Imagen de Ricardo Estecha |
Hace unos días, un blog de la revista Ms. Magazine anunció que un reporte de la Iglesia Católica decía que la culpa de la pederastia al interior de sus filas era de la cultura de los años 60 y 70.
Por supuesto eso es una mentira del tamaño de la Vía Láctea. Afortunadamente no todos nos creemos las mentiras católicas.
Miranda Hale leyó el tendencioso reporte de 143 páginas que menciona la revista y lo que encontró no da pena sino asco. El estudio fue subvencionado y aprobado por instituciones de filiación católica (¡vaya independencia que se gastan!). Si los resultados no les hubieran sido favorables (o sea, si no hubieran sido manipulados), no habrían publicado el reporte. Además, como buenos religiosos, cambiaron la definición de pedofilia de manera completamente arbitraria con lo que redujeron la frecuencia de la pederastia de un 73% a un 22%.
Como no podían terminar de lavar su imagen con ese reducido y ficticio número de casos, decidieron echarle la culpa a los hippies. Hale lo explica muy bien:
En otras palabras, los investigadores creen que la gran mayoría de sacerdotes abusadores, ya sea que atendieran al seminario en 1930 o a principios de 1970 (o en cualquier momento en el medio), cometieron sus crímenes durante los años 1960 y 1970 (momento al que se refieren como el “pico más alto”), y que esto se debe principalmente al hecho de que sus seminarios no le proporcionaron a estos sacerdotes abusadores un plan de estudios con una adecuada “formación humana”.
Todo esto lleva a la pregunta (una que los investigadores ignoran por completo): ¿por qué a un sacerdote se le tiene que enseñar (en un plan de estudios con “formación humana” o de cualquier otro tipo) que nunca es aceptable, ética ni legalmente, abusar sexualmente de un niño? Según los investigadores, debemos aceptar irreflexivamente sus afirmaciones carentes de fundamento porque, sin un adecuado entrenamiento en la “formación humana”, estos sacerdotes abusadores fueron incapaces entender “las formas apropiadas de acercarse a los demás” (121) y que ciertos comportamientos no son “adecuados a un vida de celibato” (120).
¿A quién le extraña que esa podrida institución que es la Iglesia Católica esté esparciendo mentiras y en el proceso traten de dañar la reputación de aquellos que suponen un obstáculo en su propósito de hacer de este un mundo más oscurantista? A mí no.
Lo que no me cabe en la cabeza es que sigan teniendo la pretensión de ser algún tipo de guía moral. ¡Si ni siquiera se pueden poner al día con lo que las personas normales consideramos moral y ético!