En Inglaterra se publicó hace unas semanas el Informe Cass, un reporte sobre los servicios de salud de género prestados a los jóvenes en ese país bajo el modelo de atención conocido como afirmación del género. Antes de adentrarnos en el informe, es necesario repasar el contexto que llevó a comisionar el mismo.
Tavistock
En 1989 en Inglaterra se inauguró la clínica de Tavistock, denominada Servicio de Desarrollo de la Identidad y el Género (GIDS, sigla en inglés), para ayudar a los menores de 18 años que luchaban con su identidad de género. El GIDS fue una de las primeras clínicas del mundo dedicadas a ayudar a niños con disforia de género.
En 2018 empezó una serie de controversias que llevaron al eventual cierre del GIDS. Primero, los padres de algunos pacientes se quejaron de la celeridad con la que se emitían los diagnósticos para prescribir bloqueadores de pubertad. El informe interno que se comisionó al respecto concluyó que el servicio no era apto para el propósito de ayudar a los jóvenes con disforia de género, que a los niños se les estaban recetando medicamentos experimentales tras unas pocas sesiones y sin una investigación adecuada de sus casos. Más adelante se supo que decenas de psicólogos habían renunciado al GIDS, y en algunos casos era debido a que se sobrediagnosticaba disforia de género y se apresuraba a los niños a empezar las intervenciones médicas. Más adelante, la clínica fue demandada por una enfermera que había trabajado allí y una paciente que sentía que la habían apresurado a hacer la transición y había terminado por revertir la misma (o sea, destransicionó).
Un tema recurrente en estas controversias era el hecho de que en los últimos años, el GIDS —junto con el resto del mundo— se habían alejado del curso de tratamiento estándar hasta el momento (el modelo holandés) y había adoptado en cambio el modelo de afirmación del género. ¿Cuál es la diferencia?
Del protocolo holandés a la afirmación del género
Cuando el GIDS abrió, su enfoque principal era terapéutico, trataban un promedio de 10 niños por año, y sólo una pequeña proporción de los pacientes era remitida para recibir tratamiento hormonal —alrededor de los 16 años—.
En los Noventa, los servicios de género juveniles empezaron a ofrecer atención en salud siguiendo lo que se conoce como el protocolo holandés — esto son las guías desarrolladas por doctores de género en Holanda, que implican hacerle acompañamiento psicológico a niños que manifestaron disforia de género desde muy pequeños —a los tres o cuatro años—, sugiriendo evitar la transición social antes de la pubertad. Si al empezar la pubertad la disforia de género se mantenía o empeoraba, se les formulaban bloqueadores de pubertad para impedir el pleno desarrollo de los rasgos sexuales secundarios que podrían causarles una gran angustia; si a pesar de esto la angustia continuaba se les recetaban hormonas de sexo cruzado y, más adelante, se les ofrecían intervenciones quirúrgicas de cambio de sexo — o sea, la transición.
Los médicos holandeses sabían que este proceso no era nada fácil, por lo que la selección de candidatos para este procedimiento era muy rigurosa y excluía niños que no hubieran sufrido disforia de género desde muy pequeños, que tuvieran padres poco comprensivos y/o que padecieran otras enfermedades mentales. La inmensa mayoría de niños que encajaban en el perfil aceptado eran varones. El protocolo se basaba en la idea de que una intervención médica más temprana daría mejores resultados para los niños con disforia de género. Siguiendo este modelo, la incongruencia de género y disforia de género persistían en la adolescencia en un una minoría de niños, pues los síntomas desaparecían durante la adolescencia en el 67% de los pacientes, que crecían como adultos homosexuales o bisexuales sin necesidad de hacer la transición.
Desde que empezó la década de 2010, las clínicas de género de todo el mundo notaron un incremento sustancial en la cantidad de pacientes que se presentaban buscando atención en salud. La demografía de esta cohorte era radicalmente diferente del perfil de los pacientes sobre el cual se construyó el protocolo holandés: la gran mayoría de los pacientes ahora eran hembras que sólo habían empezado a manifestar —o se autodiagnosticaban— disforia de género después de los 10 años, y que además presentaban otros problemas de salud mental; o niños que de repente manifestaban un problema de género después de un trauma.
Lamentablemente, cualquier intento de estudiar este cambio —o siquiera mencionarlo— ha sido recibido con acusaciones de transfobia (?), y, en consecuencia, amenazas, matoneo y censura. Por arte de birlibirloque, tener la osadía de considerar que una angustia clínicamente relevante que se presenta inicialmente a los tres o cuatro años de edad en una población mayoritariamente masculina que no sufre otros padecimientos de salud mental tal vez podría no ser exactamente el mismo fenómeno que cuando la angustia se presenta en una población mayoritariamente femenina hacia los 11 años de edad concursa con comorbilidades y otras enfermedades de salud mental es sinónimo de odiar a los individuos y la población trans.
Nadie sabe a ciencia cierta qué causa la disforia de género en ningún caso, así que no tenemos evidencia para afirmar que es causada en niñas preadolescentes por cosas como la presión de grupo, el matoneo, y/o influencers en redes sociales; y la sola idea de sugerir una investigación para tratar de arrojar luces sobre el tema (que igual podría rebatir estas hipótesis) ha sido recibida, de nuevo, con la típica cancelación y ruina profesional.
En paralelo con la llegada de esta nueva cohorte de pacientes, la medicina de género juvenil fue adoptando un enfoque cada vez más afirmativo del género: esto es que en vez de esperar a la pubertad, se afirma la identidad de género expresada por el menor (o se acepta su autodiagnóstico de disforia de género), se promulga la transición social temprana, a la vez que se redujo la edad para prescribir bloqueadores de pubertad —en el caso del GIDS, tras mucha presión por parte de grupos activistas—. Se estima que un 97% de los niños que empiezan la transición social más temprano —antes de la pubertad— seguirá identificándose como transgénero.
Los resultados buscados con el modelo afirmativo del género no pueden ser subestimados. Con esta vía de tratamiento, se razonó, mejoraría la salud mental de los niños, habría una reducción de las tasas de depresión, ansiedad e ideación suicida; aumentaría el afecto positivo, la satisfacción vital y el bienestar general; incrementaría la confianza y capacidad de los niños para navegar el sistema de salud; se suministraría un entorno de apoyo; y se podrían prevenir los problemas de salud mental o evitar que empeoren. Esos son objetivos completamente loables.
Algunos investigadores incluso encontraron que las personas a las que se les habían prescrito bloqueadores de pubertad de niños presentaban menos ideación suicida en la adultez, razón por la cual muchos proponentes del modelo afirmativo del género lo etiquetan como un tratamiento que “salva vidas“.
Este es el tratamiento principal que el GIDS ofrecía a sus pacientes cuando se vio envuelto en todas esas controversias.
El Informe Cass
En el caso del GIDS, las controversias mencionadas, sumadas a los largos tiempos de espera, llevaron a que en 2020 el servicio nacional de salud (NHS, sigla en inglés) encargara a la especialista en pediatría Hilary Cass para liderar una investigación de la clínica y el servicio ofrecido a los jóvenes. Desde el principio, Cass se comprometió con un enfoque basado en la evidencia, para lo cual su equipo evaluó y analizó la evidencia existente, y además comisionó nuevas investigaciones para cerrar algunas lagunas de conocimiento. El resultado de esto fueron seis revisiones sistemáticas de la literatura existente llevadas a cabo por la Universidad de York y publicadas en la revista científica BMJ. También se solicitó documentación de la clínica, y se llevaron a cabo entrevistas con pacientes, familiares, y personal médico y administrativo.
En 2022, Cass publicó un informe provisional, y el 9 de abril de 2024 finalmente publicó el informe definitivo. La conclusión del informe es que hay problemas significativos con el modelo de servicio y el enfoque clínico del GIDS hasta su cierre (unas semanas antes de la publicación del informe final); por esto, Cass hace un llamado a una transformación fundamental que proporcione una atención más apropiada, basada en la evidencia y centrada en el paciente.
Básicamente, los problemas identificados por Cass y su equipo se pueden resumir en que no hay un cuerpo de evidencia de alta calidad que sustente la prescripción de bloqueadores de pubertad y hormonas de sexo cruzado como el estándar de atención médica por disforia de género. Las decisiones sobre los tratamientos hormonales deberían basarse en datos a largo plazo, pero no existen tales datos. Este hallazgo tampoco debería ser una sorpresa — antes de Cass hubo por lo menos siete revisiones sistemáticas de la literatura que llegaron a la misma conclusión: una en Finlandia, una en Alemania, una en Suecia, dos en Inglaterra, y dos en EEUU; y también hubo periodistas que se tomaron la molestia de investigar (o sea, hicieron su trabajo) e informaron verazmente sobre la situación.
Lo cierto es que no sabemos si el enfoque de afirmación del género funciona o no. Esto no quiere decir que no haya habido casos en los cuáles se alivió genuinamente la angustia de los jóvenes siguiendo el modelo — el mismo Informe reconoce que hay indicios de que los bloqueadores de pubertad pueden proporcionar alivio psicológico a algunos adolescentes trangénero al detener el desarrollo de características sexuales secundarias no deseadas; también subraya que la base de pruebas no es lo suficientemente sólida como para hacer afirmaciones generalizadas sobre su eficacia.
Lo poco que podemos afirmar con certeza sobre el uso de bloqueadores de pubertad es que tienen un impacto negativo sobre la densidad ósea y podrían facilitar el desarrollo de osteoporosis.
¿Y qué pasa con el estudio que encontró que los bloqueadores de pubertad reducían la ideación suicida? Una correlación lamentablemente desfigurada para ser presentada como una causalidad, a pesar de que la causalidad perfectamente podría ir en el sentido contrario: tal vez los individuos con mayor ideación suicida también tenían mayor ideación suicida de jóvenes, y por esto mismo los doctores se negaron a prescribirles los bloqueadores, según las directrices de la propia medicación. Para completar, el estudio se basó en una encuesta con graves problemas de muestreo. La gente se suicida sin haber recibido un tratamiento de afirmación de género y también después de haberlo recibido — y no hay una diferencia en las tasas de suicidio antes y después del tratamiento. Si el modelo afirmativo del género realmente salva vidas, no es porque sirva para prevenir suicidios.
De hecho, el Informe Cass no sólo no encontró evidencia para respaldar el modelo afirmativo del género, sino que además encontró que su aplicación conlleva riesgos que algunos doctores y defensores podrían haber pasado por alto. Por ejemplo, la mejor evidencia disponible apunta a que una vía de tratamiento con bloqueadores de pubertad, hormonas de sexo cruzado y cirugía de transición supone riesgos para la función sexual, en particular para la capacidad de experimentar orgasmos; y también puede provocar infertilidad y esterilidad.
La idea de utilizar bloqueadores de pubertad era darle tiempo a la persona para que decidiera si quería atravesar la pubertad como el sexo que nació o seguir con el proceso de transición. El problema que reportaron Cass y su equipo es que, en vez de darle tiempo al individuo para la exploración, los bloqueadores de pubertad corren el riesgo de determinar una vía de tratamiento medicalizada sin posibilidad de dar marcha atrás. Los datos de Países Bajos y del propio GIDS revelaron que casi todos los niños y jóvenes que reciben bloqueadores de pubertad pasan a tratamiento con hormonas sexuales (96,5% y 98% respectivamente), y las razones de esta situación no son bien comprendidas.
Otro problema con el modelo de atención en el GIDS era la exclusión diagnóstica de otros problemas de salud, porque se asumía que las comorbilidades y enfermedades mentales como la anorexia, el trastorno límite de la personalidad o la depresión eran síntomas de la disforia de género, y se dejaban de lado en lugar de ser tratadas.
Revisando la práctica del GIDS, Cass y su equipo encontraron que los doctores no se ponían de acuerdo sobre la naturaleza de los trastornos de disforia de género que estaban tratando; y no tenían un conjunto de criterios claros consensuados para determinar qué niños con disforia de género observarían que su angustia desaparecía de forma natural y cuáles mantendrían una identidad transgénero estable hasta la edad adulta.
Cass encontró (p. 8) que el promedio de citas con doctores del GIDS antes de que los niños fueran referidos a endocrinología era de 6.7. Hubo más de 200 casos en los que se refirió a los niños antes de la quinta cita. Esto significa que a muchos niños se les recetaron rápidamente bloqueadores de pubertad, a pesar de que los propios doctores estaban preocupados por el elevado número de falsos positivos, en virtud de los cuales a niños que de otro modo habrían crecido y se habrían convertido en adultos homosexuales sanos se les recetaban tratamientos que alterarían su vida de manera innecesaria.
Casi que como no podía ser de otra manera, el Informe de Cass no cayó bien entre algunos sectores ideológicos y activistas. Aunque la gran mayoría de las respuestas negativas fueron insultos, si uno se esfuerza, puede encontrar comentarios más elaborados que tratan de poner el trabajo de Cass en tela de juicio.
Las críticas a Cass
¿Transfobia?
Cualquier persona que haya expresado algo distinto a la más incuestionable aceptación de la afirmación de género como el mejor y único modelo de atención aceptable para la población trans juvenil ha sido acusada automáticamente de transfobia — o de darle munición a los transfóbicos. Y las descalificaciones personales de este tipo no se hicieron esperar una vez Cass publicó su informe. Aunque normalmente no le dedicaría tiempo ni pixeles a falacias ad hominem, hay una dimensión adicional de este tema que lo hace necesario: la transfobia sí existe, y no escasean los políticos y activistas antiderechos que buscan activamente hacerle daño a la población trans (por ejemplo, las coimas latinoamericanas de Steve Bannon).
Sin embargo, a pesar de no haber hallado evidencia para sustentar el modelo afirmativo, en vez de borrar de un plumazo la medicina de género juvenil y desterrar por completo y para siempre el uso de bloqueadores de pubertad y hormonas de sexo cruzado en menores de edad, Cass recomendó (p. 197) que se lleve a cabo un amplio programa de investigación que acumule evidencias sobre todas las posibles intervenciones, y que este programa incluya la investigación clínica sobre bloqueadores de pubertad que el NHS empezó recientemente. Por el momento, sólo se le prescribirán bloqueadores a jóvenes con disforia de género que hagan parte del ensayo clínico. En esto, Inglaterra se suma a países como Noruega, Finlandia, Suecia, Dinamarca y Francia, que han adoptado medidas similares.
Para mí es claro que hay todo un universo de diferencia entre alguien que quiere mejorar la salud de la población trans juvenil, basándola en un robusto cuerpo de evidencia, y alguien que quiere prohibir por completo la medicina de género, tanto para jóvenes como para adultos. ¿Cómo no es un error garrafal pretender que no hay diferencias entre esas dos posturas? ¿Cómo es que buscar que la atención en salud se base cada vez más en la mejor evidencia disponible es darle munición a los transfóbicos… pero insistir en un tratamiento que no tiene respaldo probatorio no lo es?
¿Cass rechazó el 98% de los estudios?
Una de las primeras críticas al Informe Cass es que habría rechazado el 98% de los estudios disponibles.
Esto es falso. Cass y su equipo evaluaron la calidad y el riesgo de sesgo de todos estos estudios. De 102 estudios encontrados, sólo el 2% de los mismos cumplían los criterios para la máxima calificación de calidad; a pesar de esto, todos los estudios de calidad alta y también los de calidad media se analizaron en profundidad para sintetizar las conclusiones generales (esto es más del 50% de los estudios).
¿Cass recomendó que los menores de 25 años no tengan acceso a la medicina de género?
En el Informe Cass (p. 224) se discute la referencia a los servicios de género para adultos desde las clínicas de género juvenil. Cass menciona que eso se venía haciendo a los 17 años y sugiere cambiar la edad para que haya continuidad del servicio para los pacientes jóvenes hasta los 25 años antes de que sean referidos a las clínicas para adultos. El Informe dice textualmente:
Teniendo en cuenta todas las cuestiones anteriores, un servicio de seguimiento que continúe hasta los 25 años eliminaría la necesidad de transición en este momento vulnerable y beneficiaría tanto a esta población más joven como a la población adulta. A largo plazo, esto tendrá la ventaja añadida de aumentar la capacidad de los servicios para adultos en todo el país a medida que se establezcan más servicios de género.
Quien se tome la molestia de leer toda la página entenderá que la palabra “transición” en “eliminaría la necesidad de transición en este momento vulnerable” quiere decir la transición de una clínica juvenil a un centro médico para adultos, y no la transición de género.
De alguna manera, alguien que o bien tiene problemas de comprensión de lectura o no tiene ni pajolera idea del principio de caridad terminó convirtiendo esta recomendación en que Cass solicitaba que se le negara tratamiento médico a los menores de 25 años.
Otros aprovecharon que Cass menciona (pp. 102-103) que ahora sabemos que la maduración cerebral culmina hacia mediados de los 20 —en vez de en la adolescencia, como se creía antes— para afirmar que Cass aboga por que los pacientes de la medicina de género primero alcancen los 25 años para ser lo suficientemente competentes para tomar decisiones sobre su salud; nada de esto se encuentra en el Informe.
Ensayos controlados, aleatorizados de doble ciego
En el Informe Cass definitivo (pp. 49-51) hay una tabla en la que se menciona que el estándar oro para la investigación médica son los estudios controlados, aleatorizados de doble ciego (DBRCTs). De alguna manera, quienes creen que Cass rechazó el 98% de los estudios, también creen que lo hizo porque no eran DBRCTs. Esto no ocurrió.
El Informe no recomienda descartar estudios únicamente por no ser DBRCTs; y por el contrario reconoce las limitaciones inherentes a este tipo de investigación, sobre todo en campos relacionados con comportamientos humanos complejos y con la ética médica, donde los ensayos doble ciego no siempre son factibles o éticos. (Como señalaron varios furiosos internautas que no se tomaron la molestia de leer el Informe, es imposible cegar un estudio así, porque en el momento en que los niños empiecen a desarrollar rasgos sexuales secundarios van a saber de inmediato que están con placebo en vez de bloqueadores de pubertad.)
El Informe aboga por un planteamiento integral de la recopilación de evidencia, que incluya diversos tipos de metodologías de investigación que se adapten a los retos específicos y a las consideraciones éticas del estudio de la atención sanitaria a individuos transgénero. De hecho, el Informe menciona que los estudios disponibles fueron evaluados con la Escala Newcastle-Ottawa, que se utiliza específicamente para evaluar estudios observacionales no aleatorizados. Si Cass hubiera considerado rechazar estudios por no ser DBRCTs, no habrían utilizado la Escala Newcastle-Ottawa en primer lugar.
¿Es la tasa de destransición insignificante?
No lo sabemos. En el Informe Cass definitivo (p. 188) se menciona que este dato de por sí es difícil de precisar, puesto que las personas que decidan revertir su transición podrían simplemente no volver a la clínica de género, por lo que se dificulta el seguimiento.
Para completar, Cass no pudo determinar la tasa de destransición, porque aunque en la de auditoría del GIDS se registraron menos de 10 destransiciones, seis de las siete clínicas de género de adultos se negaron a facilitar información sobre los 9000 pacientes que han tratado (p. 20 del Informe), lo que imposibilitó relacionar el tratamiento de un niño con su resultado de adulto.
Los críticos de Cass han pasado esos dos datos incómodos por alto y tratan de descartar los casos de arrepentimiento, afirmando que de los 3499 pacientes a cuya información se tuvo acceso, hubo menos de 10 casos de arrepentimiento y destransición.
‘Terapia’ de conversión
Entre los defensores y promotores del modelo de afirmación del género, hay algunos que creen que el escepticismo, o albergar dudas, inquietudes o querer ofrecer sugerencias frente a este curso de tratamiento equivale a promover la mal llamada ‘terapia’ de conversión, una pseudociencia promovida por muchos grupos cristianos en la que se tortura a personas homosexuales hasta supuestamente ‘convertirlas’ en heterosexuales o ‘curarlas’.
La ‘lógica’ de equiparar a los escépticos de la terapia de afirmación del género con la más intolerante homofobia, hasta donde consigo entenderla, es que así como los cristianos buscan cambiar la orientación sexual de gays y lesbianas, cuestionar la afirmación del género es, mutatis mutandis, querer cambiar la identidad de género de una persona (o impedir que lleve a cabo la cirugía de transición). Una acusación un tanto extraña, considerando que el cambio en la identidad de género es casi que un resultado inherente de la explaración del género que haga la persona, y además es un rasgo característico de los individuos de género fluido. Para mí no es muy claro por qué sería legítimo que la exploración del género de un individuo lo lleve a declararse trans pero no que lo lleve a declararse cisgénero después de todo.
En fin, bajo esta óptica, la práctica de los médicos holandeses que disuadían de hacer la transición social temprana sería considerado ‘terapia’ de conversión. Y obviamente, Cass también fue acusada de esto — a pesar de que el Informe, literalmente, se opone a someter a cualquier grupo LGBTI a prácticas de conversión (p. 150), y explica que es dañino equiparar el acompañamiento psicológico que se hace con los niños para explorar sus preocupaciones y experiencias tratando de ayudar a aliviar su disforia con la ‘terapia’ de conversión.
Para rematar, hay una cruel ironía en el doble filo que tiene lanzar la acusación de ‘terapia’ de conversión a quien ose hacer preguntas incómodas sobre la afirmación del género: a saber que la mayoría de niños con disforia de género se dan cuenta durante la pubertad de que son homosexuales, lo que normalmente resuelve la angustia que habían experimentado, y que el tratamiento que empieza con bloqueadores de pubertad a menudo causa esterilización. Difícilmente soy el primero en señalar que la afirmación del género como era aplicada en el GIDS trae implícita la esterilización química totalmente innecesaria de niños homosexuales. (Y una persona tan poco caritativa como los críticos de Cass bien podría levantar acusaciones de homofobia.)
Neurodivergencia
Otra acusación lanzada contra Cass es que aboga porque se prohiba el proceso de transición para individuos en el espectro autista. Nada que ver: el Informe no sugiere que a los individuos neurodivergentes se les deba negar categóricamente la opción de hacer la transición, sino que aborda la complejidad de los casos de jóvenes neurodivergentes haciendo hincapié en la necesidad de realizar evaluaciones exhaustivas para garantizar que en los planes de tratamiento se tengan en cuenta todos los aspectos de la salud y el bienestar de la persona. Cass se enfoca en la atención individualizada y las evaluaciones exhaustivas, no en restringir el acceso a la atención en salud relacionada con la transición con base en la neurodivergencia.
Otras instituciones contradicen a Cass
Es cierto que algunas instituciones han adoptado la afirmación de género como el estándar de atención en sus guías clínicas — por ejemplo, la Asociación Mundial de Profesionales de Salud Transgénero (WPATH) o la Sociedad Endocrina. El problema en este caso es que sus posturas a favor de la afirmación del género no están basadas en la mejor evidencia disponible. Así que deferir a ellas se convierte en un ejercicio de apelar a la autoridad.
En 2009, la Sociedad Endocrina publicó sus primeras guías clínicas, que luego fueron citadas por la guía de la WPATH en 2012. Estas guías luego fueron la base de las guías de otras organizaciones (nacionales, regionales e internacionales), como la Asociación Americana de Psicología, la Academia Americana de Psiquiatría Pediátrica y Adolescente, la Academia Americana de Pediatría y la Sociedad para la Salud y Medicina de Adolescentes. Y cuando la WPATH y la Sociedad Endocrina actualizaron sus guías, lo hicieron con base en las guías clínicas que se habían basado en sus propias publicaciones iniciales.
Esta circularidad de referencias es lo que se conoce como un cartel de citaciones, y es el motivo por el cuál otras instituciones contradicen a Cass. Técnicamente es cierto, pero una descripción más precisa de la situación sería que Cass encontró que no hay evidencia para sustentar el modelo afirmativo adoptado por las guías clínicas de 2009 de la Sociedad Endocrina sobre las que se construyeron las demás guías clínicas (incluidas las guías actualizadas de la propia Sociedad Endocrina). El estado de referencias y citaciones circulares es tan grave que es señalado en Informe Cass definitivo (p. 130) en los siguientes términos: “La circularidad de este enfoque puede explicar por qué ha habido un aparente consenso en áreas clave de la práctica clínica a pesar de la pobreza de la evidencia“.
Aún más desconcertante es que de las siete revisiones sistemáticas que fueron llevadas a cabo antes del Informe Cass y que no encontraron suficiente evidencia para adoptar la afirmación de género hubo una que fue realizada por la propia WPATH — lo curioso es prefieran insistir en un tratamiento que no sólo no tiene sustento empírico para ser puesto en práctica de manera generalizada, sino que además esa insistencia sea hecha a pesar de los resultados de su propia investigación. (La respuesta de la WPATH al Informe Cass fue redoblar la apuesta sobre el tratamiento con bloqueadores de pubertad y hormonas de sexo cruzado).
TL;DR
El Informe Cass, comisionado por el NHS, pone en entredicho las supuestas virtudes del modelo de afirmación del género — entendido como la transición social temprana seguida por la prescripción de bloqueadores de pubertad, luego hormonas de sexo cruzado y finalmente la cirugía de transición de género. La mejor evidencia que tenemos hasta el momento no respalda su aplicación como el estándar de atención en salud de género juvenil.
La medicina de género, y la de género juvenil en particular, no son un rincón de la experiencia humana exento de ser investigado, transformado y refinado a medida que vamos adquiriendo más conocimiento.
Si vamos a tener políticas públicas y medicina basadas en la evidencia, lo mínimo que cabe esperar es que haya espacio para presentar el estado actual de la evidencia, deliberar en razón del mismo, y estar dispuestos a cambiar de opinión a medida que tenemos más y mejor evidencia. Y es que sólo así sería posible señalar si Cass y su equipo se hubieran equivocado en algo —o hubieran sido negligentes—.