Tras el incidente de Japón, numerosos medios de comunicación se dedicaron a esparcir el terrorismo mediático sobre la radiación de Fukushima.
Pero es hora de dejar que los expertos y científicos hablen.
Una vez superado el momento de la tragedia y haciendo el cálculo de los daños y riesgos, la ONU ha determinado que Fukushima no es un riesgo serio para la salud:
Científicos de Naciones Unidas dijeron que era poco probable que los problemas de la planta nuclear de Fukushima, en Japón, se tradujeran en serios problemas de salud.
Pero el Comité Científico de la ONU sobre los Efectos de la Radiación Atómica (UNSCEAR, por sus siglas en inglés), reconoció que una evaluación en profundidad de los efectos del accidente sobre la salud humana y en el medioambiente requerirá de al menos dos años.
Wolfgang Weiss, un experto en radiación nuclear de la ONU y director de UNSCEAR, dijo sin embargo que el océano pacífico estaba absorbiendo la mayor parte de la contaminación.
Weiss también dijo que el accidente era mucho menos grave que el desastre nuclear de Chernobyl, ocurrido en Ucrania hace 25 años.
El científico, sin embargo, reconoció la situación de Fukushima era más seria que la originada por los problemas del reactor nuclear de Three Mile Island, Estados Unidos, en 1979.
Y es curioso porque además Japón le pidió a los medios extranjeros menos sensacionalismo sobre la crisis nuclear:
El Gobierno japonés pidió a los medios extranjeros que eviten el sensacionalismo a la hora de informar sobre el accidente nuclear de la planta de Fukushima, alegando que algunas noticias se han basado en datos incorrectos.
El viceministro de Asuntos Exteriores de Japón, Chiaki Takahashi, dijo que algunas noticias en la prensa internacional sobre la crisis de Fukushima han sido “excesivas” y por ello las misiones diplomáticas de Japón han pedido a las compañías responsables que las corrijan y sean más rigurosos.
Según Exteriores, algunos medios y tabloides se han centrado en el peligro que supone la radiación que emana de la central nuclear utilizando proyecciones “exageradas”.
Pues bien, hasta aquí era lo presumible: detrás de esto está el bloque anti-nuclear que cuenta con cierto favoritismo en el escenario internacional.
Sin embargo resulta que el mayor ambientalista del Reino Unido, George Monbiot, denuncia la actitud de los ambientalistas anti-nucleares, que aprovecharon la catástrofe de Japón para dar rienda suelta a su agenda política dentro de los medios. En su columna de The Guardian -que fue republicada en su blog-, anota:
El movimiento verde ha engañado al mundo acerca de los peligros de la radiación.
…
Empecé a ver la magnitud del problema después de un debate la semana pasada con Helen Caldicott. La Dra. Caldicott es la activista anti-nuclear más importante en el mundo. […] En el debate ella hizo algunas declaraciones sorprendentes sobre los peligros de la radiación. Así que hice lo que cualquier persona enfrentada con afirmaciones científicas cuestionables debe hacer: Pedí las fuentes. La respuesta de Caldicott me ha sacudido profundamente.
Primero me envió nueve documentos: artículos de prensa, comunicados de prensa y un anuncio. Ninguno era una publicación científica; ninguno contenía fuentes de las afirmaciones que había hecho. Pero uno de los comunicados de prensa se refería a un informe de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU., que ella me instó a leer. Lo he hecho – me leí todas las 423 páginas. No apoya ninguna de las declaraciones que he cuestionado: de hecho, contradice fuertemente sus afirmaciones sobre los efectos de la radiación en la salud.
La presioné aún más y me dio una serie de respuestas que hicieron que mi corazón se sumiera – en la mayoría de los casos se referían a publicaciones con ningún o muy poco nivel científico, que no apoyaban sus declaraciones o que las contradecían. (He publicado nuestra correspondencia, y mis fuentes, en mi sitio web). Acabo de leer su libro Nuclear Power Is Not the Answer (La Energía Nuclear No Es la Respuesta). Me sorprende la escasez de referencias a artículos científicos y la abundancia de reclamos sin fuente que contiene.
Pero se pone peor, mucho peor. Durante los últimos 25 años, los activistas anti-nucleares han estado acumulando las cifras de muertes y enfermedades causadas por el desastre de Chernobyl, y desfilando bebés deformes como un circo medieval. Ahora alegan que 985.000 personas perdieron sus vidas por Chernobyl, y que continuará masacrando personas de las generaciones venideras. Estas afirmaciones son falsas.
El Comité Científico de las Naciones Unidas sobre los Efectos de la Radiación Atómica (UNSCEAR) es el equivalente del IPCC, Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. Al igual que el IPCC, se pide a los principales científicos del mundo que evalúen miles de trabajos y produzcan una visión general. Esto es lo que dice acerca de los efectos de Chernobyl.
De los trabajadores que trataron de contener la emergencia de Chernobyl, 134 sufrieron el síndrome de radiación aguda, 28 murieron poco después. Diecinueve otros murieron más tarde, pero en general no a causa de enfermedades asociadas a la radiación. Los 87 restantes han sufrido otras complicaciones, incluidos cuatro casos de cáncer sólido y dos de leucemia. En el resto de la población, se han producido 6.848 casos de cáncer de tiroides entre los niños pequeños, que surgen “casi en su totalidad” del fracaso de la Unión Soviética para evitar que la gente bebiera leche contaminada con yodo 131. De lo contrario, “no ha habido ninguna evidencia convincente de efectos de salud en la población general que puedan atribuirse a la exposición a la radiación.” Las personas que viven en los países afectados hoy “no es necesario que vivan con el temor de las consecuencias graves de salud del accidente de Chernobyl”.
Caldicott me dijo que el trabajo del Comité Científico sobre Chernobyl es “un completo encubrimiento”. A pesar de que la he presionado para que se explique, ella aún no ha proporcionado ni una pizca de evidencia para esta afirmación.
En una columna la semana pasada, el editor del medio ambiente de The Guardian, John Vidal, denunció airadamente mi posición sobre la energía nuclear. En una visita a Ucrania en el 2006, él vio “bebés deformados y mutados genéticamente en las salas … adolescentes con retraso en el crecimiento y torsos de enano; fetos sin piernas o sin dedos”. Lo que no vio fue evidencia de que esto estaba relacionado con el desastre de Chernobyl.
El profesor Gerry Thomas, quien trabajó en los efectos de Chernobyl de UNSCEAR, me dice que no hay “ninguna evidencia” de un aumento de defectos de nacimiento. El documento de la Academia Nacional que la Dra. Caldicott me instó a leer llegó a conclusiones similares. Se encontró que la radiación inducida por la mutación en el esperma y los óvulos es un riesgo tan pequeño “que no se ha detectado en seres humanos, incluso en poblaciones irradiadas estudiadas a profundidad como las de Hiroshima y Nagasaki”.
Así como John Vidal y muchos otros, Helen Caldicott me recomendó un libro que afirma que 985.000 personas han muerto como consecuencia de la catástrofe. Traducido del ruso y publicado por los Anales de la Academia de Ciencias de Nueva York, este es el único documento que se ve como científico y parece apoyar las afirmaciones hechas por los ambientalistas sobre Chernobyl.
Una revisión devastadora en la revista Radiation Protection Dosimetry señala que el libro logra su cifra por el método extraordinario de asumir que todas las muertes que aumentaron de un amplio rango de enfermedades -incluyendo muchas que no tienen ninguna relación conocida con la radiación- fueron causadas por el accidente. No hay ninguna base para este supuesto, entre otras razones porque en muchos países la detección ha mejorado dramáticamente después de la catástrofe y, desde 1986, ha habido grandes cambios en el antiguo bloque del Este. El estudio no hace ningún intento por relacionar la exposición a la radiación con la incidencia de la enfermedad.
Su publicación parece haber surgido de una confusión acerca de si los Anales era una editorial o una revista científica. La academia me ha dado esta declaración: “En ningún sentido los Anales de la Academia de Ciencias de Nueva York o la Academia de Ciencias de Nueva York comisiona este trabajo, ni con su publicación pretendemos validar de manera independiente las afirmaciones hechas en la traducción o en las publicaciones originales citadas en el trabajo. El volumen traducido no ha sido objeto de ninguna revisión por pares hecha por la Academia de Ciencias de Nueva York, o por cualquier otra persona”.
No proporcionar fuentes, refutar los datos con anécdotas, elegir estudios a conveniencia, despreciando el consenso científico, invocar una operación de encubrimiento para explicarlo: todo esto es horriblemente familiar. Estos son los hábitos de los negadores del cambio climático, contra el que ha luchado valientemente el movimiento ambientalista, llamando a la ciencia en su ayuda. Es doloroso descubrir que cuando los hechos no les convienen, los miembros de este movimiento recurren a las locuras que han denunciado.
Tenemos la obligación de basar nuestros juicios en la mejor información disponible. Esto no es sólo porque se lo debemos a otras personas para representar los problemas de manera justa, sino también porque nos lo debemos a nosotros mismos para no desperdiciar nuestras vidas en cuentos de hadas. Un gran error ha sido hecho por este movimiento. Tenemos que corregirlo.