A sus pacientes les llega una revista mensual que se llama Vivir Bien.
Pues cuál no sería mi sorpresa al ver la portada de la publicación de este mes, nada más y nada menos que con Juan Pablo II ocupando la primera plana.
Pero lo peor estaba aún por venir: en la página 24 empieza una pequeña y aburrida hagiografía del pontífice Karol Wojtyla, escrita por un tal Daniel Góngora con la asesoría del padre César Orley.
Luego, ya en la página 26, lo tratan de Papa milagroso, pues resulta que una monja de nombre Marie Simon-Pierre se curó de parkinson dos meses exactos después de la muerte de Wojtyla:
El 2 de junio de ese año, dos meses exactos después de la muerte del Papa, Marie Simon-Pierre se sanó de manera inesperada. A los cinco días, su neurólogo de cabecera le realizó un minucioso chequeo e, incrédulo, constató la imprevista desaparición de todos los síntomas de la enfermedad, a pesar de que ella había interrumpido el tratamiento médico.
Para comprobar este milagro, el Vaticano nombró grupos de médicos, teólogos, cardenales y obispos que llegaron a la conclusión de que la sanación de la monja Marie Simon-Pierre no tenía explicación científica y que fue un milagro conseguido gracias a la intercesión de Juan Pablo II.
Muy bien. Vamos por pasos.
En primer lugar: ¿desde cuándo es confiable que una entidad nombre a quienes van a llevar a cabo un análisis en alguna materia en que dicha entidad está supremamente interesada?
En segundo lugar: Lo de los médicos puede que me lo trague, pero ¿qué clase de preparación puede tener un teólogo, un cardenal o un obispo para decir si algo tiene o no explicación científica? Es una pregunta retórica, por supuesto, pues no tienen ninguna preparación.
En tercer lugar: siguen con esa retorcida lógica de que lo que no saben explicar es igual a dios. Siguiendo ese torticero orden de ideas, como no podíamos explicar los rayos, los truenos y las tormentas eléctricas, lo adecuado era decir que Zeus las causaba y eran la prueba de la existencia de Zeus.
Ya lo decía Bakunin: “Yo no pongo mi ignorancia en un altar y le llamo dios”. Por supuesto, la respuesta más lógica y racional es “no sé”.
En cuarto lugar: me llama la atención que los propios médicos hayan preferido ignorar la alerta que recibieron de que se podía tratar de una remisión espontánea o que incluso Marie Simon-Pierre podía nunca haber tenido parkinson, en primer lugar:
A pesar de algunos informes iniciales de que la enfermedad de la monja podía no haber sido de Parkinson y de que podría haber entrado en remisión espontánea, el grupo llegó a la conclusión de que tenía Parkinson y que se curó milagrosamente.
Ahh, claro. Ellos establecieron —una vez no quedaban rastros de la enfermedad—, de qué enfermedad se había tratado.
Pero esto es lo que me parece más curioso de todo: el misericordioso dios que requiere de la súplica de un alto jerarca para dignarse a curar a una pobre mujer, sólo cura enfermedades susceptibles de la remisión espontánea.
Un todopoderoso dios que nunca ha curado a un amputado no es muy convincente que digamos.
Encuentro totalmente repugnante y una completa falta de rigor científico y ética médica que en una revista hecha por una institución que presta servicios de salud, le den espacio al pensamiento mágico y los medievales cuentos de hadas de la superstición organizada.