Una vez que algo se añade a la colección de creencias, uno lo protege de cualquier daño. Lo hace por instinto e inconscientemente cuando es confrontado con una actitud de información incoherente. Así como el sesgo de confirmación te escuda cuando buscas información activamente, el efecto contraproducente te defiende cuando la información te busca, cuando llega a tus puntos ciegos. Yendo o viniendo, uno se atiene a sus creencias en lugar de cuestionarlas. Cuando alguien trata de corregirte, trata de diluir tus conceptos equivocados, tiene el efecto opuesto y los refuerza en cambio. Con el tiempo, el efecto contraproducente ayuda a que uno sea menos escéptico de esas cosas que le permiten seguir viendo sus creencias y actitudes como veraces y apropiadas.
Por eso, cuando alguien tiene convicciones muy profundas no hay motivo alguno para tratar de hacerlo entrar en razón. Ahora ya entienden por qué siempre es mejor burlarse.
Resulta cuando menos curioso que tratar de razonar con alguien y rezar terminen siendo tan similares: ambas son una pérdida de tiempo y reafirman creencias absurdas.