Es precisamente por eso mismo que este artículo está dedicado a ellos. Me hierve la sangre de sobremanera cuando veo que se aprovechan de su dolor para darle cabida a prácticas pseudocientíficas con pretensiones de sanación.
Y hoy, estamos estrenando. Estrenamos práctica: yoga. Y estrenamos medio de comunicación: El Espectador.
Ya había visto sucumbir a El Tiempo y Semana ante el oscurantismo charlatán y me preguntaba cuánto duraría El Espectador. Pues llegó hasta el día de hoy.
Quiero aclarar que el yoga puede ser muy sano si se hace bien pero que no es más espiritual que los aeróbicos, el stepping o la escalada de roca. Y si se hubiera mantenido en ese tenor, la siguiente noticia que comento no tendría ningún problema. Pero las circunstancias son distintas.Me he quedado estupefacto cuando leí en el periódico acerca del Yoga, la sanación de la guerra.
“Nosotros los ayudamos a través del yoga a que su salida no sea tan dura. Tienen que dejar el único trabajo que han tenido y por eso les damos recursos energéticos para que superen la frustración de lo que les pasó y afronten el nuevo duelo de vivir en un mundo en ocasiones indolente con las víctimas”, dice Ana Catalina Aragón, quien ha apoyado el proceso de cerca.
¿Recursos energéticos? Y ¿qué es eso? ¿Acaso les dan barras de chocolate y leche condensada? ¿Los conectan a una batería? ¿Los ponen en paneles solares? ¿Les regalan bonos y acciones de Energizer?
Y bueno, esa podría ser una explicación vaga e imprecisa sobre una ayuda física y psicológica que le aportan a los soldados discapacitados que podría pasar por alto, pero entonces me encuentro con esto:
La yogui del Batallón de Sanidad
Tenía 16 años, estudiaba enfermería en Bogotá y leía un libro de yoga de la rusa Indra Devi que le regaló su papá, sin imaginar que esa mujer sería su guía espiritual durante los últimos cuarenta años. Desde entonces, Adriana Silva entregó su tiempo, su cuerpo y su mente al conocimiento y la práctica del yoga, como método de comprensión y de sanación. Muy joven se casó con Robert Acosta, el único lama suramericano y uno de los primeros en abanderar el conocimiento del budismo en Colombia. Con él vivió en San Francisco (California), en donde se conectó con otras tradiciones y culturas de Oriente. En 1995 fue elegida por el célebre médico hindú Deepak Chopra para dirigir los ejercicios de yoga en su famoso “centro de bienestar” en San Diego (California). Hoy, además de las clases particulares que da, lidera las sesiones de yoga con 25 soldados del Batallón de Sanidad heridos y mutilados por la guerra que no da tregua.
¡Tremenda mezcla!
Empezó con Indra Devi, quien decía:
Pero vale la pena aclarar bien el concepto: el Yoga no es una religión ni una filosofía, sino una forma de espiritualidad.
Y luego, la fundación que lleva su nombre sigue hablando de ese etéreo del que no hay pizca de evidencia alguna llamada espíritu:
El Yoga que Indra Devi enseño es un Yoga Total, que ayuda alcanzar un desarrollo armonioso de cuerpo, mente y espiritu.
Y cuando clasifican los tipos de yoga, recurren a la ignorancia popular y los íconos religiosos:
El Karma Yoga o de la acción desinteresada, ejemplo de éstos son La Madre Teresa de Calcuta, Ghandi.
A propósito de Gandhi, él está en lista de espera del Lente Escéptico. Ese es otro cretino moral que la humanidad ha puesto en un pedestal. Y, por cierto, es Gandhi. Con la “H” antes de la “I”.
Tras sumergirse en las enseñanzas esotéricas y oscurantistas de Devi, la que sería instructora de los soldados, se involucró con un lama. Ya hemos visto los postulados y preceptos de esta religión feudal y machista (agregaría violenta, pero eso es algo común a todas las religiones, aunque también lo son los otros dos adjetivos).
Y después se hizo seguidora del máximo gurú del oscurantismo new age, Deepak Chopra (probablemente el charlatán más acaudalado del mundo, autor de monumentales afirmaciones gratuitas como esta sacada de una perorata contra Richard Dawkins: “estadísticamente, la desconfianza cínica está correlacionada con la muerte súbita prematura por enfermedades cardiovasculares”, o sea que el escepticismo mata; por no mencionar aquella vez en que presentó disculpas por haber causado, él solito, un terremoto de 7,2 grados).
Con estos antecedentes considero que la tal Adriana Silva es la persona menos indicada para estar dándole clases de tranquilidad a los soldados discapacitados, aprovechándose de su dolor para sembrar en ellos la semilla del pensamiento mágico.
Aprovecharse de la inestabilidad emocional y consecuente suspensión temporal de facultades críticas de los que han quedado discapacitados para dar rienda suelta a las tendencias oscurantistas es de lo más bajo que un ser humano puede caer.
También me parece que es una lástima que El Espectador se preste para dignificar la charlatanería y tilde a Chopra como “médico hindú”, cuando no es más que un pseudocientífico best-seller de panfletos de autor-ayuda.