No sé por qué los padres tienen esa distorsionada concepción de que sus hijos son en cierta medida de su propiedad.
No lo son. También son personas por quienes tienen que velar, no más. Y velar por ellos no significa tener que someterlos a las supersticiones que suscriben los papás ni adoctrinarlos en nocivas creencias.
Bautizar a un niño, hacerlo parte de una religión -cualquiera que sea la secta-, también es maltrato infantil. Es amputarle un mundo de posibilidades, sesgar su forma de conocer el mundo y muy probablemente someterlo a prejuicios y nociones arbitrarias y estúpidas.
No es que eso alguna vez haya sido un problema para la religión. Podemos tomar el ejemplo de un reportaje de El Tiempo sobre dos monjas que para adoctrinar a los niños los entretienen con partidos de fútbol:
A través de una escuela deportiva dan también formación espiritual a niños de barrios pobres.
Dos religiosas de la comunidad ‘Predicadoras de Cristo y María’ son el ‘motor’ de un proyecto formativo de niños en situación de vulnerabilidad en Villavicencio, que a través del fútbol buscan alejarlos de la delincuencia, la prostitución y la drogadicción, entre otros males.
O sea: alejan a los niños de todos esos “males” pero los deforman emocionalmente con sus cuentos de hadas, que valga recordar, han sido el principal motivo de muertes en la historia de la humanidad. ¿Qué peor “mal” que ese?
Las hermanas Paola Obando y Oneida Franco son ejemplo de perseverancia y amor por los niños.
No. Las hermanas Paola Obando y Oneida Franco son ejemplo de cómo adoctrinar a los niños. Ofrecerles una diversión sana incluiría el hecho de que ellos estén totalmente libres de cualquier influencia para elegir la secta que más les guste, o en su defecto no elegir ninguna afiliación religiosa. Lo que ellas hacen es repulsivo y asqueroso.
“Es rico que ellos aprovechen mejor ese espacio y que sean unos deportistas diferentes, o sea que tengan un ‘toque’ de Dios para que sus vidas cambien”, dice la hermana Paola
Hasta donde he podido comprobar, dios no ha metido sus odiosas narices en ningún deporte.
Y también, hasta donde sé, la gran mayoría de deportistas son crédulos. Cuántas veces no habré visto que celebran goles mirando al cielo, con los brazos abiertos. Cuántas veces no he visto que agradecen a “su dios” por los tres puntos que les sirven para clasificar a X o Y Torneo, pero es ese mismo dios quien misteriosamente los abandona cuando más lo necesitan: en la final, la semifinal o los cuartos de final…
En una cosa tiene razón la hermana Paola Obando: el toque de dios ha cambiado muchas vidas. Podemos contar las víctimas de la Inquisición, las de las Cruzadas, las de las bombas en clínicas abortivas, las del Holocausto…
Y aunque el fútbol es el ‘gancho’ y religiosamente todos los sábados saben que así ‘llueva, truene o relampaguee’ los niños siempre llegan a entrenar en la cancha de La Reliquia, el trabajo va más allá.
Primero, reciben formación espiritual por parte de las dos religiosas y luego pasan a su práctica deportiva
Las palabras “formación espiritual” es el código políticamente correcto para decir “deformación emocional”. Esto es un claro ejemplo de maltrato infantil y ningún periódico debería informarlo con vítores ni bombos, ni platillos. La simple denuncia bastaría.