain Rolland, que había en parte basado su famoso Jean Christophe en el compositor. Sin embargo, Rolland había escrito un nuevo libro ahora, sobre un hombre llamado Gandhi, “otro Cristo”, y en poco tiempo la señorita Slade estaba, literalmente, cayendo de rodillas ante el Mahatma de la India, “consciente nada más de un sentido de luz”. Aunque nadie adivinaría esto de ver la película, ella pronto (para citar impresión Mehta) comenzó a “tener los nervios de Gandhi”, y él dio todos los pretextos para mantenerla lejos de él, en otros ashrams, y trabajando en escuelas y aldeas en otras partes de la India. Ella se quejó a Gandhi en las cartas sobre la discriminación en su contra por los hindúes ortodoxos, quienes esperaban que ella viviera en harapos y cuartos infames durante la menstruación, teniendo en cuenta su inmundicie y que era virtualmente intocable. Gandhi contestó, conviniendo en que las mujeres no deberían ser tratadas así, pero agregó que ella debería aceptar todo con gracia y alegría , “sin pensar que el grupo ortodoxo es de alguna manera no razonables”. (Esto es un ejemplo tan bueno como cualquier otro de la coherencia de Gandhi, incluso en su mejor momento. Las mujeres no debían ser tratadas de esa manera, pero las personas que las trataban de esa manera no eran en absoluto irrazonables).
Algunos años después de la muerte de Gandhi, la señorita Slade redescubrió Beethoven, tomando conciencia de nuevo “de la realización de mi verdadero yo. Durante un tiempo estuve perdida en el mundo del espíritu…” Pronto volvió a Europa y a servir a Beethoven, su “verdadera vocación”. Cuando Mehta finalmente la encontró en Viena, ella le dijo: “Por favor no me preguntes nada más acerca de Bapu [Gandhi]. Ahora pertenezco a van Beethoven. En los asuntos del espíritu, siempre hay una vocación”. Una descripción amable de Madeleine Slade es que era una excéntrica extrema. En lengua vernácula, que estaba ligeramente loca.
Sir Richard Attenborough, sin embargo, no está loco para nada. El único enigma es cómo, de repente llegó a ser un pacifista, un hecho que sus comunicados de prensa ahora proclaman al mundo. Attenborough se formó como piloto de la RAF en la Segunda Guerra Mundial, y fue prestado brevemente al cine, donde ya había comenzado su carrera en la super-patriótica In Which We Serve de Noël Coward. Luego volvió al servicio activo, volando en misiones de combate con la RAF. Richard Attenborough, en definitiva -cuando Gandhi le estaba pidiendo a los británicos que se le rindieran a los nazis, asegurándoles que “Hitler no es un hombre malo”- estaba luchando por su país. El virrey de la India le advirtió a Gandhi severamente que “estamos inmersos en una lucha”, y Attenborough jugó su parte en esa gran lucha, y con orgullo, también, hasta donde sé. Que yo sepa, él nunca ha tenido una crise de concience sobre el asunto, ni anunció que estaba arrebatado por la fiebre de guerra ni que que Gran Bretaña realmente debería haber capitulado ante los nazis – algo que Gandhi los habría puesto a hacer.
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Aunque la película de marras está bellamente hecha a su manera, nadie ha acusado a Attenborough de estar excesivamente dotado de talento ya sea actuando o dirigiendo. En los años 50 fue un popular joven actor británico, pero su don más singular parecía ser su talento emprendedor como un hombre de negocios, usando sus honorarios de películas para lanzar exitosos restaurantes londinenses (cuatro a la vez), y otros negocios. En la actualidad es Presidente de la Junta de Capital Radio (emisora de mayor éxito comercial de Gran Bretaña), Gold-crest Films, el British Film Institute, y vicepresidente de la nueva red de televisión de la BBC, Channel 4. Como la mayoría de los miembros de los nuevos ricos en ascenso, él también se ha acercado a los símbolos de la respetabilidad y el servicio público, y ha reunido una buena colección. Es miembro de la Tate Gallery, Pro-Canciller de la Universidad de Sussex, Presidente del Grupo de Distrofia Muscular del Reino Unido, Presidente del Fondo de Actores de Caridad y, por supuesto, el presidente de la Real Academia de Arte Dramático. Es posible que haya aún más, pero esto es una buena muestra. En 1976, muy apropiadamente, fue nombrado caballero, por un gobierno laborista, pero sus amigos dicen que él insiste en ser llamado “Dickie”.
Es muy general hoy en día que los miembros de las clases profesionales, incluso los tipos no artísticos, desprecien el comercio y la sensación de que el Estado, la economía, y casi todo lo demás sería mejor y estaría más idealmente administrado por ellos en vez de por estos groseros hombres de negocios. Sir Dickie, sin embargo, siendo un empresario de gran éxito, difícilmente podría entretener esa antipatía. Pero a medida que trepó su camino hacia las alturas tal vez se encontró entre las altas mentes idealistas, utópicas, igualitarias, y amantes de los oprimidos. Ahora bien, hay quienes piensan que Sir Dickie se convirtió al pacifismo, cuando Indira Gandhi le entregó un cheque por varios millones de dólares. Pero yo no lo creo. Creo que Sir Dickie se convirtió al pacifismo desde el idealismo.
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Su pacifismo, lo confieso, ha sido más que generalmente confuso. En 1968, después de veintiséis años en la profesión, hizo su debut como director con Oh! What a Lovely War, con su magnífica parodia de rimas de canciones de auditorio de la “Gran Guerra”, la Primera Guerra Mundial. Dado que tuve la suerte de ver producción escénica original de Joan Littlewood en Londres, que dio a la obra su estilo completo, no puedo pensar que la contribución de Sir Dickie haya sido demasiado grande. Como la mayoría de parodias comercialmente exitosas -desde The Boy Friend de Sandy Wilson al Superman de Broadway, Dracula y The Crucifier of Blood– Oh! What a Lovely War dependía de que la audiencia (si no la señorita Littlewood) mantuviera un afecto importante para el ser sujeto de parodia: en este caso, un arrogante hiper-patriotismo, que recordaba los días en que el imperio era grande. En cualquier caso, ya que la señorita Littlewood se identificó como una comunista y puesto que los comunistas, hasta donde yo sé, nunca son pacifistas, el caso de Sir Dickie para el “pacifismo” de la producción parece bloqueado desde el otro ángulo también.
El siguiente golpe de Sir Dickie para el pacifismo fue Young Winston (1973) la cual, el manual de la nueva publicidad dice, “exploró cómo de Churchill los traumas de la infancia y la falta de afecto de sus padres se convirtieron en las espuelas que lo incitaron a… una posición de gran poder”. Uno pensaría que un hombre que una vez voló misiones de combate bajo las órdenes del gran líder de guerra -y que, aparentemente, quería que su país ganara- agradecería a Dios los traumas de la infancia y la falta de afecto de los padres si estos hubieran sido necesarios para proveer a un Churchill en la hora de peligro. Sin embargo, Sir Dickie le dijo a la prensa, en el año de su nombramiento como caballero, con A Bridge Too Far, la historia del inútil asalto a Arnhem durante la Segunda Guerra Mundial, descrito por Sir Dickie, -ahora, por lo menos- como “una declaración más de pacifismo”.
Pero, ¿Sir Richard Attenborough en serio cree que, en lugar de pasar por lo que pasamos en Arnhem, deberíamos haber cedido, dejar que los nazis estuvieran, e incluso -verdaderos pacifistas- dejarlos ocupar Gran Bretaña, Canadá, Estados Unidos, contentándonos sólo con “hacer que se sientan no deseados”? Al nivel de la idiotez al que las discusiones de la guerra y la paz se han hundido en el Oeste, todos los idealistas descabellados que descubren que la guerra no es un día en la playa parecen pensar que han encontrado un argumento irresistible para el pacifismo. ¿Es Pearl Harbor un argumento a favor al pacifismo? ¿Bataan? ¿Dunkerque? ¿Dieppe? ¿Las Ardenas? Roland cayó en Roncesvalles. ¿Es la canción de Roland una épica pacifista? Si es así, ¿por qué Guillermo el Conquistador, hacía que sus hombres la cantaran mientras marchaban a la batalla de Hastings? Los hombres demuestran su valor en la derrota, así como en la victoria. Incluso el Sargento Mayor Gandhi lo sabía. Arriba en el país moral de nunca jamás que Sir Dickie habita ahora, tal vez ellos piensan que el Álamo dio lugar a una gran ola de pacifismo en Texas.
En una proeza de imbecilidad pura, Attenborough ha dedicado Gandhi a Lord Mountbatten, que comandaba el Teatro del sudeste de Asia durante la Segunda Guerra Mundial. Mountbatten, se podría objetar, no era un pacifista – pero entonces de nuevo, él fue asesinado por terroristas irlandeses, lo que demuestra lo espantoso que son todo ese tipo de cosas, dice Sir Dickie, y la forma en que debemos acabar con todo es imitando a Gandhi. No al Gandhi que pidió mares de sangre inocente, ustedes entienden, sino al Gandhi de película, el bueno.
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El mantra favorito del Gandhi histórico, cosa extraña, era Hacer o Morir (él lo llamaba, literalmente eso, un “mantra”). Creo que Sir Dickie debería reflexionar sobre esto, porque significa que, dixit Gandhi, que un hombre debe estar preparado para morir por lo que cree, pues, himsa o ahimsa, la muerte está siempre ahí, y en una prueba final los hombres que no están preparados para enfrentarla, pierden. Gandhi era errático, irracional, tiránico, obstinado. Él a veces rayaba en la locura. Él creía en una religión cuyas ideas me parece un tanto repugnantes. Él adoraba a las vacas. Pero sigo diciendo esto: él era valiente. Él no le temía a nadie.
En un nivel más bajo del ser, por consiguiente, he pensado un poco en el mantra adecuado para los espectadores de la película Gandhi. Después de mucha reflexión, en homenaje a Ralph Nader, me he decidido por Caveat Emptor, “comprador tenga cuidado”. Repetida miles de veces en un asiento en el cine podría conducir con suerte a Om, el sueño hindú de la nada, el vacío final.