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Abolir la libertad religiosa

El autor de esta propuesta es un profesor de Filosofía de la Universidad de St. Mary llamado Mark Mercer, un defensor de los derechos civiles, quien considera que la libertad de culto sobra — su argumentación es contundente:


No hay necesidad de contar entre las libertades civiles, la libertad de culto por separado.

Un sistema cultural y legal que respete la libertad de expresión, la libertad de asociación y reunión y la libertad de opinión y conciencia, y que no interfiere con lo que hacen las personas mientras no haga daño a terceros, necesariamente será un sistema cultural y legal en el que las personas son libres de adorar cualquier cosa que se les ocurra.

Sin embargo, extrañamente, la libertad de expresión y otros libertades civiles básicas -“básicas” en el entendido de que no se derivan de otras-, son objeto de ataques desde varios sectores y la gente invoca la libertad religiosa para defender la excepción a la ley, y las cortes los están escuchando.

Los juzgados han dictaminado que los judíos ortodoxos que viven en edificios colectivos, pueden hacer uso de las terrazas comunes para erigir una sucá, una pequeña cabaña usada durante la festividad conocida como Sucot. Sin embargo, otros residentes deben ajustarse a la regla que se han fijado a sí mismos, prohibiendo erigir estructuras en las áreas comunes.

Las cortes han establecido que los niños sikhs pueden llevar pequeñas dagas, los kirpans, a la escuela. Los demás estudiantes no pueden cargar pequeñas dagas.

Las musulmanas pueden usar el velo mientras testifican en las cortes, mientras su creencia religiosa sea lo suficientemente sincera, pero ningún hombre ni no-musulmán puede taparse la cara al testificar.

Ciertamente, no siempre las cortes u otras autoridades eximen a las personas religiosas de las reglas. Rara vez se exime a las organizaciones católicas de la legislación laboral, por ejemplo.

La posibilidad de obtener una exención aumenta cuando la práctica es parte de una religión minoritaria. La Corte Suprema ha dictaminado que los huteritas de Alberta que desean conducir en la vía pública deben, como todos los demás residentes de Alberta, tener su foto en su licencia de conducción aunque los huteritas dicen que este requisito contraviene algo en su religión.

El presidente de uno de los principales grupos de derechos civiles de Canadá ha criticado esa decisión como inconsistente con decisiones pasadas, incluyendo las primeras dos que mencioné arriba, como también inconsistente con la garantía de libertad religiosa en la Carta de Derechos y Libertades.

¡Qué lamentable que un defensor de los derechos civiles tome esa postura!

Uno pensaría que la libertad es para todos nosotros, y no simplemente para los que pretenden un estatus especial. La posición correcta que debería adoptar un defensor de los derechos civiles es la de insistir en que las leyes se nos aplican a todos por igual y que las leyes no deben decirnos lo que debemos hacer a menos que se perciba un serio perjuicio.

Desde la perspectiva de las libertades civiles, lo que hay que hacer es preguntar si los estudiantes que cargan cuchillos enfundados en su ropa suponen un peligro para sus compañeros de clase o demás personas. Si no, entonces las reglas que les prohíben portar cuchillos son ilegítimas y cualquier alumno que quiera cargar uno, puede hacerlo, sin importar si es por razones religiosas o no.

Si las regulaciones de los edificios que prohíben estructuras en áreas comunes son ilegítimas cuando se trata de sucás, entonces son ilegítimas cuando se trata de cualquier cosa que un residente quiera construir ahí.

Si el requerimiento de las fotografías en los carnets de conducir no tienen un buen propósito, entonces nadie tiene que poner su foto en su licencia.

Si usar el velo no obstruye la justicia, entonces cualquiera puede usarlo.

El punto es que todos nosotros tenemos nuestros propios motivos para querer hacer lo que sea que queremos hacer. Darle algún estatus especial a las razones religiosas, como si tuvieran más peso que las demás, viola nuestra igualdad como ciudadanos.

¿Por qué hay, tanto oficialmente como en la vida cotidiana, esta consideración con la religión y las sensibilidades religiosas? La deferencia con la religión está ligada, por supuesto, al compromiso con el acomodamiento multicultural, especialmente cuando se trata de religiones minoritarias o exóticas.

Como dijo la Magistrada Louise Charron, el argumento en contra de que los niños sikhs lleven kirpans “es irrespetuoso para los creyentes del sijismo y no toma en cuenta los valores canadienses basados en el multiculturalismo… Si algunos estudiantes consideran injusto que Gurbaj Singh pueda cargar su kirpan al colegio mientras a ellos no se les permite llevar cuchillos, le corresponde a los colegios de cumplir con su obligación de inculcar en sus estudiantes este valor que está… en la base misma de nuestra democracia”.

Lo que hay que dejar claro es qué tan equivocadas y feas, de hecho son estas opiniones en cabeza de alguien que protege la igualdad y las libertades civiles.

Dejemos de lado el hecho de que no es asunto del gobierno si somos irrespetuosos con la religión de los demás, tal como fue el llamado de la Magistrada Charron a los colegios a indoctrinar a los niños. Primero tenemos el espectro amenazador de agentes del Estado interrogándonos sobre nuestras creencias con el fin de etiquetarnos correctamente.

En segundo lugar, los líderes religiosos casi nunca tienen legitimidad democrática y aún así sus puntos de vista serán buscados por el Estado como los más auténticos y definitorios de la comunidad.

En tercer lugar, y más importante, mientras los defensores de los derechos civiles nos preocupamos por nosotros como individuos y por crearnos espacios en los que como individuos (a menudo, por supuesto, como miembros de grupos) podamos imaginar y perseguir lo que consideremos bueno, la complacencia con la religión es una actitud que nos pone en primer lugar como miembros de algún grupo sin importarle de a mucho nuestra igualdad social y política como individuos.

La postura de los derechos civiles grupales equivale a una traición de la igualdad liberal y las libertades civiles. Una persona que uno esperaría que estuviera en contra de las corrientes no liberales del multiculturalismo parece, en cambio, ser un agente voluntarioso de estas.

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