Ya he advertido en varias ocasiones sobre el filofascista antiprocurador Alejandro Ordóñez, quien todavía no entiende de separación entre la iglesia y el Estado, y busca imponerle las anacrónicas, absurdas y estúpidas doctrinas de sus amos mentales, los Papas protectores de pederastas, a toda la sociedad colombiana.
Ahora, Daniel Samper Pizano le saca más trapitos al sol:
Hay que ver, en cambio, lo que fueron los retozos juveniles de Ordóñez. En compañía de Mantilla, realizó purga violenta de libros de la Biblioteca Gabriel Turbay de Bucaramanga y quemó ejemplares pecaminosos en un parque cercano. “García Márquez, Rousseau, Marx y una Biblia protestante”, reveló Daniel Coronell.
Ya metidos en el asunto de la Mano Negra y los atentados contra ilustres colombianos (Álvaro Gómez Hurtado, Fernando Landazábal, Jesús Bejarano, Antonio J. Cancino), sería interesante saber más sobre la amistad de Ordóñez y Mantilla. Este aceptó en declaraciones ante la Fiscalía (junio de 1998) que un puñado de militares, ex militares y políticos había montado una conspiración, conocida por él y otros, para derrocar al Gobierno (era presidente un pariente mío) e imponer un régimen cívico-militar. Entiendo que esto es un delito y debería investigarse. En el documento, Mantilla menciona a Ordóñez como asiduo consejero e interlocutor suyo en el café bumangués La Triada, foco de conspiraciones. Ordóñez era entonces magistrado en Santander y desde su cargo -sigo citando a Mantilla- “me manifestaba qué agentes de la Fiscalía me buscaban”. Bonito papel.
No esperaba menos de un mentiroso, inquisidor e ignorante paleoconservador enemigo de las libertades individuales y de la igualdad de géneros.
En cambio, supongo que me quedaré esperando que la Fiscalía abra una investigación por el testimonio de su criminal amigo, el pseudointelectual Hugo Mantilla, que lo incrimina