Quienes alguna vez hemos cometido el error de tratar de razonar con alguien woke —o sea un partidario de las políticas de ‘Justicia’ ‘Social’™— rápidamente hemos topado con el ligeramente irritante escenario de que niegan la existencia misma de esa ideología, y descartan cualquier intento por definir o demarcar su movimiento político. Simplemente dirán que lo woke no existe, y no saben lo que significa el término. Los peores dicen que woke “simplemente” signifca tener empatía.
Su negativa a autodefinirse, reconocerse y denominarse no ha impedido que orgánicamente vayan surgiendo términos para referirse a ellos. Y, fieles a su estilo, todos los términos propuestos terminan siendo negados o tachados como teoría de la conspiración: ni ‘woke‘, ni justicieros sociales (SJW), ni políticas de identidad, ni izquierda regresiva, ni corrección política, ni progresismo locacional, ni posmodernismo aplicado, ni izquierda autoritaria — nada. Mientras tanto, la derecha más cavernaria no ha desaprovechado la oportunidad de etiquetar a la totalidad de la izquierda como ‘woke‘, así que la confusión terminológica va viento en popa. (Y nunca deja de ser llamativo cómo parece haber una espiral de retroalimentación sistemática en la que unos reaccionarios le dan munición a su contraparte autoritaria del otro lado del espectro político, y estos les devuelven el favor; es casi como si lo woke y la alt–right fueran dos caras de la misma moneda, o algo; aunque tocará dejar ese tema para otra ocasión.)
Supongo que para quienes podemos distinguir entre el progresismo de toda la vida y este espectro indeseable es un poco como la pornografía: sabemos lo que es al verlo. La cosa es que, a todas luces, parece que ¡ellos también lo saben! Pues ya un poco cansado de este jueguito de la negación, el filósofo Freddie deBoer ofrece una aproximación a qué es woke (o cualquiera de los demás términos), y lo absurdo que resulta pretender negar esta corriente ideológica:
“Woke” o “lo woke” se refiere a una escuela de liberalismo social y cultural que se ha convertido en el discurso dominante en los espacios de centro-izquierda de la vida intelectual estadounidense. Refleja tendencias y modas que surgieron de espacios activistas y académicos de izquierda y se convirtieron en la corriente principal, de hecho hegemónica, entre los progresistas estadounidenses en la década de 2010. “Lo woke” centra “lo personal es político” en el corazón de toda la política y trata la acción política como una cuestión de higiene moral personal inherente — woke no es algo que haces, es algo que eres. En consecuencia, toda la política puede descomponerse en los pensamientos correctos y las declaraciones correctas de los iluminados. La persuasión y el compromiso son contrarios a esta visión de la higiene moral y, por tanto, se desaprueban. Los pensamientos correctos se imponen mediante un sistema de vigilancia mutua, que aprovecha las posibilidades de la tecnología de Internet para vigilar y luego castigar. Dado que la política no es una cuestión de llegar a la alternativa menos mala a través de un proceso adversarial, sino más bien una cuestión de entender y habitar una posición moral elevada, no hay crisis de conciencia o males necesarios.
Lo woke se define por varios atributos coherentes. Lo woke es
1. Académico — la terminología de la política “woke” es una terminología académica, lo que no es sorprendente dado su origen en los departamentos de humanidades de las universidades de élite. Un elemento central del discurso woke es la sustitución de versiones más antiguas y menos complicadas de las perspectivas socialmente liberales por versiones académicas más voluntariamente complejas. Así que salen los derechos civiles, entra el “antirracismo”. Sale la comunidad, entra la interseccionalidad. Sale la igualdad, entra la equidad. Sale lo de “sin techo” y entra lo de “en condiciones de no vivienda”. Sale el sexismo, entra la misoginia. Sale la ventaja, entra el privilegio. Siempre que se presenta la oportunidad de introducir un concepto alternativo que ha sido estrujado a través de la extraña maquinaria académica, se aprovecha esa oportunidad. Esto tiene la ventaja de hacer que el compromiso político esté disponible sólo para una casta sacerdotal que ha disfrutado de los beneficios de la educación universitaria de élite; como todos los movimientos políticos, el movimiento político woke está capturado por el impulso de ocupar un estatus elevado dentro de él.
2. Inmaterial — la política woke se preocupa abrumadoramente por lo lingüístico, lo simbólico y lo emocional; en detrimento de lo material, lo económico y lo real. Las políticas woke son famosamente obsesivas con el lenguaje, desarrollando políticas lingüísticas literales que son interminablemente largas y exigentes. Los discursos se examinan de forma despiadada en busca de posibles ofensas, de forma que declaraciones que hace unos años eran totalmente anodinas, hoy resultan indecibles. Ser políticamente puro se considera una cuestión de hablar correctamente más que de actuar moralmente. La fijación de lo woke con el lenguaje y el símbolo tiene sentido cuando te das cuenta de que los desarrolladores de la ideología son casi en su totalidad personas cuya profesión implica lo inmaterial y lo simbólico: profesores, escritores, reporteros, artistas, expertos. Se refugian en lo lingüístico porque creen que las palabras son su única fuente de poder. Pensemos en dos acontecimientos recientes: la entrega de los Oscar por parte de la Academia a muchas personas de color y la derogación de la ley antisindicatos en Michigan. Esta última tendrá consecuencias positivas mucho mayores para la población estadounidense de color que la primera, y sin embargo la primera ha sido mucho más publicitada. Esto es una consecuencia directa de la estructura de incentivos de la política woke.
3. Estructural en el análisis, individual en la acción — la perspectiva woke es la que tiende a ver los problemas del mundo como de naturaleza estructural más que como el producto de actores o acciones individuales. A veces los problemas se diagnostican mal o se exageran, pero el enfoque estructural es beneficioso. Curiosamente, sin embargo, el enfoque woke de las soluciones a la política es implacablemente individualista. En lugar de llamar a verdaderos movimientos de masas (que no se pueden crear sin la moderación y el compromiso que el conjunto de la justicia social tiende a aborrecer), la política woke suele tratar toda la lucha política como una cuestión de que el individuo se domine a sí mismo y se comporte correctamente. La unidad fundamental de la política no son las masas, sino la persona ilustrada, en la mentalidad de la justicia social, y la persona ilustrada es aquella que ha alcanzado un estado de limpieza moral, en particular tal como se expresa en el lenguaje. Los problemas estructurales (como el racismo) se representan como combatidos fundamentalmente con la corrección moral individual (como se articula en White Fragility de Robin DiAngelo, que sostiene que el racismo se combate interrogando a los blancos sobre sus almas en lugar de con políticas públicas). El único proyecto político real es la lucha contra uno mismo; la única victoria política real es el dominio de los propios pensamientos. La distinción entre el actor político eficaz y el pensador moralmente higiénico se derrumba. Se combate la homofobia afirmando la homosexualidad. Se combate la misoginia respetando a las mujeres. Se combaten todos los males sociales fijándose implacablemente en la propia posición en la sociedad y sintiéndose mal por ello. Nada político puede escapar a la gravedad del psicodrama personal y no existen más soluciones que la limpieza propia.
4. Emocionalista — “emocionalista” más que emotivo, lo que no necesariamente significa inapropiadamente emocional, sino preocupado fundamentalmente por las emociones como divisa de la política. En los círculos woke, los problemas políticos se diagnostican regularmente como una cuestión de emociones equivocadas que se le inspiran a alguien. Que alguien se sienta “inválido” ya no es una cuestión irrelevante de psicología personal que es mejor dejar en manos de un terapeuta, sino un problema político que hay que resolver, y cualquiera que provoque ese sentimiento es alguien que ha cometido un delito político, sea cual sea el contexto o el pretexto. Una buena acción política hace que la gente se sienta mejor. En la medida en que se celebran victorias materiales como dar de comer a los hambrientos, se celebran porque inspiran buenos sentimientos en lugar de resolver problemas corpóreos. La famosa antipatía woke hacia el concepto de libertades civiles y libertades personales proviene del triunfo de las emociones; cosas como los derechos no están a la altura de las reivindicaciones de cualquier persona con angustia mental. La desigualdad económica, jurídica y política sólo es relevante en la medida en que entristece a las personas pertenecientes a identidades minoritarias. La fijación en las emociones encaja perfectamente en la asunción del individuo como unidad básica de la política. También garantiza que la política despierta asuma la posibilidad de un universo sin fricciones en el que todo el mundo se siente bien todo el tiempo.
5. Fatalista — la política woke tiende al fatalismo extremo en lo que respecta a las soluciones y a la posibilidad de un cambio político positivo gradual. Las instituciones son corruptas e intolerantes, por lo que no pueden impulsar el cambio. La mayoría de la gente es irremediablemente racista, por lo que las masas no pueden crear una sociedad justa. La reforma constructiva de la policía es inherente e irrevocablemente imposible, por lo que la única respuesta a la violencia policial es la abolición de la policía, sin importar que en realidad no podamos lograr la abolición de la policía. Se presume que todo y todos son intolerantes hasta que se demuestre lo contrario. Los problemas no pueden resolverse gradualmente a través de pequeños pasos en el tiempo, sino sólo a través de un cambio revolucionario, que a su vez será inevitablemente bloqueado por la estructura de poder de los hombres blancos cisgénero. Todo apesta todo el tiempo, lo que por cierto justifica gritar todo el tiempo para la gente que disfruta gritando. El propósito de la política no es sacrificarse en pos del cambio, sino ocupar la posición de la eterna Casandra, alguien que identifica el mal pero nunca lo detiene.
6. Insistente en que todas las cuestiones políticas son fáciles — los woke hablan y actúan como si no hubiera cuestiones políticas difíciles ni dilemas morales. Todo es obvio si sólo has leído y hecho el trabajo, lo que los woke te aseguran que ellos ya hicieron hace mucho tiempo. Si no sabes qué es lo que hay que hacer o decir, es sólo porque no estás realmente dedicado; si crees que has dado con un dilema real de preocupaciones conflictivas pero legítimas, simplemente te falta educación y sabiduría. Es gracioso, en realidad, que no sepas exactamente qué debes pensar ahora mismo. De hecho me estoy riendo.
7. Poseído por la creencia en la virtud superior de los oprimidos — lo que Bertrand Russel asumió como obviamente erróneo se asume ahora como cierto sin pensárselo dos veces: la virtud no sólo es común entre los oprimidos, la virtud es una función de la opresión. La correlación entre virtud y opresión es uno.
[…]
Podría seguir. Y algunos no estarán de acuerdo con esto o aquello. Pero tanto si crees que esto es un retrato preciso del tipo de política que se ha vuelto dominante en los círculos progresistas en los últimos 10-12 años [o no], algo ocurrió. Algo cambió. Por supuesto que algo cambió. Me parece tan, tan extraño que la gente siga insistiendo en que poco o nada cambió el discurso o la política progresista en ese período de tiempo. Devuélvete y lee lo que se publicaba en los medios progresistas en 2010 y dime que es lo mismo. Vamos. No me jodas. Madura.
Yo haría algunas precisiones y matizaciones, pero en el punto principal concuerdo con deBoer en que cualquier persona con dos dedos de frente puede ver que sí hay una corriente ideológica woke, que ha abandonado los valores y las causas de la izquierda tradicional, y los ha reemplazado por estos que deBoer señala, o unos bastantes cercanos a estos.
Si me detengo a pensarlo demasiado, también podría seguir agregando y agregando cosas, pero no creo que sirva para mucho, pues a quienes les interesa un intercambio honesto de ideas sabrán reconocer que más o menos a eso es a lo que nos referimos cuando criticamos o cuestionamos alguna de las disparatadas ocurrencias woke, o todo el fenómeno en general; y al mismo tiempo podría dejarme la piel añadiendo ejemplos y ofreciendo toneladas de evidencia que los propios woke tan sólo seguirán negando (o, en el mejor de los casos, simplemente restándole importancia, como si sólo fueran pequeños errores y casos aislados), y además insistirán en mi impureza moral — que, en principio, no es que eso me moleste demasiado, pues al fin y al cabo desde hace años dejé de buscar seguridad en el falso refugio del consenso, y porto con orgullo la etiqueta de hereje. (Además, la pureza se la dejo al agua, el aire y los alimentos, así que qué me importa.)
Lo que si no me paso ni en reversa es que no se molesten en articular mis posiciones y recurran a inventarse cosas que ni he dicho, ni he apoyado; pero pues, ¿qué sería de los deshonestos intelectuales sin sus muñecos de paja y falacias ad hominem?
(imagen: Michel Stockman)