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No termina el mes en que El Tiempo sacó un par de publirreportajes de la Nueva Era y ahora sale dizque con fantasmas.

No se puede sacar una conclusión diferente tras leer su artículo sobre los ‘cazafantasmas’ de una funeraria en Medellín.

Todo empieza con mis colegas estudiantes de periodismo de la UdeA:

¿Cómo podemos ayudarte?, grita William Betancur mientras camina por el segundo piso del museo de la Universidad de Antioquia (Udea). ¿Cómo podemos ayudarte?, grita de nuevo, más fuerte. Nadie responde.

Es jueves. Son las 8:30 p.m. A William lo invitaron estudiantes de periodismo de la Udea, que escriben un artículo para el periódico universitario De la Urbe, sobre el equipo de ‘cazafantasmas’ de la Funeraria Betancur de Medellín.

Empezamos mal. La herramienta básica del periodista es el escepticismo y éste se basa en las evidencias. Así como en Derecho, lo que no se puede probar, no existe. Y afirmaciones extraordinarias requieren de pruebas extraordinarias. Me pregunto cómo son los consejos de redacción en la UdeA. En fin…

“Sabemos que acá se sienten manifestaciones -cuenta William, el gerente de la funeraria-. Hay lo que llamamos un “bulto” (una sombra) caminando por las instalaciones. Fuera de eso, nos dicen que se ha escuchado un golpe muy fuerte, entre el segundo y tercer piso, como la caída de un barril”.

El gerente no está solo. Con él llegaron a la universidad, cuando terminaba el día, su hermana Mercedes Betancur, que “hace de todo un poco” en la funeraria, y Kelly Rendón, una joven de 19 años que trabaja en el área de atención al cliente.

Los tres tienen puesto un chaleco blanco que tiene estampada la silueta de un jugador de fútbol, que representa el servicio “pasión eterna” para los hinchas que quieran ser enterrados en un ataúd del color y con el escudo de su equipo de fútbol del alma.

El chaleco también tiene la foto de un perrito porque en la funeraria pueden incluir a la mascota de la casa en un “combo” familiar de exequias. Otro servicio que ofrecen es el de mandar las cenizas del muerto al espacio. Sobre la tela blanca se asoma tímido el fantasma Casper, que posa sobre el nombre del último servicio que sacaron: el censo de fantasmas.

Al equipo lo buscan familias que van a la funeraria a velar a sus seres queridos, y personas que, dice Mercedes, han encontrado allí el espacio para hablar con alguien de las cosas anormales que sienten en sus casas y les apena contar.

Quién diría: además de funeraria hacen de cazafantasmas -¡¡con uniforme y todo!!- y psiquiatras (¿que esta última no requiere de una certificación por parte del Ministerio de Educación?).

Lo que ya se vuelve aún más absurdo es lo que sigue:

Hasta ahora han recibido 267 “denuncias” sobre apariciones “extrañas” en casas y edificios de Medellín. Y han comprobado, según William, 27 casos con fotografías de “las manifestaciones”.

¡¡27 casos!! Y no han avisado a nadie. Apuesto a que la comunidad internacional se muere por saber de estas “manifestaciones” y ¿ni siquiera le aportaron una de esas fotos al periódico? Aquí hay algo muy raro y no son fantasmas…

“Nuestro interés no es que la gente crea o no crea en los fantasmas. En esa parte que cada persona piense lo que estime conveniente. Nosotros estamos haciendo un censo porque estamos viendo algo que verdaderamente ocurre”, señala William.

La Funeraria Betancur fue inaugurada en 1912 en San Antonio de Prado, jurisdicción de Medellín. Cinco generaciones han estado al frente del negocio y William creció escuchando historias de espantos y apariciones.

Eso explica. La tradición oral de su familia más la tradición económica de su familia. Así no crea, ¡¡si no sigue con el cuento, le toca cerrar!!

“Hay un problema que es real, y quien tenga un fantasma en su casa, a menos de que le esté ayudando a pagar los servicios y el arrendamiento, está encartado con eso”, agrega.

Mercedes está siempre a su lado. “No se olvide poner que este no es el único servicio que ofrecemos”, señala a cada rato. Y Kelly, que camina delante de los dos, lleva una brújula en su mano. Si la aguja empieza a moverse hacia todos lados es porque “hay un fantasma cerca”. Ese es el momento de tomar las fotos, aunque no estén viendo nada.

O sea que son “manifestaciones” electromagnéticas.

Llama mi atención que cualquier superstición aprovecha la ignorancia y el miedo -componentes necesarios- para promocionarse.

Están los católicos:

“Vamos a echarle un poquito”, dice el gerente y le dispara con un atomizador un chorro de agua al reportero de este diario. “Para usted también”, agrega, antes de darle su dosis al fotógrafo que ya luce aburrido porque tiene la certeza de que no tomará la imagen de un solo fantasma.

¿Es agua bendita?, le preguntamos a William. “Es agua exorcizada, pues…agua bendita, sí”, responde.

Y están los aborígenes:

El biólogo y curador de ciencias del museo de la Udea, Fernando Valencia, cuenta que hay algo anormal en el edificio; es una historia que existe desde hace varios años. Vigilantes, estudiantes y personas que trabajan allí han mencionado que “han sentido ruidos, cosas extrañas o presencias”.

Valencia lleva más de 15 años trabajando en el museo y explica que incluso miembros de comunidades indígenas, que los han visitado, dicen que estos hechos ocurren “porque el museo tiene colecciones de culturas indígenas, entonces que los objetos de estas tienen los espíritus de algunos personajes”.

Y parece que al Vaticano se le ha pasado mencionar algún lugar, pues a pesar de que afirman que existen el cielo, el infierno y el purgatorio, algunas almas se quedaron por acá. ¡¡San Pedro debe estar como loco!!

William pregunta de nuevo y grita: “¿Cómo podemos ayudarte?”, pero otra vez, nadie responde. Dice que una vez, en una casa del centro de la ciudad, tras decir eso, escuchó una voz que dijo: “recen”.

Y de nuevo volvemos a las justificaciones no probadas, ni probables de los crédulos y de los charlatanes:

El grupo sale del museo. William los convoca para hacer una oración afuera. El fotógrafo de este diario tiene cara de decepción. “Yo tengo una idea -le dice el gerente de la funeraria, tras terminar la oración- y es que ellos se dejan fotografiar de nosotros porque oramos por ellos. Como usted no lo hizo, no le salió nada”.

¿No decía que su interés no era el de que las personas creyeran o no creyeran?

Estas son personas que les gusta perder su tiempo mientras le dan rienda suelta a sus delirios mitológicos. No me extrañaría que también cargaran con estacas, ajo y balas de plata.

Ellos no son dignos de llamarse ‘cazafantasmas’. Todo el mundo sabe que los cazafantasmas profesionales somos los ateos, que hemos ido erradicando poco a poco a los distintos amigos imaginarios que han azotado a las diferentes sociedades a través de la historia.

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