Ya que estoy hablando de países vecinos, me acabo de encontrar con una descripción perfecta que hace la escritora y periodista venezolana Milagros Socorro de las elecciones que acaban de pasar en Perú y que ganó Ollanta Humala.
El artículo hace referencia a la decisión de Mario Vargas Llosa de pronunciarse sobre la caótica situación disyuntiva que enfrentaba Perú:
Keiko Fujimori había sido funcionaria activa del gobierno de su padre, a quien acompañó como Primera Dama mientras su propia madre era encarcelada y torturada por denunciar los crímenes de Alberto Fujimori, hoy bajo condena de 25 años de prisión por haber encabezado un régimen de terror en cuyo imperio se registraron matanzas de civiles indefensos, esterilizaciones de mujeres indígenas, coacción y chantaje a empresarios, dirigentes y artistas. En suma, violaciones sistemáticas a la ley y las instituciones (incluido un golpe para disolver el Congreso), que la joven Keiko jamás cuestionó.
El otro mal lo representaba Ollanta Humala, también hijo de alguien… específicamente, del ideólogo radical Isaac Humala, abanderado de una tendencia étnico-nacionalista y de extrema izquierda. Ollanta, por su parte, tenía entre sus antecedentes haber encabezado un golpe de Estado sangriento, populista; además, desde luego, de constituir una franquicia del chavismo por estar rezagado en un izquierdismo estridente, mezclado con catecismo cuartelario y toda esa cursilería del autoritarismo carente de formación intelectual.
Frente a semejante oferta, lo más fácil y cómodo para Vargas Llosa, objeto de todos los honores que el mundo puede dispensar, era quedarse impertérrito en su torre de cristal, adonde llegan con embriagadora frecuencia los cheques por derechos de autor, traducciones y reediciones. Con mucha razón, por cierto, ha podido pensar: ¿Quieren atraso? Bueno, ahí tienen fujimorismo y chavismo para hartarse.
Yo considero que no hay político bueno, defiendo el abstencionismo ilustrado y nunca me ha convencido eso de votar por el que odio para que no gane el que temo.
Vargas Llosa no se quedó callado y eligió un lado; el que para él era el menos malo. Para su desgracia, en la política nunca hay mal menor.