Durante el primer debate sobre el Estado laico, surgió una frase que dice así: “No estamos en contra de las confesiones, estamos a favor de las libertades”.
A partir de ahí apareció la discusión sobre que un Estado laico no necesariamente implica una sociedad secularizada e incluso Mónica Roa, a quien admiro muchísimo, tuvo el desacierto de decir que ella no quiere una sociedad secular sino un Estado laico.
Pues yo, además de un Estado laico, quiero una sociedad secular y secularizada, que haya expulsado la ponzoñosa superstición fuera de su vida y tengo buenos motivos para hacerlo:
El investigador Gregory Paul y el profesor Phil Zuckerman escribieron una columna en el Washington Post acerca de por qué los estadounidenses siguen despreciando a los ateos, que suele ser porque se considera que tienen pésimos códigos morales. Nada más lejos de la verdad. El artículo en su totalidad es una joya, pero hay una parte que quiero resaltar especialmente:
Un creciente cuerpo de investigación en ciencias sociales revela que los ateos y personas no religiosas, en general, están lejos de ser los seres desagradables que muchos suponen que son. Sobre las cuestiones básicas de la moral y la decencia humana -cuestiones como el uso gubernamental de la tortura, la pena de muerte, golpear a los niños para castigarlos, el racismo, el sexismo, la homofobia, el antisemitismo, la degradación del medio ambiente o los derechos humanos- los irreligiosos tienden a ser más éticos que sus pares religiosos, sobre todo en comparación con los que se describen como muy religiosos.
Tenga en cuenta que a nivel social, las tasas de homicidios son muy inferiores en los países secularizados, tales como Japón o Suecia que las del mucho más religioso Estados Unidos, que también tiene una mucho mayor proporción de su población en la cárcel. Incluso dentro de este país, los estados con los niveles más altos de asistencia a la iglesia, tales como Louisiana y Mississippi, tienen un mayor porcentaje de asesinatos que los de estados mucho menos religiosos, como Vermont y Oregon.
Como individuos, los ateos tienden a puntuar alto en las medidas de inteligencia, la capacidad verbal y en especial la alfabetización científica. Ellos tienden a criar a sus hijos para que resuelvan los problemas de manera racional, para que tomen sus propias decisiones cuando se trata de cuestiones existenciales y para que obedezcan la regla de oro. Ellos son más propensos a practicar sexo seguro que los fuertemente religiosos, y tienen menos probabilidades de ser nacionalistas o etnocéntricos. Ellos valoran la libertad de pensamiento.
No sé cómo, después de esto, alguien podría siquiera sugerir que una sociedad con valores religiosos tiene mayor autoridad moral que una sociedad humanista secular.
No me explico por qué mis compañeros defensores del Estado laico prefieren una sociedad sumida en una bancarrota moral herencia de la religión en vez de querer que todos sus conciudadanos tengan mayores y mejores cualidades morales.